La mujer otomí, orgullosa de su indumentaria

Especial de Fin de Semana

En uno de los asentamientos indígenas más importantes de la entidad, la tradicional vestimenta es símbolo de una cultura que se niega a morir y olvidarse.

Mujeres Otomíes, las preservadoras de su cultura | Especial
Claudia Hidalgo
Estado de México /

El municipio de Temoaya no solo es famoso por su Centro Ceremonial, sus tapetes y textiles, sino también por sus mujeres, quienes orgullosas y valientes lucen la tradicional vestimenta otomí, símbolo de una cultura que se niega a morir y quedar en el olvido.

En esta localidad está ubicado uno de los asentamientos indígenas más importantes de la entidad, por lo cual es considerado como la patria del pueblo otomí, la primera luz en el amanecer de nuestra historia.

El INEGI contabilizó en el 2020 más de 105 mil habitantes en esta región donde la etnia se estableció hace más de 3 mil años y hasta hoy siguen procurando sus tradiciones ancestrales que les han dado identidad.

El Consejo Estatal de Pueblos Indígenas (Cedipiem) refiere que la palabra otomí es de origen náhuatl y significa flechador de pájaros pues ancestralmente se dedicaban a la caza; en la literatura también se les conoce como pueblo sin residencia, pero ellos y ellas se llaman la nación hñänñu los que hablan otomí.


Indumentaria otomí

La vestimenta es sin duda uno de los principales elementos culturales que caracteriza a un pueblo indígena, porque contiene elementos particulares que expresan su cosmovisión, refiere el Cedipiem.

En el caso del pueblo otomí es la mujer quien mantiene viva esta tradición. Pese a los problemas de discriminación que esto les provoca, siguen fomentando su uso y portando su chincuete, su blusa y fondo con orgullo.

Ellos, por el temprano contacto que tuvieron con el resto del mundo, por razones comerciales y laborales, principalmente; fueron los primeros en olvidar la camisa y calzón de manta. Los sustituyeron por un pantalón oscuro de vestir y camisa color blanco, ataviados con sombrero y, en ocasiones especiales, con su sarape de lana al hombro.

La camisa blanca lleva algún bordado de punto de cruz, ya sea de frente, por donde van los botones o en un lado, en las mangas.

María de la Cruz Rubio, directora de promoción de la cultura otomí en el municipio de Temoaya, reconoce que de la vestimenta original, lo único que a veces algunas personas utilizan es el quexquemetl, una blusa de lana con líneas, parecida a chincuete, que igualmente a la actualidad era una falda de tablas, pero entonces era de manta blanca.

El atuendo actual que usan las mujeres es el chincuete con líneas de diferentes colores, lo más común, para el uso cotidiano es el negro con rayas azules, blancas o moradas. Ya para un evento especial, una boda o fiesta patronal tienen varios modelos donde el color ideal para la gala es el “moradito”, parecido al capulín.

Los dobleces: meses y días

Diario ocupan el chincuete negro con rayas de color que se meten en el telar. El chincuete no es otra cosa que la falda, una tela que puede ir de dos metros y medio a tres, para que les permita hacerle 12 dobleces, uno por cada mes del año.

En la parte superior se amarra con una faja especialmente decorada que ya muy pocas mujeres saben hacer totalmente a mano.

Quizá solo uno por ciento de las mujeres del municipio dominan esta técnica que tratan de rescatar, porque de otra manera en cinco años ya se habrá perdido este conocimiento, celosamente guardado en las mujeres más grandes.

La falda ha ido cambiando, incluso ya hay quienes la hacen a máquina, igualmente la blusa, pero originalmente las mujeres hacían su ropa y podrían tardar meses porque empezaban desde la tela, es decir, lo único que tenían era el hilo y de ahí partían para contar con toda su indumentaria.


La falda lleva en la parte superior manta blanca para que ahí coloquen la faja. Lleva unos picos que todavía se hacían a mano, o quienes se han modernizado le ponen bies para simular los piquitos.

A veces, por temas de obesidad, refiere, ya no todas pueden hacer los 12 dobleces, pero originalmente esta cultura era delgada, solo que debido al cambio de alimentación surgieron los problemas de sobrepeso.

El caso de la blusa, que es conocida como saco, cuenta con la transparente para que luzca un fondo largo que va abajo del chincuete, tejido a gancho con figuritas, desde flores, pájaros, venados, ardillas y otros animales de la región.

En la blusa, arriba, lleva punto de cruz o el punto atrás, que es la puntada original, aunque poco a poco se fue supliendo por el punto de cruz, que resultaba más sencillo para crear figuras. Todo con colores muy llamativos.

La señora Evangelina Bermúdez Mejía explica que la blusa cuenta con tiras en la parte de abajo, a la altura de la cintura. Las mujeres solteras llevan esas tiras sueltas y las casadas las amarran en forma de moño para que quien las mire sepa su estatus civil.

La faja, además de detener la falda, tiene funciones específicas y una de ellas es proteger la espalda de la mujer desde sus primeros años, por los trabajos pesados que realizan, al cargar leña, agua y otras labores del hogar

El hombre también usaba una faja que ya dejó atrás, como también su cobija con grecas y las iniciales del dueño, que se echaban al hombro, doblada, lista para usar cuando hiciera frío.

¿Cuánto cuesta?

La confección de la vestimenta no es nada sencilla porque es totalmente hecha a mano, desde cero y resulta muy laboriosa por los tejidos y detalles. 

El precio de un chincuete es de 2 mil 500 pesos, aunque en ocasiones los han tenido que malbaratar en mil 500 pesos y si se piensa en todo el atuendo, desde el fondo, falta, blusa y faja el costo oscila en los 10 mil pesos

El uso de la máquina ha sido para abaratar el costo y reducir el tiempo de elaboración. Quienes aún pueden hacerlo a mano son gente grande, “abuelitas” que en poco tiempo ya no podrán coser por problemas en sus manos o en su vista.

Ambas piden a la gente que conozcan algo de la cultura mexicana y valoren su vestimenta, incluso que retomen el uso de la faja como lo hacen las mujeres extranjeras, sobre vestidos lisos, a los cuales les da color y una mejor vista.

Discriminación

Una de las principales razones por la cuales la gente dejó de usar esta ropa fue por la discriminación que sufrieron en la ciudades, e incluso en el municipio, por gente que los llegaba a golpear, les llamaba indios y ni si quiera los atendía.

María de la Cruz Rubio cuenta que los padres prohíben a sus hijos e hijas usar la indumentaria para no ser víctimas de violencia.

“En la casa mi papá nos pedía que ya no habláramos otomí ni usáramos la vestimenta, porque hasta cuando bajábamos al propio municipio sufríamos discriminación, pero nosotros resistimos y seguimos resistiendo y lo que nos digan nos tiene sin cuidado”.

La gente se sentía reprimida, hasta llegaban a golpearlos; en Ciudad de México era lo mismo, pero muchas al igual que ella, hasta la fecha siguen portando su vestimenta, enfrentando a diario la discriminación.

 “Nos sentimos orgullosas. Yo cuando me visto así me siento bien orgullosa y eso nadie nos lo va a quitar”, remata.

BAFG

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