En menos de 500 metros se desarrolló la primera gay street (calle gay) en el país. De avenida Paseo de la Reforma a avenida Chapultepec, la calle Amberes concretó un proyecto de conquista y recuperación que ayudó a integrar a la comunidad LGBT+ a la sociedad capitalina y reposicionó a la Zona Rosa en el mapa turístico y cultural de la Ciudad de México.
Antes de ser un espacio de fiesta y diversión, la colonia Juárez -lugar donde se enclava la Zona Rosa- constituyó un barrio de casonas durante el Porfiriato, que devino en una zona residencial menos exclusiva tras la caída de este régimen, aunque obtuvo gran relevancia política durante los primeros años del siglo XX.
En 1906, la Mexico City Improvment Company inició su proceso de urbanización, en el que empresarios lograron intercalar sus negocios entre las mansiones lujosas que le dieron categoría al barrio. Así fue como comenzó el ambiente bohemio de la Zona Rosa, pues la mayoría de los nuevos negocios fueron cafés, restaurantes, bares y galerías de arte donde los personajes adinerados de la ciudad se reunían a pasar el rato.
Después de la Decena Trágica, en 1913, fue declarada una zona neutral pues en las instalaciones del Hotel Geneve se hospedaron los embajadores y representantes diplomáticos autorizados en México. Así, los años siguientes mantuvo el estatus de convivencia de la clase alta, y después de la Segunda Guerra Mundial comenzó la construcción de hoteles como el Reforma y María Isabel, y continuó la inversión de privados en restaurantes y boutiques.
En los sesenta era común ver a personajes como Pita Amor, Manuel Felguérez o José Luis Cuevas rondando por las galerías y cafés de la Zona Rosa que, por cierto, adquirió su nombre -según algunas fuentes- porque la mayoría de los edificios estaban pintados en ese color. Aunque también se menciona que Vicente Leñero fue el que la nombró tras decir “es demasiado tímida para ser roja, pero muy atrevida para ser blanca”.
“La Zona Rosa es un perfume barato en un envase elegante, es una provinciana en traje de corista, la hija de un nuevo rico que quiere presumir de mundana, pero que regresa temprano a casa para que papá no la regañe. Es guapa, pero tonta; elegante, pero frívola. Es una colegiala snob, glotona, amanerada”, escribió Leñero en la revista Claudia en 1965.
Ya por aquellos años, en esta área de la ciudad se vivía un ambiente de mayores libertades que en el resto de la ciudad y el país, y gran parte se debió a su desarrollo histórico.
“En ese lugar donde México mostraba su modernidad en los años setenta sí se permitían cosas que en el resto de la ciudad no era tan fácil, entonces así estuvo el famosísimo bar 9; ya había como esa tradición de que la Zona Rosa era una zona de libertades especiales”, dijo el doctor en Antropología Rodrigo Laguarda a MILENIO.
En 1977 se inauguró el primer bar gay en la Ciudad de México, el famoso “El 9” en la calle Londres, aunque como lo relata uno de sus creadores, Henri Donnadieu, en su autobiografía La noche soy yo, “toda la Zona Rosa, incluido el Vips y el Sanborns del Ángel, era zona de ligue gay, las relaciones homosexuales se establecían a las vista de todos y estaban en pleno auge”.
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Sin embargo, fue el terremoto de 1985 un momento de declive tras el que comenzó el abandono de la colonia Juárez; los bares y centros nocturnos migraron a otras colonias como Polanco. Y tendrían que pasar casi 20 años para que recuperara su brillo y centralidad en el mapa turístico.
Calle Amberes, la gay street que revitalizó la Zona Rosa
De acuerdo con la investigación del historiador y antropólogo Rodrigo Laguarda, La Calle Amberes: gay street de la Ciudad de México, en el 2004 un grupo de empresarios presentó un proyecto de rehabilitación de Amberes al gobierno del entonces Distrito Federal, el cual respaldó y comenzó a perfilar al espacio como el primero que reúne algo más que bares, sino un territorio que permite la organización de redes de apoyo y da visibilidad a una comunidad marginada.
“Fue un momento muy significativo para mucha gente, en especial para muchos jóvenes, pensar en un calle en la que podrían agarrarse de la mano, darse besos, sin sufrir ningún tipo de acoso, represión, burlas, como hubiera pasado (en otros sitios); la gente se sentía libre, lo sentían como un territorio propio, se vivió como una conquista social”, dijo Rodrigo Laguarda.
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Previo a una calle gay, Amberes funcionó como una columna vertebral para concretar la recuperación de un área deteriorada y tomar un espacio visible, que se anunciaba como tal en revistas especializadas, y llamaba la atención del turismo extranjero.
Como lo explica Mauricio Olvera Benítez en su artículo académico La Zona Rosa: el punto neutral, “los sujetos miembros de la gran urbe citadina al momento de volverse visibles y hacer oír sus voces, comienzan a modificar los espacios en los que se desarrollan y al mismo tiempo los resignifican […] lo que los sujetos buscan hacer desde una forma argumentativa es concebir ‘las condiciones de igualdad a las que tienen derecho”.
