Por qué Tom Wolfe era amado y odiado al mismo tiempo

El escritor y periodista estadunidense, autor del 'bestseller' 'La hoguera de las vanidades', murió a los 88 años.

Tom Wolfe fue denostado por autores como Norman Mailer y John Updike. (Reuters)
Agencia DPA
Nueva York /

Vestido completamente de blanco, con sombrero y traje hecho a medida: así paseaba Tom Wolfe por Upper East Side, en Nueva York: lento, pero orgulloso y erguido. Desde la publicación de su bestseller mundial La hoguera de las vanidades, Wolfe había entrado en el Olimpo de la literatura.

A Wolfe lo rodeaba siempre algo místico. También había hecho de su edad un secreto. Mientras que su editorial alemana indicaba 1931 como su año de nacimiento, otras fuentes hablaban de 1930, como la Biblioteca Pública de Nueva York, que en 2015 compró por más de dos millones de dólares el archivo del escritor, compuesto por 190 cajas.

En los últimos años, Wolfe se había retirado cada vez más de la vida pública, aunque de vez en cuando seguía regresando tan polémico como siempre. En 2016 atacó las teorías de la evolución de Darwin y al lingüista Noam Chomsky en El reino del habla. En 2012 se enfrentó a las élites de Miami en Back to Blood

Siempre fue un hombre de contradicciones: amado por las masas de lectores, pero repudiado por el establishment literario.

Muchos de los grandes de la literatura estadunidense —como Norman Mailer y John Updike— veían en sus obras "entretenimiento de masas". También John Irving se quejó de la "locuacidad" de su compañero y se declaró incapaz de terminar la primera y más conocida novela de Wolfe, La hoguera de las vanidades.

Wolfe también dividió a la crítica literaria. Nadie dudaba de su posición como "primer periodista pop", como lo calificó The Guardian, y como confundador del nuevo periodismo, que mezcla lo literario con la no ficción.

Considerado un diagnosticador de la sociedad y la época, Wolfe proporcionaba el lienzo literario adecuado de las costumbres de cada década. Pero el autor también era un actor vanidoso que disfrutaba describiendo las debilidades de otras personas, algo que Wolfe nunca negó. "Si la mayoría de los escritores fueran sinceros con ellos mismos admitirían que sólo querían alcanzar esto: antes nadie los tomaba en serio, ahora sí", escribió.


Un niño genio

Wolfe nació en una familia rica de profesores y propietarios de plantaciones. Su madre lo inició en las artes, lo apuntó a clases de ballet y claqué, y dibujaba y leía mucho con él. Cuando apenas tenía nueve años, el joven Wolfe intentó escribir una biografía sobre Napoleón, así como un volumen ilustrado sobre la vida de Mozart.

Estudió en la Universidad de Yale y posteriormente se postuló como periodista. "Envié más de 100 solicitudes a periódicos", contó en una ocasión a la revista literaria Paris Review. "Sólo recibí tres respuestas, dos negativas." El periódico Springfield Union, de Massachussetts, lo contrató.

Después de otros trabajos periodísticos Wolfe aterrizó finalmente en Nueva York en la literatura de entretenimiento. "Durante ocho meses me senté cada día delante de mi máquina de escribir para empezar La hoguera de las vanidades, pero no ocurría nada. Entonces me quedó claro que sólo lo conseguiría si me imponía un plazo de entrega", contó.

La obra sobre la avidez de dinero de los banqueros de Wall Street y los usureros se publicó a mediados de los años 80, primero como novela por entregas en la revista Rolling Stone. Más tarde fue llevada al cine con Tom Hanks, Melanie Griffith y Bruce Willis. A su primera obra le siguieron éxitos como Todo un hombre y Soy Charlotte Simmons, así como numerosos reportajes y ensayos.

Las dudas sobre uno mismo nunca se fueron, dijo Wolfe, padre de dos dos hijos que vivía con su esposa en la planta 14 de un elegante edificio de apartamentos a los pies de Central Park. "Uno se acuesta cada noche pensando que ha escrito las páginas más brillantes de todos los tiempos, y al día siguiente te das cuenta de que son sólo sandeces. A veces incluso seis meses después. Esto es un peligro constante", dijo.

A pesar de ello, nunca perdió la ilusión por su trabajo, aseguró en una entrevista: "La mayor diversión de escribir es descubrir" .



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