Las ancianas | Segundo lugar del concurso #ViveLaFIL

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Este relato breve fue uno de los finalistas en la categoría de jóvenes del concurso organizado por MILENIO durante la FIL Guadalajara 2018.

Las ancianas. (Ilustración: Luis M. Morales)
Ciudad de México /

Diario tomaba el mismo camión a Braga. Solía ver los mismos rostros aletargados, a veces con expresiones mortíferas y otras con pesares ocultos. Aquello era un mar de mundos internos y silenciosos que esperaban melancólicamente la llegada a su destino. 

Recuerdo tres jóvenes que solían tomar el camión al salir de la escuela. Supongo que se trasladaban a sus hogares, aunque dos de ellos parecían siempre estar planeando diversiones mientras el otro solamente escuchaba taciturnamente con ojos deseosos de ir a divertirse con sus amigos; había un grupo de mujeres al que solía llamar “las secretarias” porque siempre iban de traje empolvando sus maduros rostros velozmente; ocasionalmente subían dos dulces cantantes golpeados por la vida y alegraban el camión con las mismas canciones de siempre. Se trataba de un microcosmos de realidades diversas que se separaban para volverse a encontrar al día siguiente.

Un día, una anciana de aspecto enfermizo subió al camión. Se trataba de una mujer cuyas piernas ya no funcionaban naturalmente. Una de las secretarias cedió el lugar a la anciana, quien aceptó sin soltar una sola palabra. Pronto, la secretaria y la anciana bajaron juntas del camión. Era una coincidencia. 

Al día siguiente advertí, al subirme, la presencia de dos ancianas que parecían reflejarse como si fueran un espejo y que tenían un parecido asombroso con el de la anciana del día anterior. Fue también la primera vez que no vi a la secretaria. 

El mismo fenómeno se repitió con las demás secretarias, luego con los cantantes y después con otros individuos cuyos rostros se habían transformado en los de una vieja decrépita sonriente que colgaba en su quebradiza mano un bastón rojo. Sorprendía que nadie, ni siquiera los niños, cuestionaran la presencia de aquellas viejas que parecían multiplicarse poco a poco. 

Una tarde lluviosa, el camión arribó con retraso. El transporte reventaba de ancianas trémulas que respiraban cansadamente al unísono. Mis piernas, junto con mis brazos, comenzaron a temblequear. Mi vista se empañó y sentí un rayo en mi corazón al percatarme de que el conductor era una carcamal más. Mi mirada estaba perdida y, en su camino, se encontró con un espejo. Sin darme cuenta, ya era una de ellas.

Segundo lugar

Autor: Andrés Martínez Ortega


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