Para conocer la justa dimensión que tiene el Museo Nacional de Antropología a 60 años de su creación —que se cumplen este 17 de septiembre— se pueden citar dos datos: contiene la historia de todas culturas que florecieron en Mesoamérica en los últimos 3 mil 500 años y siempre está en los primeros 10 o 20 lugares a escala mundial.
“No hay algo semejante en Perú en honor al imperio inca ni en el archipiélago griego para las civilizaciones helenísticas… tal vez en Egipto”, asegura Antonio Saborit, director del inmueble, en entrevista con MILENIO.
En el ranking mundial, el museo mexicano enclavado en el Bosque de Chapultepec forma parte de una lista en la que destacan invariablemente el Hermitage, el Louvre, El Prado o el Met, según los parámetros que se midan, sean visitantes, colecciones o finalidad.
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“¿Cuál es la diferencia? Que somos el único museo de antropología en ese listado, porque aquellos son museos de arte; ese es uno de los grandes aciertos de quienes lo idearon: que sigue siendo una apuesta para el futuro, porque todo lo que está aquí es materia viva”.
“Uno de los primeros objetivos del museo, incluso antes de abrir, era recopilar cultura material de las culturas indígenas vivas, porque los antropólogos y etnólogos pensaban entonces que iban a desaparecer, asimiladas o mezcladas con el México moderno”, recuerda Saborit.
“Sesenta años después lo único que desapareció fue esa idea, porque las comunidades indígenas siguen presentes y son tan modernas como cualquiera”, añade el historiador.
En el México actual hay más de 23 millones de personas indígenas, perviven 68 lenguas —además de dos de señas y el español— y más de 360 si se toman en cuentas las variantes.
Enigmas en piedra
Frente a ese monolito de 12 toneladas que es la Coatlicue, los visitantes se hacen siempre las mismas preguntas. ¿Qué es? ¿Qué representa? ¿Qué quiere decirnos?
La mole antropomorfa de más de tres metros lleva por cabeza dos serpientes enfrentadas; porta un collar de manos y corazones enhebrados, así como un cinturón y una falda hecha igualmente de serpientes entretejidas. Por sus piernas bajan hasta el piso dos serpientes más, que en este caso miran en direcciones opuestas.
Para alguna escuela de la antropología mexicana, la unión de dos serpientes con el ser humano representa la creación del mundo, una especie de Big Bang mexica. Para Leonardo López Luján, director del Proyecto Templo Mayor, se trata de una escultura “mitad femenina, mitad animal” que ha sido vista con admiración, horror, entusiasmo o curiosidad, pero nunca con indiferencia.
En cambio, Eduardo Matos Moctezuma sostiene que es una deidad decapitada y que las serpientes en la cabeza representan dos chorros de sangre, aunque admite que en 500 años no se ha conocido cabalmente su significado y su simbolismo.
La imposibilidad para descifrar los enigmas que nos plantean esas piedras sagradas se ha mezclado a veces con imaginación popular para hacer más complejo ese diálogo con nuestro pasado. La afición de ponerle nombre a las piezas antropológicas ha querido, por ejemplo, que la Piedra del Sol sea un “calendario azteca”, aunque ese disco de 24 toneladas aluda a la cosmogonía mexica y a los cultos solares, pese a las inscripciones sobre meses, años y siglos del tiempo prehispánico.
Los mexicanos también han rebautizado como Tláloc el monolito que da la bienvenida al museo sobre Paseo de la Reforma, todo alentado por algunos estudiosos, medios de comunicación y una tormenta que afianzó ese mito durante su traslado (1964) de Coatlinchan, en Texcoco, Estado de México, a la Ciudad de México.
Para Matos Moctezuma, es posible que ese Tláloc sea en realidad Chalchiuhtlicue, la diosa femenina del agua, por su gran similitud con la escultura que está en la sala teotihuacana.
