Con este discurso, Porfirio Díaz renunció a la Presidencia en 1911

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El 25 de mayo de 1911, cinco días antes de partir a su exilio en Francia, el general Porfirio Díaz presentó ante diputados su dimisión al “Supremo Poder Ejecutivo”.

Porfirio Díaz renunció a la Presidencia el 25 de mayo de 1911
Editorial Milenio
Ciudad de México /

Cinco días antes de embarcar en el Ypiranga y partir a su exilio en Francia, el general Porfirio Díaz presentó su renuncia como titular del “Supremo Poder Ejecutivo” ante la Honorable Cámara de Diputados, en el recinto que hoy es sede del Congreso de la Ciudad de México, en la antigua calle de Donceles.

Fue el 25 de mayo de 1911 cuando Díaz Mori, considerado por muchos como el más grande villano en nuestra historia, y por otros como el mejor Presidente que ha tenido nuestro país, leyó en la tribuna legislativa su discurso para dimitir al cargo que ostentó por más de 30 años.

A continuación, el texto completo.

A los CC. Secretarios de la H. Cámara de Diputados. Presente

El pueblo mexicano, ese pueblo que tan generosamente me ha colmado de honores, que me proclamó su caudillo durante la guerra de intervención, que me secundó patrióticamente en todas las obras emprendidas para impulsar la industria y el comercio de la República, ese pueblo, señores diputados, se ha insurreccionado en bandas milenarias armadas, manifestando que mi presencia en el Supremo Poder Ejecutivo es causa de su insurrección.

No conozco hecho alguno imputable a mí que motivara ese fenómeno social; pero permitiendo, sin conceder, que pueda ser un culpable inconsciente, esa posibilidad hace de mi persona la menos a propósito para raciocinar y decir sobre mi propia culpabilidad.

En tal concepto, respetando, como siempre he respetado la voluntad del pueblo, y de conformidad con el artículo 82 de la Constitución, vengo ante la Suprema Representación de la Nación a dimitir sin reserva el encargo de Presidente Constitucional de la República con que me honró el pueblo nacional; y lo hago con tanta más razón, cuanto que para retenerlo sería necesario seguir derramando sangre mexicana, abatiendo el crédito de la Nación, derrochando sus riquezas, segando sus fuentes y exponiendo su política a conflictos internacionales.

Espero, señores diputados, que calmadas las pasiones que acompañan a toda revolución, un estudio más concienzudo y comprobado haga surgir en la conciencia nacional, un juicio correcto que me permita morir, llevando en el fondo de mi alma una justa correspondencia de la estimación que en toda mi vida he consagrado y consagraré a mis patriotas. Porfirio Díaz.

evl

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