Escritor que huye del reflector desde los años noventa y se refugia en la música y el silencio, el francés Pascal Quignard (1948) ha construido una obra que va de los ensayos a la novela. Conoció el desdén editorial y la gloria, tiempo después hasta con impacto en el cine, y a años luz de sus épocas de empleado en Gallimard ha llegado a conclusiones como que él no escribe para alguien, sólo escribe, como un pájaro que canta sin saber para quién.
De visita en México para participar en la FIL de Guadalajara 2023, viaje insólito por el retiro que él mismo se impuso, el autor de Todas las mañanas del mundo exhibe amabilidad en el trato, gratitud a los lectores y disposición a hablar sobre su obra, pese a que dice que una vez publicados, los libros desaparecen para los creadores, porque se concentran en el que sigue, por lo que no tiene un hijo favorito.
Acude puntual a la conversación con MILENIO. Viste saco y pantalón negros, camisa azul marino. Saluda con cortesía y se dice aliviado de que la entrevista sea en francés, porque lleva día y medio hablando a su público por medio de dos traductores que lo acompañaron a los actos concertados en la Universidad de Guadalajara y en la propia FIL.
—En Pequeños tratados usted ha escrito sobre la lengua y su narrador duda si acaso la lengua está viva. Hay lenguas, como el hebreo, que han resucitado después de miles de años. ¿Qué piensa usted realmente como escritor?
—El escritor no toca la lengua viva. El escritor toca todos los sedimentos de la lengua. Es el suelo donde el silencio ha profundizado en la lengua.
Quignard se ríe de buena gana ante la pregunta de si cree que el francés sea la mejor lengua para hacer literatura, debido a que es la más reconocida por la Academia Sueca en cuanto a Premios Nobel de Literatura, o si sólo se trata de que los jurados aman esa lengua, que es la suya.
—No lo sé, no tengo idea de cuáles sean las razones por las cuales vota el jurado —responde—. Puedo decir, sin embargo, que no pienso que las artes se dirijan a algún jurado. Más bien, las artes se dirigen a la emoción. Eso creo.
—A propósito, cuando hablamos del padre de una lengua pensamos en Shakespeare, Dante, Goethe, Cervantes… Para usted, ¿quién es el padre de la lengua francesa?
—Es muy difícil esa pregunta —se toma el mentón, baja la mirada, escudriña en su memoria—, es una decisión muy difícil. Pero puede ser que el más francés de los franceses sea Michel de Montaigne.
Quignard ha dedicado algunas líneas a las bibliotecas. Uno de sus narradores, o acaso él mismo, expone que “las bibliotecas son cuerpos vivientes” y remite de forma inevitable a Umberto Eco y a Jorge Luis Borges.
—¿Le gusta la literatura de Borges?
—Absolutamente. Pero es muy diferente de lo que yo busco.
—¿Qué es lo que usted busca?
—Lo que busco no es pensar, lo que yo busco es la emoción que pasa por el aire libre, que pasa por el silencio, por la música —él mismo es músico, experto organista y tratadista en la materia—. Borges habla mucho de lugares donde he ido, pero es muy intelectual y yo soy menos intelectual.
—“El sueño es ya otra vida”, ha escrito usted en La noche sexual. Y yo me acuerdo de Calderón de la Barca con La vida es sueño… ¿Hay algún escritor en español que le guste?
—Sí, muchos. Ahora que usted habla de sueño, el autor de La noche oscura del alma es San Juan de la Cruz. Lo he leído tres veces. Admiro mucho esta meditación sobre la divinidad, sobre la relación directa, vertical hacia Dios.
El autor mira de reojo los libros que forman una pequeña pila en una mesita y acaso adivina que se le pedirá su autógrafo al término de la entrevista. Ahí están en francés Tous les matins du monde y La nuit sexuelle, y en español Las solidaridades misteriosas, los dos tomos de Pequeños tratados y Sacher-Masoch: el ser del balbuceo.
