Si Ana Frank y su familia pudieron ocultarse durante dos años de la persecusión nazi fue gracias al impagable amparo de algunas personas que les protegieron. Un puñado de antiguos empleados de Otto Frank —el padre de Ana— asumió el riesgo de esconder en Amsterdam a los perseguidos. Los mantuvieron a salvo del hostigamiento alemán, los alimentaron y consiguieron que el pequeño espacio que ocupaban —unos 50 metros cuadrados— tuviera las mínimas condiciones de habitabilidad. Esas personas fueron, a decir de Miguel Ramos, director general del Museo Memoria y Tolerancia (MMyT), guardianes de los Frank.
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Puede establecerse un paralelismo con quienes hoy han asumido la honorable tarea de custodiar la sustentabilidad del museo que dirige Ramos. “Para nosotros es vital el apoyo de los guardianes”, explica. “Su apoyo nos permite dar continuidad a nuestros proyectos, tener un precio accesible para la gente, pagar sueldos y apoyar el desarrollo de la organización. La cantidad de gastos que hay detrás de un museo de este calibre es enorme. Los guardianes nos protegen, nos permiten subsistir, crecer y expandir nuestros horizontes”.
La Costeña es la última empresa que se ha sumado a esos esfuerzos. La develó esta semana una placa en el muro de guardianes del Museo Memoria y Tolerancia. Rafael Celorio, director general de la marca de alimentos enlatados —que está celebrando su centenario—, explicó que su intención es acercar a la gente a la cultura mexicana. “Qué mejor que empezar con este museo dedicado a la memoria y a la tolerancia. Tenemos que acordarnos de todo para no repetir los hechos del pasado”.
Tras un recorrido por la exposición temporal Ana Frank. Notas de esperanza, Miguel Ramos destacó la responsabilidad que implica que una organización grabe su nombre en el muro de guardianes. “Cuando una organización nos expresa que está a favor de la diversidad y de las causas que defiende este museo, plasmar su nombre ahí representa que dan un aval y que se conectan con nuestra misión”.
Miguel Ramos es consciente del compromiso que tiene el museo en la formación de las juventudes. Cerca del 70 por ciento de sus visitantes provienen de escuelas. Sabe que la suya es una responsabilidad, pero también una vocación.
“Me llena de orgullo decir que encabezo un museo de emociones. Creemos profundamente que lo que cambia el comportamiento de una persona no son las fechas y los datos, sino sus referentes emocionales. Con nuestras exposiciones buscamos que la gente sienta, que viva y que se enfrente a momentos incómodos y dolorosos”.
“Nuestra base”, concluye, “es hablar de la memoria, pero todos nuestros mensajes atraviesan una reflexión del aquí y el ahora”.
Sobre la exposición ‘Ana Frank. notas de esperanza’, Linda Atach Zaga, Directora de Exposiciones Temporales del museo, escribió: “La historia de Ana Frank representa la de decenas de miles de familias judías que resistieron el odio de Hitler. [...] Hoy, el museo Memoria y Tolerancia homenajea a las víctimas del Holocausto, a los sobrevivientes que comparten sus historias para que el horror no se repita y a todos aquellos que eligieron ser protectores, con el fin de que el recuerdo reclame su parte y la reflexión del genocidio nos alerte sobre el destructivo poder los discursos de odio y las divisiones que lastiman tanto a nuestro país y al mundo”.