Pitol, un niño al que le encantaba inventar sus propios universos

Lamentan escritores, poetas y editores la muerte del poblano Sergio Pitol, autor de “El arte de la fuga”, “Una autobiografía soterrada”, “El tañido de la flauta” y “La vida conyugal”, entre otras obras

Moisés Ramos
Puebla /

“El muy grande, muy querido Sergio Pitol ha muerto. Mi dolor de amigo es grande y la pérdida literaria es inconmensurable” escribió Pedro Ángel Palou García tan pronto se enteró de la muerte del escritor nacido en Puebla.

Eduardo Montagner, también poblano y escritor, quien entre otras cosas por hablar en véneto con él hizo una larga y fructífera amistad con Pitol, declaró en entrevista con MILENIO PUEBLA:

“Sergio Pitol declaró en ‘El arte de la fuga’ y ahora, en un texto por completo resemantizado, en ‘Una autobiografía soterrada’, que lo único que ha de saber un escritor es que su patria es el lenguaje, y que, salvado ese punto, lo demás son minucias. Han tenido que pasar años para que yo vaya entendiendo con cierta exactitud esa postura, ya que mi bilingüismo me hace estar fuertemente marcado por la defensa de mi lengua, que también fue de los ancestros de Sergio Pitol, aquella que él mismo nombra en su texto”.

Por su parte, Alfredo Godínez, quien también conoció muy de cerca a Pitol, y lo trajo a Puebla un par de veces en plan literario desde la húmeda Xalapa, comentó a quien esto escribe:

“Puedo decir que, de las veces que lo invité a venir a Puebla, conocí tres facetas de él. El primer recuerdo tierno, curioso que tengo de él, recae cuando vino al homenaje que le realizamos entre alumnos de la UAP y la Udlap. Pidió descansar en el Hostal de la Udlap antes de partir al evento; yo me encontraba comiendo y platicando con el maestro Jesús Villegas y el escritor Gabriel Wolfson; de pronto, cual niño chiquito, Sergio salió sin hacer mucho ruido del cuarto donde estaba descansando y se dirigió hacia una barra donde se encontraba un frasco con dulces y comenzó a guardar una singular cantidad en ambas bolsas de sacos. Y cada que tomaba dulces, miraba a su alrededor, esperando no ser visto”.

Pitol nació en Puebla, el 18 de marzo de 1933, por lo que acababa de cumplir 85 años de edad.

Abierta como Casa Refugio, como aún se leía en una placa al poniente de su puerta principal hace un par de años, la Casa del Escritor fue inaugurada en abril de 2003 por el ganador del Premio Nobel de Literatura, Wole Soyinka, de origen africano; por la rusa que, ni ella ni nosotros lo sabíamos, doce años después ganaría el mismo galardón: Svetlana Aleksiévich. Otro de los invitados fue el ya fallecido poeta y narrador Álvaro Mutis; el entonces gobernador Melquiades Morales y el escritor, entonces secretario de Cultura, Pedro Ángel Palou completaban la mesa del salón que, posteriormente, y gracias a su director, el poeta Roberto Martínez Garcilazo se llamaría “Sergio Pitol”.

Por su parte, el poeta y editor José Homero escribió al conocer la noticia del deceso del escritor:

“Sergio Pitol fue un ser humano extraordinario, un escritor de excepción y un amigo sin par. Lamento mucho la noticia de su muerte y me abruma la tristeza. Nos queda sin embargo el don de su conversación, de su talento y de su inagotable sabiduría a través de sus libros. Descanse en paz. Mis condolencias a sus familiares, amigos –que tuvo muchos, buenos, leales– y lectores”.

Hombre de palabras

Eduardo Montagner, nacido en la comunidad Francisco Javier Mina, conocida como Chipilo en San Gregorio Atzompa, es uno de los escritores que, cuando empezaba el oficio de la novela, pudo hacer una sólida amistad con Sergio Pitol, de quien dice:

“Todo está en todas las cosas; el que abre “El arte de la fuga”, donde, tras la llegada a Venecia, dice: Oí hablar italiano y alemán y francés en torno mío, y también el dialecto véneto, salpicado de viejos vocablos españoles, que alguna vez debieron hablar en esas mismas callejuelas mis antepasados. Sin embargo, por encima de todo ello, he descubierto que se impone una pasión por la palabra, por la grafía, una pasión por la trama, y es esta vocación la que predestina a esos ‘señores que escriben’, mexicanos o de donde sea, a encontrarse: a encontrarse en la patria del lenguaje”.

Y más: “Casi todos los autores que Pitol menciona como sus maestros literarios logró conocerlos sólo a través de lo más importante que un escritor puede y debe legar al mundo: su obra. Yo tuve la fortuna de conocer la obra y la persona de Sergio Pitol, y también la de haber leído o releído a varios de aquellos autores fundamentales que él menciona a través de su escritura”.

Alfredo Godínez, quien siempre promovió el que Pitol fuera reconocido, sobre todo en esta ciudad donde nació hace 85 años, habla de las otras características que halló en el autor de “El tañido de la flauta”:

“El segundo recuerdo recae en los procesos de logística previos a la presentación, en Puebla, de su libro “Una autobiografía soterrada” y entrega de la copia de la Cédula Real de Puebla. Había solicitado a Almadía un número importante de libros para todas las autoridades que nos estaban ayudando en las gestiones, pero para la editorial representaba un gasto importante. Así que un día, de pronto, mi teléfono celular me avisa que llamaba Sergio y al contestar me dice: “¿estás en tu universidad? Voy para allá, estoy entrando a Puebla. Traigo los libros que necesitas regalar.” A petición de Sergio, fuimos a Profética a que firmara cada uno de los libros, siempre me iba preguntando para quién era y qué puesto desempeñaba, y así poder escribir la dedicatoria adecuada”.

Y más: “El tercer recuerdo tiene que ver con horas previas a la ceremonia en la que recibiría la copia de Cédula Real de Puebla: después de haber sostenido una larga y amistosa charla con don Pedro Ángel Palou Pérez y, posteriormente, haber comido, emprendimos un viaje al Sanborns en búsqueda de unos lentes de lectura provisionales, pues los suyos los había olvidado en Xalapa. Tal y como le pasó cuando iba a recibir el Premio Cervantes”.

Finaliza: “Sergio, para mí, además de ser un gran escritor, es, fue y será un gran niño que disfrutaba de perderse en el universo de los libros, al mismo tiempo que le encantaba inventar sus propios universos. También era un ser elegante, caballeroso, muy diplomático y tierno al mismo tiempo. Siempre tenía una sonrisa para regalar”.

Sacho fue el último perro de Pitol en su casa, en Xalapa. En las antiguas tradiciones mexicanas, son los perros quienes ayudan a las almas, al cruzar por el inframundo, a llegar al tlalocan. Pitol siempre tuvo un perro. Y seguramente uno le llevará a buen resguardo, al tlalocan.


AMV

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