Nueva era de museos
El Museo Nacional de Antropología, nacido en 1964, se inscribe en una política educativa del Estado impulsada por Adolfo López Mateos y ejecutada por Jaime Torres Bodet, titular de la SEP, todo a partir de un estudio encargado al antropólogo Daniel Rubín de la Borbolla sobre las condiciones de los museos.
“A su papel de conservadores de la riqueza científica, cultural y artística de la humanidad, los museos han agregado el papel de educadores del público y en la actualidad constituyen las instituciones culturales más importantes en la educación objetiva”, se lee en ese diagnóstico fechado en 1959.
“El museo es la más libre y democrática institución de cultura. El aula y la biblioteca implican ya una cierta selección; el museo imparte enseñanza a cualquier visitante que viene por voluntad propia, sin imponerle condiciones de admisión, de asistencia a cursos, ni requisitos de conocimientos previos, y sin obligarlo siquiera a que dé su nombre”.
Con ese documento en la mesa del presidente López Mateos comenzó una política para la creación de estos nuevos recintos, que cinco años más tarde permitió la apertura del Museo de Arte Moderno, el Museo Anahuacalli, el Museo Nacional del Virreinato, el Museo de Historia Natural y, por supuesto, el Museo Nacional de Antropología.
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“En ese documento de Rubín de la Borbolla resaltan dos factores clave que sostienen un museo: la docencia y la investigación”, asegura Saborit.
“Estoy de acuerdo en que el museo es la institución cultural más democrática que nos hemos dado como país: más democrática que la escuela porque no pide grado de estudios y más que la biblioteca porque no pide identificación, además de ser una gran herramienta educativa y un gran espacio para la investigación”.
¿En qué lugar se ubica en museo en el mundo?
Según la cifra de visitantes, colecciones o finalidad, entre otros, siempre está entre los primeros 10 o 20; es una lista donde está el Hermitage, el Louvre, El Prado y el Met. ¿Cuál es la diferencia? Que somos el único museo de antropología en esa lista, mientras que aquellos son museos de arte.
¿Considera un falso debate exigir disculpas a los españoles por la Conquista?
En lo personal no entiendo ese debate, tal vez no he dedicado el tiempo que merece. Me recuerda los ensayos de Paul Valéry contra la historia, donde ésta, lejos de ayudarnos a entender más y mejor el presente, tiende a obnubilarlo y oscurecerlo.
¿Seguirá en el cargo el próximo sexenio?
No depende de mí.
¿Algún proyecto alterno?
Muchos. Estudié cine y literatura inglesa; terminé en 1980 y no tuve necesidad de salir del país ni siquiera de la Ciudad de México para encontrar toda la literatura y los estudios que requerí. Y eso no lo tenemos para la literatura mexicana. ¿Dónde están las obras completas de nuestros clásicos? ¿Dónde están los estudios amplios, las biografías? Yo quiero hacer eso.
En la sala mexica, la Piedra del Sol ocupa el lugar central en su sitio diseñado a modo de retablo. Cientos de miles de mexicanos y extranjeros llegan ahí todos los años para mirarla con asombro. Algunos más la interrogan en un diálogo secreto. A la entrada de esa misma sala, los visitantes son recibidos por el Teocalli de la Guerra, el monolito que lleva grabado el águila sobre el nopal (pero sin serpiente) que representa la fundación de Tenochtitlán. Ambas piezas son vigiladas de cerca por la Coatlicue, que luego de 500 años ofrece más enigmas que respuestas.
El poeta Rubén Bonifaz Nuño, que pasó años mirando esa piedra, dijo haber hablado con ella: “Es el monumento fundamental de la antigua cultura mexicana. Durante años lo miré tratando de explicarme la causa y la sensación de energía inagotable que su presencia me imponía. A fuerza de interrogarlo, hubo un día comenzó a responderme y comprendí entonces algo de lo que en él ocurría. Este monumento es la representación del sumo poder en el punto donde va a ejercerse para crear el universo”.
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BSMM