Una vida dedicada a la música: Orquesta Juvenil Universitaria Eduardo Mata

Es hogar de los mejores músicos jóvenes del país; sin embargo, ser prodigios en sus instrumentos suele ir acompañado de años de muchos sacrificios.

Fotografía cortesía de la OJUEM
Sarah Gore Reeves y
Ciudad de México /

Fundada en 2012, la Orquesta Juvenil Universitaria Eduardo Mata (OJUEM) de la Universidad Nacional Autónoma de México es donde algunos de los mejores jóvenes músicos del país van a desarrollar sus habilidades, con la esperanza de algún día tener un puesto en una orquesta profesional. Ser parte de este prestigioso grupo no es sencillo, según el reglamento del programa de becas, se tiene que ser un estudiante avanzado o recién egresado de una escuela profesional de música. Una vez que los integrantes son aceptados tras un arduo proceso de audiciones, deben ensayar durante horas todos los días, hacer largos trayectos de la sala a sus hogares y mantener el altísimo nivel de exigencia técnica para mantenerse en el ensamble principal.

Dentro de este grupo de músicos se encuentra Pedro Reyes Gerardo, quien con 30 años, está por vivir sus últimas dos semanas cómo fagotista de la orquesta juvenil. Prácticamente está dando su “último aliento” de juventud.

Empezó a tocar el fagot cuando lo descubrió viendo televisión a los 20 años, muy tarde en comparación con sus compañeros, quienes suelen aprender a tocar desde niños. La vida de Pedro gira en torno a la orquesta. Los lunes y martes ensaya en casa, en Topilejo; de miércoles a sábado asiste a los ensayos y los domingos los dedica a tocar ante el público. Continúa en la OJUEM porque no ha logrado pasar ninguna de las audiciones en las que ha participado, como la de la Orquesta del Estado de México, la Filarmónica de la Ciudad de México o la Orquesta del Desierto. Entrar en alguna de las anteriores es un sueño para un integrante de la juvenil, pues significa convertirse en músico profesional.

Pedro piensa seguir audicionando en orquestas profesionales; a pesar de sus años de educación en el Conservatorio Nacional de Música y de su preparación en la OJUEM, no tiene garantías para el futuro. El hecho de ser un músico que ha dedicado su vida al dominio de un instrumento no significa nada. “No sé, tal vez pueda dar clases, y obviamente seguir esperando audiciones, prepararme para que cuando llegue el momento pueda dar lo mejor de mí y conseguir trabajo profesional. Sobre todo hay incertidumbre, ¿sabes? Ahora mismo no lo sé”, dice el músico.

Los integrantes tienen que ser personas comprometidas a alcanzar los niveles más altos de desarrollo artístico “incompatible con estudios o compromisos que puedan obstaculizar su dedicación con la orquesta. Tienen que asistir a eventos como ensayos, clases, conferencias, etc. Hay que tomar en cuenta que los integrantes ensayan de martes a sábado, tres horas y media al día con toda la orquesta; además de la universidad y estudio personal del instrumento y de los materiales”, menciona un miembro de la orquesta.

Su lugar de trabajo, la Sala Nezahualcóyotl, es un recinto imponente. La estructura brutalista y su impresionante sonoridad la han posicionado como uno de los mejores escenarios para tocar y escuchar música en el país. Es curioso que detrás del escenario principal, encima de los asientos, el fondo de madera se asemeja a un órgano, como si se estuviera definiendo a la sala como un lugar sacro para la música. Y vaya que lo es.

En preparación para los últimos conciertos de 2023 —el cierre de temporada—, los ensayos se intensifican. Hay gente como Emmanuel Chavarría, el integrante más joven de la orquesta, que pasa ocho horas al día en transporte público para llegar a ensayar y regresar a su casa.

Asistir a una de estas prácticas ofrece una perspectiva completamente distinta a la que se puede adquirir en los conciertos. Los jóvenes van llegando uno por uno. Serios. Sin distracciones. Solamente las trompetas y los trombones entran al salón entre risas. Los demás van directamente a armar sus instrumentos, a preparar sus boquillas y a calentar.

Después de los ensayos, llega el día del concierto, el 3 de diciembre. El aplauso al finalizar significa alivio para los integrantes, pero también un tipo de adrenalina, una sensación de excitación y felicidad que dura cinco minutos. Después de ese instante, los músicos tienen que pensar en su siguiente ensayo, en su siguiente tocada, en su siguiente logística para llegar a casa, repetir el ciclo para volver a tener esa sensación de complacer al público y de cumplir sus sueños.

Cuando terminó aquel concierto, Pedro inmediatamente después de despegar su boca de la boquilla del fagot, chocó puños con la compañera sentada a su derecha. Se puso de pie y recibió con júbilo los cinco minutos de aplausos. Sabía que era momento de prepararse para su última semana como miembro de la orquesta. Se perdió entre la multitud de instrumentistas en un par de segundos. Seguramente había salido por aquella puerta junto al escenario, por la que tantos músicos del país sueñan con cruzar.

mrevistademilenio.com

Fotografías cortesía de la OJUEM

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  • Jose María Hernández Mireles

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