La palabra de don Miguel León Portilla ha seguido diferentes rumbos a lo largo de más de seis décadas de indagación del ser mexicano, en especial de la parte indígena desde la época mesoamericana, por lo cual si en el primer día del tributo al historiador fue la poesía la que se apropió del escenario, para el segundo fue otro lado de la filosofía de los pueblos, sus conjuros, como un reconocimiento a su interés por ese otro lado de las comunidades.
En el auditorio Jaime Torres Bodet, del Museo Nacional de Antropología, se reflexionó acerca de temas como "Vida y obra de Miguel León-Portilla”, “Miguel León-Portilla. El Tlamatini” y “Conjuros, palabras que curan”, pero en especial del estudioso que "nos tomó de la mano para descubrirnos a una de las culturas más brillantes del nuevo mundo".
“Merecido homenaje a una de las mentes más preclaras que haya producido el siglo XX mexicano: hablar de don Miguel, el antropólogo, el filólogo, el historiador, el filósofo, es hablar de un humanista o, mejor aún, de un tlamatini, un sabio que ha entregado su vida al estudio del México antiguo. Su obra nos ha abierto la puerta para entender el pensamiento autóctono, desde temas tan complejos como la filosofía náhuatl, que tal vez sea su obra cumbre”, en palabras de la historiadora Ana Rita Valero.
Antes, Baltazar Brito, director de la Biblioteca del Museo Nacional de Antropología, al dar la bienvenida a la mesa “Vida y obra de Miguel León-Portilla”, se refirió al homenajeado como un “clásico de la historiografía mexicana”.
“Considero que es un hecho que esta parte humana que Miguel plasmó en sus libros también logró sembrarla en sus amigos y alumnos, razón por la cual me atrevería a decir que además de sus obras, el propio Miguel León-Portilla es un clásico de la historiografía mexicana, estatus adquirido, principalmente, por su generosidad y calidad humana”.
Un encuentro que tuvo un grado mayor de intimidad cuando sus nietos subieron al escenario: Miguel y Fabio León-Portilla, acompañados de Georgina, su ahijada, quienes más que evocar al humanista, hablaron del ser humano, del abuelo, del esposo y del padrino, de quien es uno “de los hombres más brillantes que ha tenido México, pero lo que realmente siempre lo ha distinguido es su sencillez, su seguridad y su inteligencia”.
“Extraño los domingos en Coyoacán. Hoy las comidas son en el Sanatorio Español y espero que pronto regresan a Coyoacán, pues casi un milagro lo está recuperando. Ha sido un gran mexicano, el mejor escritor e historiador, un gran esposo, un gran padre, el mejor abuelo: o sea, un chingón”.
Alguna vez, su nieto Fabio le preguntó quién era su estrella, “Y le pregunto ¿quién es tu estrella? Espero que me diga ‘obviamente eres tú, Fabio’, pero no: ‘mi estrella es México, porque es l tierra que me vio nacer y me verá morir, y es la tierra que amaré toda mi vida. Incluso después de eso la seguiré amando, así que no te pongas celoso’. Esas fueron sus palabras”.
Un homenaje en el que estuvo la familia, sobre todo doña Ascensión Hernández Triviño, su pareja por más de seis décadas, “una hermosa mujer, que es inteligente, brillante y ha sido un pilar en su vida y en la nuestra”, como la definieron sus propios nietos, en el homenaje nacional que se le rindió anoche, en el Museo Nacional de Antropología, a don Miguel León-Portilla.
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