Con una larga y fructífera trayectoria al lado de grandes figuras del cine, el teatro y la televisión, Diana Bracho muestra ahora otra faceta de su vena creativa a través de la escritura. Su primer libro de poemas, Pronóstico reservado (Universidad Autónoma de Nuevo León, 2022), que hoy presenta a la 1 de la tarde en el Centro Cultural Jesús Reyes Heroles, constituye una reflexión breve y profunda sobre la existencia humana. La actriz estará acompañada por las poetas Coral Bracho y Carmen Villoro, así como Celso José Garza Acuña, secretario de Cultura de la Universidad Autónoma de Nuevo León.
La sola mención del nombre de su padre, Julio Bracho, director de cintas emblemáticas del cine nacional, como La mujer del puerto, Distinto amanecer, La virgen que forjó una patria o La sombra del caudillo, ilumina su mirada. A él le debe el amor por la palabra, la pasión por los libros y el encuentro con grandes figuras de las letras que solían pasar por su casa.
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“El influjo de mi padre fue determinante –dice la actriz que cursó la carrera de Filosofía y Letras en Nueva York–. Mi hermano Jorge y yo vivíamos solos con mi papá porque mi mamá nos dejó cuando yo tenía siete años, así que él decía que era una madre-padre y un padre a toda madre. Tuve una niñez nada convencional, totalmente diferente a la de todas mis amiguitas, un poco anárquica y caótica. Agradezco a la vida ese mundo que mi papá nos dio. A mi casa llegaban Octavio Paz, Elena Garro, Salvador Novo, Xavier Villaurrutia... Eran los amigos de mi papá, no las figuras de la literatura que ahora son.”
Su padre, quien le enseñó a leer a los tres años, tenía una gran biblioteca que en un accidente se quemó en gran parte, mientras que los ejemplares que se salvaron ahora están en casa de la actriz. “Mi papá me dio acceso a todos sus libros. Hablaba muy bien, tenía un amor muy especial por el lenguaje y todo eso lo aprendí de niña. Ese amor lo he aplicado en mi trabajo como actriz, en los textos que leo o que digo siempre busco que cada palabra tenga el peso preciso y evito abusar de los adjetivos. Si vas a transmitir un sentimiento, y lo puedes hacer con dos palabras y una mirada, para qué echas rollo y veinte miradas”, dice entre risas.
Su acercamiento inicial con la poesía tuvo que ver con Xavier Villaurrutia, el mejor amigo de Julio Bracho. Aunque era muy pequeña, Diana Bracho recuerda muy bien al autor de Nostalgia de la muerte. “No era muy alto; era muy blanco, con el pelo alisado, como se usaba en los años 30. Tenía las manos muy blancas, no muy huesudas ni muy masculinas, sino más bien muy femeninas, muy suaves. A mí me impresionaban mucho, lo mismo que su voz, que era un poco aguda”.
En una ocasión, cuando tenía siete años, se encontró a su padre llorando al lado del teléfono porque la hermana de Villaurrutia le había avisado de la muerte de su amigo. “Mi papá estaba llorando amargamente. Mi papá era como Superman, y de pronto verlo en su fragilidad me impactó mucho. ‘¿Qué es eso de qué murió?’, le pregunté, y más o menos me explicó lo que era la muerte. Fui corriendo a mi cuarto, tomé un lápiz y un papelito y escribí: ‘La muerte nos asusta’. Fue lo primero que escribí sobre la muerte, y desde entonces para mí es un tema muy importante”.
¿Por qué es una presencia importante en Pronóstico reservado?
Porque yo creo que la vida está ligada con la muerte; no puedes pensar en la vida sin pensar en la muerte, ni pensar en la muerte sin pensar en la vida, se complementan. Yo creo que uno aprende a vivir para saber morir. De hecho yo digo: tengo que vivir plenamente para morir bien, para morir dignamente, sin tener resentimientos, enojos, reclamos. La vida emocionalmente sana te conduce a morir de otra manera. A la gente que vive atormentada, peleada con los hijos, odiando a la suegra, le cuesta mucho trabajo morir.