—¿Tiene usted un hijo favorito? —el entrevistado mira al reportero con incredulidad, habida cuenta de que es autor de unos cincuenta títulos—. ¿Puede ser Todas las mañanas del mundo, que es un libro muy famoso?
—¿Sabe?, los escritores se apasionan totalmente por los libros que escriben. Y, curiosamente, una vez que han sido escritos, desaparecen por completo. Y surge otro libro. Y se borran por completo los libros anteriores, automáticamente, y el escritor se concentra en lo que va a escribir.
Asumiendo la condición de “vieja guardia”, Quignard exhibe algo de resistencia a hablar de algunos temas de actualidad que acaso le parezcan banales, como la cultura de la cancelación, las plataformas de video y la inteligencia artificial, pero ensaya algunas respuestas.
—¿Cree que las nuevas tecnologías, como la inteligencia artificial, amenacen la literatura?
—No, no creo que ninguna tecnología amenace a la precedente. No creo que la tecnología modifique la literatura. Soy un hombre de escritura libre. No puedo hacer otra cosa que reelaborar, volver a decir mi vida en el interior de un libro escrito. Es así.
—Encuentro en sus libros, maestro, una búsqueda de conocimiento filosófico, musical, literario. Es usted como un hombre de la época de la Ilustración.
—Bueno, soy un renacentista. La literatura hace revivir, permite emanciparse de las divisiones. La literatura rompe las barreras.
—Hablando de música, yo sé que usted ama el Barroco, pero me gustaría saber si escucha algo “más reciente”, como el rock o el jazz.
—Sí escucho muchas cosas recientes. Trabajo con músicos contemporáneos, pero músicos de cultura clásica. No conozco para nada la variedad de la música popular. Trabajo con compositoras como Susane Giroux, como Michèle Reverdy, que son compositoras contemporáneas, pero no de música bailable.
Quignard pasó una década buscando editor para sus Pequeños tratados, obra que terminó de escribir en 1980 y vio la luz hasta 1991. Sin embargo, es un prolífico autor de novela que en español tiene títulos en sellos como Funambulista, Galaxia Gutenberg y ahora Sexto Piso. Los premios llegaron pronto coronados más adelante con el Goncourt y el Formentor.
—¿Es la novela el rey de los géneros en la literatura?
—Es un género maravilloso que permanecerá siempre. Deriva de contar los sueños. No sólo los hombres sueñan. Los animales sueñan, los gatos sueñan, las aves sueñan. Es una invención muy extraña que prolonga los sueños, las experiencias de vida, eso son las novelas.
—Cuéntenos, por favor, ¿cómo es su proceso creativo? Es decir, ¿dónde escribe, a qué hora, utiliza la computadora o una pluma?
—Desde hace mucho, sin excepción, escribo durante las mañanas. En mi cama, muy temprano. Saliendo de los sueños. Escribo dos o tres horas. Todos los días. No importa qué pase. Después de eso ya terminé. Mi vida es muy sencilla, muy feliz, muy bella. Después de eso, no transcribo a la computadora lo que escribo con lápiz en mi cuaderno. Yo escribo en papel con un lápiz.
—A la antigüita.
—Sí.
—¿Cuándo usted escribe lo visitan las musas? ¿Existen?
Quignard duda si ha entendido la pregunta. El reportero le muestra el texto escrito en el iPad. Y, generoso, el escritor responde:
—Creo que ya sé por qué no entiendo. Porque no conozco a las musas.
—¿Cómo las llama usted?
—No, yo no las conozco. No existen. Eran los antiguos quienes creían que había musas. Que había quienes los inspiraban. Pero no, para nada. Nadie me inspira.
—¿La realidad?
—No, tampoco.
—¿Los sueños?
—Es la frase, son las frases que siguen. La melodía. Las ondas musicales. Pero no es una musa.
Cuando termina la entrevista, consumada gracias a las atenciones de Sexto Piso y la Unión Europea, Quignard firma con buena disposición la pequeña pila de libros y hace hincapié en una respuesta mientras se despide: “Recuerde, las artes se dirigen a la emoción y nada más”.