Lo que conocemos como movimiento muralista en México se inició en 1921 con la realización del mural El árbol de la vida, de Roberto Montenegro, concluido en 1922, al que siguió un conjunto de obras en el Ex-Colegio de San Pedro y San Pablo, así como en la Escuela Nacional Preparatoria. El muralismo fue un movimiento artístico de la posrevolución, aunque, desde luego, tiene precedentes importantes. Es sabido que el Doctor Atl había gestionado la decoración mural de la Escuela Nacional Preparatoria en las postrimerías del porfiriato, para que ejecutaran las pinturas los alumnos de la Escuela Nacional de Bellas Artes, aunque la Revolución impidió que el proyecto se llevara a cabo en ese momento.
Sería largo referir las distintas épocas históricas en que la pintura mural fue importante para las sociedades antiguas de Mesoamérica, y para la sociedad colonial. Hay un precedente, prácticamente olvidado cuando Montenegro y Diego Rivera comenzaron sus respectivos murales, que llama la atención por su semejanza con los proyectos que vinieron después. En 1874, se inauguró el mural El triunfo de la ciencia y el trabajo sobre la envidia y la ignorancia, de Juan Cordero. Se trataba de una alegoría del conocimiento, apropiada por eso para una escuela, y semejante por lo mismo a otros murales que se han reseñado en estas páginas, pero que datan del siglo XX.
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Por razones que no se han investigado a fondo, pero que parecen relacionadas con un cambio en las preferencias culturales, el mural fue reemplazado por un vitral en el último año del siglo XIX. Un ensayo de Omar Olivares, complementado por una entrevista, da cuenta de esta importante obra de arte destruida, pero que afortunadamente podemos conocer gracias a una copia elaborada por un alumno de la Escuela Nacional de Bellas Artes.
Hacia 1874, por encargo de Gabino Barreda, director de la Escuela Nacional Preparatoria –que entonces se localizaba en el Antiguo Colegio de San Ildefonso (hoy Museo de San Ildefonso), en el Centro Histórico de la Ciudad de México–, el poblano Juan Cordero (1822 ¿24?-1884) pintó en uno de los muros que da a las escaleras de ese recinto educativo el mural El triunfo de la ciencia y el trabajo sobre la envidia y la ignorancia.
El que se considera el primer mural laico de la Escuela Nacional Preparatoria fue inaugurado el 29 de noviembre de ese mismo año por el propio Barreda, quien había sido discípulo de Auguste Comte en Francia y era un decidido promotor de la doctrina filosófica elaborada por este filósofo y escritor francés: el positivismo, que, como se sabe, establece que el único medio de conocimiento es la experiencia comprobada o verificada mediante los sentidos.
“Por eso se puede pensar que Barreda le habría dicho a Cordero cuál debía ser el tema del mural: esto es, una alegoría de la ciencia y la industria”, señala Omar Olivares Sandoval, investigador del Instituto de Investigaciones Estéticas.
Copia
En 1900, el mural de Cordero fue destruido y reemplazado por el vitral La bienvenida, fabricado por el Real Establecimiento de Baviera F. X. Zettler de Múnich, Alemania.
“Cordero ya había fallecido cuando esto sucedió. Ahora bien, quien decidió destruir su mural y reemplazarlo con el vitral La bienvenida fue Vidal Castañeda y Nájera, a la sazón director de la Escuela Nacional Preparatoria. Las razones por las cuales tomó esa decisión no son claras. La historiografía del arte ha supuesto que los ánimos de Justo Sierra y su preferencia por los modernismos están detrás de ella; o sea, tuvo que ver, por un lado, con una visión crítica del arte académico como representativo de las corrientes que deberían ser superadas y, por el otro, con un nulo afán de conservación del mural de Cordero. En ese momento nadie protestó por su destrucción, a pesar de que había voces disonantes que se oponían al gusto que se impuso a la vuelta del siglo”, indica Olivares Sandoval.
