Este Viernes Santo, como cada año, el ardiente sol de primavera siguió más de una vez el recorrido de Jesús rumbo al Calvario. Una de las múltiples crucifixiones que tuvieron lugar en Monterrey fue la organizada por la Parroquia Santa María Goretti, instituida por el padre Roberto Infante hace cincuenta y ocho años.
La procesión parte de la iglesia antes de las nueve de la mañana con algunas decenas de personas que luego se multiplican conforme Cristo se acerca a su destino fatal. Varios grupos de hombres se quedan rondando las calles cercanas al templo, vigilados de cerca por policías de la Fuerza Civil: son migrantes centroamericanos.
El guión no cambia.
Tras ser entregado por el traidor Judas Iscariote, el Mesías es puesto a merced de Poncio Pilatos, quien lo presenta al pueblo de Jerusalén y se lava las manos ante las exigencias de una ejecución. “¡Muerte!, ¡muerte!”, gritan los judíos en escena, que se desarrolla en una de las calles de la colonia Garza Nieto, popularmente conocida como “La Coyotera”.
Luego de escuchar su condena, el joven Matías Martínez Delgado, que interpreta a Jesús, recibe una cruz de setenta kilos, la cual cargará durante cinco horas y a lo largo de cinco kilómetros. Para esta misión se entrenó tanto física como espiritualmente desde hace meses, aseguró previamente en una entrevista para televisión.
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Los soldados romanos guían al Hijo de Dios hacia el Monte Calvario, que en este caso es la Plaza del Ferrocarril de la colonia Industrial. No hay debido proceso ni derechos humanos: Jesús es víctima de bullying y tortura por parte de los guardias a cada paso que da. Pero en la realidad, los organizadores del viacrucis están al pendiente de que Matías se mantenga en perfectas condiciones de salud hasta el final de la obra.
Jesús aprovecha cada estación para tomar un breve descanso. Se agacha e intenta cubrirse el rostro con la sombra de la cruz, al mismo tiempo que quienes le acompañan rezan y cantan melodías solemnes para rogar perdón al Señor.
La gente sale de sus casas o se asoma por las ventanas para observar la representación. Niños, señores, ancianas… todos quieren ver aunque sea por un momento el tormento del Mesías.
La procesión cruza un paso elevado de Ruiz Cortines, a la altura de Bernardo Reyes. Por un lado de la avenida pasa un camión de la Ecovía, que se solidariza con Jesucristo sonando su claxon. A estas alturas el sufrimiento también empieza para los caminantes, sobre todo para los que no cargaron una sombrilla.
Cristo se cae, se levanta. Sale al encuentro su madre, María, y le llora.
El guión cambia.
Aparece en escena un migrante centroamericano, vestido con una camisa, jeans y sin zapatos. Sin reparos carga la cruz del Mesías por unos momentos.
Verónica le limpia el rostro y Jesús sigue su camino. Cae de nuevo. Mujeres y niñas le lloran. El padre Felipe de Jesús Sánchez, párroco fundador de Casa Indi, también le ayuda a cargar su cruz por unos instantes.
Cristo se cae por tercera vez. Para entonces ha llegado a las calles de la colonia Bella Vista, donde los vecinos ya lo estaban esperando.
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En esta versión del viacrucis, la ejecución llega poco después de mediodía. Ni una nube le hace justicia al Señor, a quien no le queda más remedio que cumplir su condena en medio de dos ladrones. Todo termina con la frase: “Padre mío, en tus manos encomiendo mi espíritu”. Después le despiden de rodillas en el piso caliente, con la esperanza de su resurrección este domingo.
Al término de la jornada algunos regresan nuevamente a las instalaciones de la parroquia. En los alrededores siguen presentes decenas de migrantes en espera de agua, comida o techo para descansar un poco de su calvario rumbo a Estados Unidos. A diferencia de Jesús, ellos desconocen el final de su viacrucis.