En algunos poemas se percibe la presencia/ausencia de Juan Manuel de la Rosa, quien falleció hace casi un año.
Está la presencia de muchas personas y Juan Manuel está muy presente porque fue mi pareja los últimos seis años de su vida (de hecho el cuadro de la portada del libro es suyo). Fue una de las personas más importantes de mi vida porque a los 70 años él y yo vivimos una pasión y un romance que ni los quinceañeros. Nunca había tenido una relación con esa fuerza pasional. Sin embargo, el libro no es autobiográfico porque nunca escribí anecdóticamente. Además varios de esos poemas son de muchos años atrás.
¿Cómo asumes tu papel de escritora?
No me gusta ponerme etiquetas. Los artistas vivimos para nuestro oficio las 24 horas. Yo cuando actúo estoy en eso 24 horas y ahora esta dualidad de actuar y escribir no me causa conflicto íntimo, pero sí me pone en otro lugar de exposición. Yo debería estar feliz de que me están entrevistando sobre mi libro y que la gente lo está leyendo y le gusta, pero en realidad me siento muy expuesta.
¿Te resulta difícil escribir?
En realidad no me es difícil escribir, porque como no tengo ambición, como no tengo la necesidad de quedar bien, de que me reconozcan o de lograr algo con mi escritura, escribo con mucha libertad. He leído muchos poetas, pero no tengo modelos. No puedo decir que mi modelo fue Sabines, aunque lo adoro. Todo lo que he leído, lo que he escuchado, siento que ya es parte de mí, es parte de mi ser, de mis células, ya no es algo que traigo sobrepuesto. Emily Dickinson me fascina, me encanta su constricción, su encierro, pero de ninguna manera la estoy copiando.
Yo quería ser escritora cuando estudiaba en Nueva York. De hecho escribí un cuento que me pidió mi maestra para mandarlo a un concurso a una revista y me gané el primer premio a los 17 años. Se llamaba “The Circle”, creo que ya lo perdí, era un cuento muy bonito sobre la muerte, qué curioso. La muerte ha sido un tema muy sensible para mí y tengo muchos muertos en mi haber, tengo muchas pérdidas ya. He vivido muy intensamente las muertes de la gente que he amado.
Y a pesar de ello, hay mucha luz en tus poemas.
Sí, hay esta cuestión de paradojas en las cosas que vivimos: la luz/la oscuridad, una no existiría sin la otra. El día/la noche: no existirían uno sin la otra. El amor, la pasión, el rechazo, el abandono, también están muy ligados. La vida/la muerte. Al leer mis poemas con más objetividad –con la que puedo tener– he descubierto un ser, que soy yo, que no conocía bien: esa parte oscuro tan ligada a la ausencia, a la muerte, al abandono, que no era un motor de vida para mí. Siempre he sido una persona bastante luminosa, bastante positiva. Amo la vida, amo la belleza, me entrego a la vida todos los días y no me estaciono en la tristeza ni en la muerte, pero los poemas estacionan los sentimientos, ahí quedan.
Poesía y mujeres
Durante una charla en uno de los salones de la Casa de la Cultura, Diana Bracho generó un ambiente cálido y disfrutable al contar sus anécdotas más inspiradoras a la hora de leer; la actriz conecta de una forma que cuando se platica con ella muestra una relajación genuina e inspiradora.
Bracho destacó que ha notado que las mujeres hoy en día han estado en una evolución constante, lo cual valora mucho, pues cada vez se reconocen más de ellas.
“Ya hay un reconocimiento de la mujer muy importante en muchos ámbitos, aunque hay una lucha constante porque haya una igualdad, justicia. En el libro hay algo que dice: ‘Para ser mujer hoy, tengo que dejar de ser la que soy desde hace muchos siglos’. Las mujeres cargamos con muchos siglos de retraso en lo emocional y profesional, porque no nos han dejado; y como mujeres no nos reconocemos, porque dejamos de ser posibles madres a ser mujeres independientes que deciden cuándo quieren tener hijos, así que sí es una transformación importantísima para la historia”, puntualizó la autora.
DAG