Poco antes de la destrucción del mural El triunfo de la ciencia y el trabajo sobre la envidia y la ignorancia, un alumno de la Academia de San Carlos, Juan M. Pacheco, hizo una copia de él al óleo sobre tela que actualmente pertenece al acervo del Museo Nacional de Arte, pero que, en opinión del investigador universitario, es muy distinta, en términos pictóricos, de lo que se conoce de la obra de Cordero.
“Es más un ejercicio de un alumno de la Academia. De Mata Pacheco pudo haber hecho esta copia para preservar la iconografía de Cordero y, también, como un acto de protesta por la destrucción de su mural.”
Al temple
El mural El triunfo de la ciencia y el trabajo sobre la envidia y la ignorancia está pintado al temple, técnica que se encuentra entre las más antiguas de la pintura y que consiste en disolver el pigmento en agua y templarlo o engrosarlo con grasa animal, yema de huevo, caseína, goma o glicerina.
“En el siglo XIX, los nazarenos y los prerrafaelitas renovaron esta técnica histórica que tiene la particularidad de que puede emplearse directamente sobre una superficie por lo general de madera. Lo curioso es que Cordero la empleó con frecuencia en otros murales, como los que pintó en la cúpula del Templo de Santa Teresa la Antigua (hoy Museo Ex- Teresa Arte Actual), con una iconografía muy interesante, y en la cúpula de la Iglesia de San Fernando”, agrega Olivares Sandoval.
Obra compleja
El mural de Cordero era una composición clásica. En la base del templete, debajo de la palabra Ciencia, se consignaba la frase “Saber para prever”; y debajo de la palabra Industria, la frase “Prever para obrar”.
De acuerdo con el investigador, Cordero vinculó la composición de esta obra al lema positivista “El amor por principio, el orden por base, el progreso por fin”, de Comte, o bien al lema “Libertad, orden y progreso”, que Barreda formuló a partir de aquél. Por lo tanto, se trata de una alegoría positivista.
“En el centro del mural aparecía Minerva, la diosa de la sabiduría, entronizada en un edificio de orden toscano y enaltecida por dos geniecillos que sostenían sendas coronas de laurel trentino como emblemas de la gloria y la fuerza. La diosa estaba vestida de verde y rojo, con sus característicos atributos: el yelmo dorado y el broquel o escudo pequeño con la efigie de Medusa como expresión de triunfo sobre el caos".
"A los pies de Minerva se hallaban sentadas dos figuras alegóricas, cada una de las cuales se identificaba con su nombre pintado en falso relieve: a la izquierda, la Ciencia, personificada por una mujer de cabello castaño que operaba una brújula de tangentes, un dispositivo que había sido inventado en 1825 por el francés Claude Pouillet para medir la intensidad de la corriente eléctrica y que también se asociaba a la medición del magnetismo, ambos fenómenos físicos muy presentes en el siglo XIX en varias disciplinas científicas y en la idea de progreso y tecnificación de las sociedades; y a la derecha, la Industria, personificada por una mujer rubia que con su mano izquierda introducía una varilla en un matraz del cual emanaba vapor y que descansaba el brazo derecho en una esfera ubicada detrás de un tercer geniecillo que pedía silencio con un ademán. En los flancos había dos escenas: a la izquierda, un navío que tocaba puerto y hombres que descargaban sus mercancías como clara referencia al comercio ultramarino; y a la derecha, un ferrocarril que corría entre planicies y montañas, y, abajo de él, una figura alegórica de la ignorancia que huía despavorida y, junto a ella, Clío, la musa de la Historia, de espalda a la escena, escribiendo en una tableta”, explica.
Es de destacar cómo, debido a su complejidad y a las asociaciones que se dan en ella, esta alegoría (en un sentido clásico, académico) se vinculó con un proyecto educativo y filosófico como lo fue el positivismo.
Por último, Olivares Sandoval dice: “El muralismo del siglo XIX, no sólo el que se produjo en la Ciudad de México, sino también en otras regiones del país, conforma un gran abanico que sin duda requiere una relectura. Y resaltaría que, en el presente, la historia del arte se propone generar una lectura sobre la historia de la destrucción de obras como ésta”.
hc