‘Patrañas’: al que Dios escucha

Desde pequeño, Ismael hizo méritos para ganarse un sobrenombre: ‘El Patrañas’. “La primera vez fue cuando me hizo creer que estaba embarazada”, refería Juana, su madre. En tres meses no apareció la menstruación, y a Ezequiel, su padre, eso llenó s

‘Patrañas’: al que Dios escucha
Ciudad de México /

Porque chamaco ha de ser, no morrita mocosa: varoncito el primero; después, Dios dirá.

Ni trabajo tenía Ezequiel, pero hizo a un lado su inercia para conseguirlo; a falta de otra oportunidad, decidió aceptar el ofrecimiento de Pablito, su padre, para enyesar un hotel y lo aceptó: fue un zopilote más entre la tropa de albañiles, electricistas, carpinteros, plomeros... Trabajó en el hotel Necaxa, el Avión, en el Liverpool. Pleno cuadrante de la Soledad, entre camiones de carga, diableros, comerciantes en frutas, verduras, abarrotes; entre padrotes y prostis, carteristas, drogos y teporochos. Gustó del ambiente en los hoteles de paso; le agarró gusto a sonsacar a recamareras y a la hora de la comida agasajarlas con pollo rostizado, chiles en vinagre, queso panela marca Supremo y bolillos recién salidos del horno; luego, solo quedaban él y aquella que se sabía el centro de las atenciones del Chaparro. Un rapidín y vámonos: cada quien a su chamba.

Después la regla aquejó a Juana; pasada la ira de su compañero (“ya vez, por andar cargando cosas pesadas echaste fuera al crío; tus madrazos debía darte, por pendeja”), le hizo ver que había sido nomás un atraso de su ciclo.

—Nomás falta que salgas mañosa y solita andes haciendo cosas para abortar... Verás, verás... Eres una patrañas, mentirosa —reclamaba, y la palabra se convirtió en temporal apodo para su mujer: “Ya llegué, Patrañas, ¿qué vamos a cenar?”

—Ay, Chaparro, no me digas tan feo delante de la gente; al rato así me van a decir y verás las desgreñadas a las que me expones. Allá tú si tienes que ir por mí al juzgado…

Una vecina enfermera le ayudó a convencerlo: “Los retrasos se deben a los cambios hormonales, no sea celoso”. Pero aún así, cuando al siguiente mes no menstruó, desconfiado la acompañó al laboratorio de análisis clínicos.

El gasto fue en vano. Nada aún en su vientre. El médico recetó vitaminas, tener paciencia y relaciones en días fértiles, llevar bien las cuentas. “Y usted, Chaparro, deje la briaga o le sale defectuoso el chiquillo que tanto desea”.

—Otra patraña de esas y te me vas al carajo —sentenció él—. No me junté contigo nomás para tener una mula en la cama.

No fue sino dos meses después (medio año tenían de arrejuntados) que se les cumplió el deseo. Cuando menos el de Ezequiel, en cuya cabeza se incrustó la idea que, con hijos y quehaceres en casa, “a las mujeres se les quita lo comadreras y argüenderas”.

—Ora sí, Patrañas, te atiné —festejó con cervezas Ezequiel al conocer los resultados del ultrasonido, y la premió llevándola a la fonda cercana a la iglesia para cenar flautas, tostadas de pata y quesadillas de papa; y para pasar bocado, una Drogacola para cada uno. Para Juana eso era la felicidad. Después, conforme el vientre fue creciendo, trasladó el apodo que fuera de Juana al feto que ya se agitaba en su interior.

—Pinche payaso, no me le andes diciendo así, Chaparro, porque después se le va a quedar —decía ella, sin mucha convicción, cada que él pegaba su oreja a la voluminosa panza.

Para solventar algunos gastos por venir, Juana logró que sus primas quesadilleras le permitieran instalar un puesto de café, atole y pan de dulce junto a ellas, que además vendían tostadas, pambazos de papa con chorizo bañados en salsa de chile guajillo; sopes y guaraches con bistec o huevo revuelto. Su clientela la conformaban los empleados y pacientes del Centro de Salud aledaño, los estudiantes de la Escuela de Odontología y los maestros y empleados de dos primarias y una secundaria. Las primas no se daban abasto y para menguar la espera, la clientela adelantaba el almuerzo consumiendo los bebestibles y el pan de dulce de Juana.

Además, le organizaron el beibichawer que le permitió acopiar pañales desechables marca libre, pañaleros, chambritas, mamilas, un esterilizador, mamelucos, mordederas para cuando la dentición martirizara al chamaco y los juguetes propios de la tierna infancia.

—Ya vez como sí es Patrañas: nomás nos engañó —decía el Chaparro cuando la partera de la colonia se fue, luego de comprobar que todavía faltaba para el alumbramiento que Juana creyó inminente.

Ezequiel optó por la partera y Juana cedió a su deseo, para no enemistarse con la suegra, quien alegaba con plena convicción:

—Parir no es cosa del otro mundo; tuve nueve hijos y todos en casa. Ahí los ves, todos vivos y comiendo. En el hospital te van a hacer cesárea y verás que todo se complica. Mi comadre es buena para esos menesteres, y como es madrina del Chaparro ni les cobrará. No malgasten dinero que no tienen”.

Y cuando el parto tuvo lugar Ezequiel, ansioso, preguntó qué había sido; la Seño (comadrona de amplia experiencia) le dijo al tiempo que secaba sus manos:

—Niña, Chaparrito, niña. Estuche para caballero.

“No mame”, pensó enmuinado: “estuche sus hijas guangochis, madrina”. Entre la decepción y medio resignado, Ezequiel comprobó que era varón y brincaba de gusto y abrazaba a los presentes y repartía chocolates, metiendo mano a la bolsa adquirida al bróder que subió a la pesera ofreciendo “los auténticos macizos de la marca Turín”.

Propagó entre amigos y familiares que Patrañas traía torta bajo el brazo, porque la chamba, aunque flojona, no fallaba, y que el morrito había engañado a todos hasta el final:

—Ni la Seño, que dizque se las sabe de todas, tooodas, se le fue viva —comentaba a sus amigos en la cantina y pedía la otra ronda de cerveza—; mi madrina se fue con la finta o de plano ya no ve. Se llamará Ismael, me dijeron en el templo que quiere decir “al que Dios escucha”.

De la cantina se fueron al Río Azul, le dieron con fe al guarachazo y de ahí a El Jardín, bebedero para aferrados. Ahí les amaneció y decidieron rematar con música para la parturienta y su recién nacido. Llegaron a la vecindad justo cuando el sonido de las chicharras de las escuelas vecinas anunciaban el ingreso a clase. El trío que llevaron se discutió Las Mañanitas y para la madrecita: Juana la Cubana, en versión norteña:

Haganle una rueda a Juana/ porque ya empezó a bailar;/ esa morena cubana/ nos va hacé hasta sudá./Bailen como Juana la Cubana/ el ritmo que siente sabroso/ como jugo de manzana./ Bailen como Juana la Cubana:/ un paso pa’delante y un paso para atrás/ pero con ganas./ Bailen como Juana la Cubana…

Juana, con el bebé en brazos y enorme sonrisa de satisfacción, se dejó besar y abrazar por Ezequiel; se enfadó cuando éste lo destapó para pellizcarle los cachetes y jubiloso dirigirse al vecindario congregado: “Les presento a mi hijo el Patrañas, que según el calendario se llamará Ismael, al que Dios escucha. Y que traigan el cartón de chelas, pues”.

Escritor. Cronista de "Neza"

  • Emiliano Pérez Cruz

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