Lourdes Ruiz: corazón tepiteño que no dejará de palpitar

Murió la reina del albur, ejemplo de resistencia en un barrio que, aunque bravo, encontró en la fuerza de sus mujeres un incomparable sostén cultural, familiar y lúdico

La reina del albur
Verónica Maza Bustamante
Ciudad de México /

En 2009, la artista catalana Mireia Sallarès presentó su proyecto Las 7 cabronas e invisibles de Tepito, en la Unidad Habitacional La Fortaleza, ubicado en uno de los barrios más bravos de la Ciudad de México, hasta donde nos dirigimos con el equipo de MILENIO Televisión para saber más sobre el documental y el libro que integraban la idea de la creadora, quien buscaba darle voz a las mujeres de Tepito, pilares de una colonia en donde la vida se percibe, cotidianamente, con valor y dignidad a pesar de las malas condiciones económicas, el crimen y el machismo.

A Mireia le había parecido interesante el registro del grupo Obstinado Tepito sobre el papel de las mujeres en este barrio en el que desde antes de la llegada de los españoles se comercializaba lo que no se permitía vender en Tlatelolco

Durante el porfiriato, comenzaron a construirse las primeras vecindades, habitadas por arrieros. Con el paso del tiempo, el lugar se fue modernizando a su manera pero conservó sus callejones sin salida, pasadizos secretos y mercados en donde todo lo prohibido y lo robado se podía conseguir.

Entre esas siete mujeres tepiteñas se encontraba Lourdes Ruiz, a quien le decían Lulú, aunque fue construyendo su leyenda como La verdolaga de Tepito y La reina del albur. Siempre con una sonrisa bien puesta en el rostro, un típico delantal de ama de casa mexicana cubriendo su torso y su cabello amarrado como para no echar pelos en la sopa, se definía como “una mujer que se quiere a sí misma, que se respeta, que lucha por ella y su familia. Y que si golpean su barrio, lo defiende como leona”.

En 1997 había concursado en un encuentro de albures, donde le dio la vuelta a todos los machines, convirtiéndose en la campeona de la capital, con lo que fue forjando su fama, además de dedicarse a vender ropa para niños en el mercado del barrio.

Aquella tarde en que la conocí, me cautivó su risa ronca, su manera de jugar con las palabras y su intención de brindar diplomados de albures para mujeres, contradiciendo la máxima que aseguraba que era algo solo para hombres pues se hablaba de genitales y secreciones masculinas. Pero detrás de todo ello, también hay un acto cultural y social que Lourdes conocía bien: con tener verdolaga era suficiente para darle la vuelta a quienes se le pusieran al tú por tú.

El director del Centro de Estudios Tepiteños, Alfonso Hernández, me acompañó hasta la estación del Metro más cercana, para salir ilesa desde La Fortaleza. Hoy recuerdo la sonrisa de la cabrona al decirnos: “¡Pero se van por la sombrita!”.

Un libro, muchos albures

En 2015, presenté mi libro El motel de los antojos prohibidos, en la terraza de un hotel en el Centro Histórico. Llovía, y entre la multitud vi a una mujer con delantal azul y una sonrisa enorme. Corrí a abrazarla. Era mi Verdolaga, quien esa noche habló, en la serie de preguntas y respuestas, sobre la necesidad de que las mujeres se apropiaran de los espacios sociales y culturales, de la necesidad de hablar sobre sexualidad y usar la cultura popular para enseñar asuntos diversos.

Le presenté a mi editora. Dos años después, Lulú estaba en la fiesta anual de la editorial Penguin Random House, rodeada de la crema y nata del mundo editorial, con su eterno mandil, dando la buena nueva de su flamante libro: Cada que te veo, palpito, escrito junto con Miriam Mejía.

Dimos la primicia pública en la Feria del Libro de Minería en 2018. Ahí, bien instalada ya en su papel de defensora de un legado oral que podría sobrevivir más allá del machismo si se empleaba por ambos sexos como un juego de palabras sin deseo de denigrar, recordó ante el público algo plasmado en sus páginas:

 “Les voy a compartir a calzón quitado mi más grande orgullo, todo lo que atrás tiempo aprendí y he ido perfeccionando a lo largo de años gracias al interés que la gente ha mostrado en el tema, como puede constatarse, por ejemplo, por la nutrida concurrencia al diplomado en albur fino que llevo años impartiendo. ¿Cómo no compartirlo, si debe ser orgullo nacional del mexicano? No espero ser agasajada por varios miembros que me lean, con uno que se porte bien y le guste lo que hago, me quedo satisfecha; pero mejor, como ya estamos aquí, de puro gusto que venga el mariachi, me toque “La negra” para ponerme en ambiente, y que me la baile o de menos me dé tono para vocalizar”.

Todos reímos hasta las lágrimas en aquella velada, sin saber que no alcanzaría a publicar en vida un segundo ejemplar, pero las generaciones de egresadas de su diplomado podrán continuar su labor. El cariño al barrio bravo, ya está repartido. Esperemos que lo conserven.

Y tú, Lourdes, aunque ya no palpites, serás, siempre, la más cabrona de Tepito.

​LACP​

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