¿Por qué hay tantas canciones que se parecen y no son consideradas plagio? ¿Dónde está la frontera entre inspirarse en la música de alguien más y, literalmente, copiarla?
El pasado 15 de octubre, durante el medio tiempo del partido entre América y Xolos en el Estadio Azteca, la banda Matute, liderada por Jorge D'Alessio, tocó la canción que compuso para conmemorar el centenario del equipo de Coapa.
De inmediato, la banda fue criticada por plagiar la canción ‘El arrebato’, que Javier Labandón compuso en 2005 por el centenario del Sevilla.
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Un viejo chiste contado entre músicos sentencia a Vivaldi como el inventor del papel calca. Según los musicólogos eruditos, las estructuras que componen su obra se repiten con relativa frecuencia —quizá demasiada— casi de manera exacta.
Otro gran sofisma alude a Johann Sebastian Bach, considerado el padre de la música no por haberla inventado, sino porque cifró las bases de la armonía occidental que aún prevalece hasta el siglo XXI.
“Después de Bach —dice el sofisma— ya no se puede inventar nada nuevo”. El compositor alemán logró resumir en los dos volúmenes de El clave bien temperado prácticamente todas las combinaciones posibles en nuestro sistema musical.
Ambos ejemplos tienen, en el fondo, el mismo origen y son un detonante para hablar de esa delgada línea que existe entre referencias, influencias y plagios musicales.
La teoría más elemental dicta que la música se compone de ritmo, melodía y armonía.
Explico:
El ritmo constituye, de manera muy general, las diferentes duraciones que puede tener un sonido. Puede ser corto, largo o de duración media (eso es relativo) y funciona de manera independiente a la velocidad con que se toque una canción.
La melodía es una sucesión de sonidos —notas, de esas que todos nos aprendemos en la secundaria— de distinta altura y duración. Los saltos entre una nota y otra se llaman intervalos. Al igual que con el ritmo, hay algunos intervalos más amplios que otros. Al unir dos o más sonidos (y crear intervalos) se genera una idea musical (hay que tener esto en mente porque será la materia prima de la explicación posterior).
La armonía se genera al tocar por lo menos tres sonidos de manera simultánea —aunque dos son suficientes para establecer una base armónica—. El conjunto de estos sonidos se llama acorde. Una forma de asimilar la armonía es pensar en ella como una especie de alfombra sobre la que se construye una melodía.
Una canción que lo ejemplifica es ‘Let it be’, de The Beatles. El piano al inicio establece la armonía. La voz de Paul McCartney es la melodía.
En este punto el asunto se complica. En el sistema musical de occidente existen sólo 12 notas, que son las que deben combinarse para formar acordes (pensemos en el teclado de un piano). Como el número de notas es limitado, el número de acordes posibles también, sobre todo en la música popular o el rock básico que toca Matute.
Al tocar un acorde tras otro se crea una progresión armónica. Entre ellas, hay algunas muy complejas y otras que, por su eficacia musical, se repiten una y otra vez en cientos de canciones.
En un video publicado en 2011, el grupo The Axis Of Awesome se pitorrea de, por lo menos, unas 47 canciones hechas con los mismos cuatro acordes.
Pero basta de teoría aburrida…
¿A qué viene todo esto? Las similitudes son innegables entre el himno que Matute cantó el sábado y el himno del Sevilla. Pero, ¿por qué las casi 50 canciones del video de The Axis Of Awesome pueden compartir la misma armonía y no se consideran plagios?
El límite, como dije antes, es difuso. El sofisma sobre Bach no está tan equivocado: todas las combinaciones ya están hechas. El desafío consiste en utilizarlas con creatividad.
Ahora bien, en la melodía es donde aparecen los verdaderos conflictos, pues la cantidad de combinaciones posibles es infinitamente mayor. Mientras que la armonía puede ser estática —permanecer todo el tiempo en el mismo acorde—, una melodía no se puede separar del ritmo: ambos elementos se necesitan.
Cuando se utiliza una melodía que ya se ha compuesto, no sólo se copia la sucesión de sonidos, también la distribución y duración de las notas. Es por eso que un plagio melódico se vuelve más evidente.
Ése es el caso de los himnos del América y del Sevilla. La canción de Matute no sólo utiliza la misma progresión armónica que la de Javier Labandón en el coro y algunos pasajes al inicio de la canción, también recurre a la misma melodía, al mismo ritmo y, con descaro, a los mismos saltos interválicos. En otras palabras, a la misma idea musical.
Usar la misma armonía una y otra vez no es plagio porque el proceso funciona de manera similar a las recetas de cocina: el resultado siempre será similar porque cada vez se utilizarán los mismos ingredientes. Pero lo específico, el sazón, la presentación, el concepto —en otras palabras, la melodía— siempre será diferente.
No fue así en el caso de Matute. Su himno es un plagio en los tres niveles que componen la canción.