Por su parte, el historiador y sociólogo especializado en sexualidad Jeffrey Weeks sostiene que “una identidad distintiva, en este caso la identidad gay, requiere algo más que deseo o actividad sexual para construirse un lugar dentro del cuerpo social; en específico, la posibilidad de ganarse un espacio en torno al cual se constituya una red de apoyo, que dé sentido a las necesidades individuales”.
Así lo retoma Rodrigo Laguarda, quien añade en el caso de la calle Amberes, el interés de un empresario en específico, quien coordinó parte de los esfuerzos para “ofrecer un espacio donde la gente pudiera estar todos los días a todas horas”. A este desarrollo poco después se sumarían activistas comprometidos con los derechos de los gays, quienes vieron las posibilidad de construir una sociedad más equitativa.
Para Iván San Martín Córdova, investigador en el Centro de Investigaciones y Estudios de Posgrado de la Facultad de Arquitectura de la UNAM, "la calle de Amberes, que corre paralela a Génova con apenas cuatro manzanas de extensión, es sin lugar a dudas donde se han abierto más locales dirigidos a la población gay y lesbiana en la última década, conviviendo sin conflicto con otras actividades no dirigidas a esta clientela. Conviven, tanto de noche como de día, oficinas, casas de cambio, hoteles y tiendas de antigüedades, con los locales para la comunidad gay-lésbica. Se impregna así la calle de un clima de tolerancia y heterogeneidad, que comienza a diluirse visiblemente en la medida en que uno se aleja de esta calle y termina por disolverse definitivamente en los límites de la Zona Rosa".
La lucha por los derechos continúa
La investigación realizada por el doctor Rodrigo Laguarda es de 2008. En los últimos 13 años las cosas han cambiado. En México, en 16 estados se ha aprobado el matrimonio igualitario, siendo en la Ciudad de México (2010) y en Chihuahua (2016) legal la adopción homoparental.
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Asimismo, al menos mil 059 de las empresas más grandes del mundo están comprometidas con la igualdad y la inclusión de la comunidad LGBTQ, según un informe de 2020 de la asociación Humans Right Watch.
Por su parte, la red Pride Connection, que, en México, busca promover espacios de trabajo inclusivos para la diversidad sexual y generar lazos para la atracción de talento LGBT a las distintas organizaciones que la componen, pasó de integrarse por cuatro empresas en 2014 a 166 en 2021.
“El fin de la discriminación en el trabajo ha sido una prioridad por tratarse de un espacio donde pasamos al menos un tercio del día y alrededor del cual construimos una parte de nuestra identidad. Las personas LGBT+ no hemos logrado acabar con la discriminación laboral, una tarea compartida con otras minorías, pero sí hemos logrado que esa discriminación sea cada vez menos aceptable, lo mismo en compañías populares entre millennials que en empresas estatales o de tradición familiar. Hemos logrado hacernos visibles en todas las industrias, por encima de los estereotipos”, señalaba el activista Enrique Torre de Molina en un artículo en 2020.
Rodrigo Laguarda coincide con esta postura, pero alerta ante la amenaza a estas conquistas sociales con la llegada de "líderes populistas" que se han manifestado en contra de minorías, por lo que resalta que en estos momentos los territorios como la calle Amberes siguen siendo de gran importancia, no sólo en términos económicos o de entretenimiento.
“Distintos líderes que han sido apoyados por grupos extremadamente conservadores, así se llamen de izquierda o de derecha, con mayor o menor éxito, entonces han mostrado la relevancia de que sí hay que tener espacios de todo tipo, no sólo una calle, sino publicaciones, organizaciones y demás”, señaló.
Esto recuerda a los momentos de discriminación y contracción de derechos en eventos clave del siglo XX en México y Estados Unidos, como el Baile de los 41, suceso en el que en una fiesta particular la policía irrumpió y se llevó detenidos a los participantes sin haber un delito de por medio. O el momento que rescata Henri Donnadieu en el que cuenta el cierre de "El 9 Acapulco" con una redada de la policía que llevó a la cárcel a sus creadores, meseros y asistentes justificando la presencia de grandes cantidades de droga, aunque ésta fue sembrada, según lo constata el empresario.
Otro hecho clave fue la redada de Stonewall que desencadenó las marchas del orgullo alrededor del mundo, pues en 1969 congregó por primera vez a las comunidades de homosexuales, bisexuales, travestís y transexuales en contra de la represión de la que estaban siendo objeto por parte de la policía. En consecuencia, el barrio se convirtió en un lugar de resistencia en pro de la lucha por las libertades sexuales y los derechos civiles de las disidencias sexuales. Este evento irrumpió en un estilo de vida heteronormativo, aunque era bien sabido de reuniones de homosexuales y travestis en negocios clandestinos, todo ocurría al interior de los bares de Greenwich Village y no formaba parte de la vida pública.
Hoy la marcha del orgullo en México parte a unos metros de la cale Amberes, que horas antes de que comience, es el punto de reunión para los participantes.
DMZ