Miguel Ángel y las ironías de su pintura

La construcción del mundo a través del discurso plástico.

Editorial Milenio
Torreón, Coahuila /

Si el hombre fue hecho a imagen y semejanza de su dios, no fue descabellado que Miguel Ángel en su fase de pintor bajo una veladura permitiera que Jehová en plena construcción de los astros y de las plantas le diera la espalda al espectador para enfocarse en su trabajo mientras muestra el trasero.

Miguel Ángel Buonarroti logró darle por vez primera un rostro a su dios, pero de un humor excéntrico también le dio unas nalgas prominentes que dejó entrever cuando Jehová se volteó para construir el reino vegetal en una de las historias centrales que colocó en la bóveda de la Capilla Sixtina.

Teresa Camps, profesora titular de Historia del Arte de la Universidad Autónoma de Barcelona, ensayando la personalidad del artista, indicó:

"A Miguel Ángel le debemos la formulación de la imagen de Dios-creador, es decir, la transgresión del silencio de aquello nunca visto hasta entonces: el rostro de Dios".

Y explica que en la personalidad del artista, la voluntad de transgresión para incluir mensajes personales conlleva riesgos y atrevimientos perfectamente visibles en las soluciones que da a la representación del cuerpo humano, que, contraviniendo la indiscutida y omnipresente normativa clásica, presenta conscientemente desproporcionado.[OBJECT]

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Pintada de azul y tachonada de estrellas doradas, así era la Capilla Sixtina cuando en 1508 el Papa Julio II encargó a Buonarroti su decoración.

Un año tardó en la realización de bocetos y cartones, ideando pintar completamente el espacio de la bóveda, con una temática en cada una de sus principales secciones, incluyendo cerca de 300 figuras en más de mil metros cuadrados.

Concluida la pintura de la bóveda, entre 1537 y 1541 se enfocó en la decoración de la pared del fondo de la Capilla Sixtina, por encargo del papa Clemente VII, confirmado más tarde por Paulo III.

Es ahí donde realizó el Juicio Universal, impregnada de un discurso doliente, definitivo, donde una multitud representada en unas 400 personas luchan por una sobrevivencia divina o la vida eterna en el infierno.

Con un discurso que gira entre torturados y torturadores, Miguel Ángel coloca a Jesucristo, joven de figura atlética y musculosa, dictando el juicio. La lucha es por la permanencia de estar con los bienaventurados, santos y mártires, o ser arrastrado hacia las puertas mismas del infierno, en tanto que la mirada de dios hijo es de una dureza inflexible.

A los pies de Cristo, Miguel Ángel colocó a personas afligidas entre las cuales destacó la presencia de San Bartolomé presentando su piel desollada colgando en una de sus manos. Lo curioso fue que en este despojo el artista pintó su propio rostro; el rostro del creyente que quizá piensa no ser merecedor de la gloria.

Alejado de términos complacientes o convencionales Miguel Ángel también colocó frente a la entrada del infierno a uno de sus enemigos.

Debido a la censura de la que fue objeto la obra en su tiempo, misma que terminó imponiéndose a través de un montón calzoncitos que se les colocó a las figuras desnudas, la críticas encontraron eco en el artista.

Se sabe que uno de los detractores más insistentes fue Biaggio de Cesena, gran maestre de ceremonias del Vaticano, quien consideró la pintura indecente, propia para decorar una taberna, por lo cual pidió se le exigieran modificaciones al autor.

Y este lo hizo colocando al rey Minos en el infierno, desnudo, con una serpiente enroscada por el cuerpo y el rostro de Biaggio adornado con unas orejas de burro.

dcr

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