La belleza más conmovedora tiene un toque decadente. San Miguel Chapultepec, sus escasos distinguidos habitantes que sobreviven ante los cambios, hoy se enfrentan a la inminente invasión del ruido, construcciones, oficinas, comercios y extraños nuevos vecinos que desentonan con la sobriedad elegante que la caracteriza. El Metro, la caótica avenida Constituyentes, Circuito Interior, casas de distintos estilos arquitectónicos, esporádicas tiendas de ultramarinos, aceras hirvientes, suplen el verdor que existió en otros siglos. Un hombre maneja despacio una desgastada bicicleta, hace sonar un silbato, lleva pan en un contenedor de plástico utilizado para las verduras. Una anciana lo llama desde la ventana de una casa que parece abandonada, la piedra de la fachada está húmeda y derruida, el hombre se detiene. Se acerca a la puerta, envuelve en papel de estraza algunas piezas. Hablan, no puedo escuchar. Ella viste una bata color vino, desde mi posición puedo ver las uñas de sus pies, esmaltadas en rojo. El cabello en una especie de bollo recogido en una gorra de tul color violeta que sujeta con vistosas pinzas de color negro. La bicicleta se aleja, ella espera algo en la puerta, tal vez que el tiempo regrese. Pienso en Édouard Pringet, pintor, coleccionista francés, no pudo detener aquella caída, su fortuna se esfumó. Era el año 1848 en Francia, cayó la monarquía. Por consejo de su amigo Joinville se exilia en México de 1850 a 1855. Pasó antes por La Habana, ahí expuso sin éxito obras que trajo en barco desde Francia. Después de una temporada en Cuba, decide emigrar a Veracruz, donde los comerciantes y ricos hacendados lo reciben bien gracias al apoyo de Guillaumin, un cónsul francés de las regiones costeñas. Su viejo amigo, Ernest Masson, habitante de Tacubaya, lo inició en la arqueología prehispánica, más tarde iniciaría la asombrosa colección que a la edad de 76 años intentó vender a los Museos Nacionales de Francia, los archivos ubicados en el Louvre, tienen varias cartas del pintor.
Es el año de 1853 en Ciudad de México, Pringet introduce obras pictóricas de un género poco utilizado y raro para la época: pasajes históricos y escenas costumbristas. En San Carlos gracias a esta innovación, los alumnos de Édouard dejaron atrás las escenas bíblicas para plasmar el mundo que les rodeaba. Bodegones, interiores de cocinas, mesones, llenaron los salones de los compradores de arte de la época: hacendados y ricos. Gracias a su cuadro al óleo: Vista de San Miguel Chapultepec, pintado en 1851, podemos conocer el paisaje, las calles antes fueron campo, en el cuadro se observan ahuehuetes, una fuente con dos personas, toque distintivo en sus cuadros en los que no se observan varios personajes, siempre aparecen en pares o aislados; a lo lejos se observa cubierto por árboles el Castillo de Chapultepec. Hoy nada de lo que está pintado en el cuadro, existe, a excepción del castillo. Este solitario hombre comparte espíritu con las fantasmales calles de San Miguel Chapultepec, debido a su carácter irascible comete una agresión física contra el cónsul de la reina Victoria, este episodio lo lleva a la cárcel. Gracias a sus amigos es liberado, posteriormente, se deshace de las propiedades que posee; con el dinero obtenido, adquiere piezas prehispánicas y oro, con eso regresa a París donde murió en 1875. Pedro Antonio de los Santos no tiene mucho movimiento a esta hora, camino por Goméz Pedraza hasta el cruce con General Juan Cano. Avanzo hasta la intersección con Alumnos, el caos de Constituyentes alcanza esta esquina. Llegué aquí por una hoja que encontré tirada afuera de la iglesia de Nuestra Señora del Carmen, “toca el timbre, la contraseña es: Kiosko”, lo primero que leo es una extraña frase en un letrero blanco, con tipografía de otra época. No se escucha ruido alguno, un guardia abre la puerta, pase, todos están atrás, en el jardín. Un enorme gato me recibe, está frotándose en la escalinata de la casa, mediana para la zona de casonas con amplios salones, me recuerda a la arquitectura de Europa del este.
Hace frío, es muy extraño, el sol pega por todos los costados, “el final no es tal, es un proceso, una revelación. Un vistazo a la boca de la tierra o a una cumbre absoluta, total, humana”, guardo el papel. Un extraño árbol custodia el jardín. Los espacios se han diversificado. Un lobero irlandés corre tras unos niños que buscan algo, lleva un paliacate anudado al cuello que rompe el esquema de tan salvaje especie. Cansado de perseguir cachorros humanos sube a un sillón, desde ahí nos observa. La existencia es un espacio también, un fragmento público cuando decidimos compartir con otros nuestras palabras o cuerpos. En América el que posee una Risograph tiene los medios para publicar, en Europa se desdeña la publicación proveniente de una riso, es otro el registro y canon establecido. No quiero definirlo, estoy ante una pieza indefinible. Este espacio de publicaciones es un espacio de provocación e ideas. A través de este pabellón editorial llamado Kiosko: un espacio vivo, mutable. Es un hueco, una espiral, un objeto, una pieza, es lenguaje, texto, espacio público y poético, imagen, también es un espacio sensorial. Alumnos 47 es una fundación de arte que comisiona proyectos de arte, talleres, exposiciones, diálogos con comunidades diversas. Posee una biblioteca móvil y fija. En mi cabeza gira la frase a la entrada de la casa. Recorro el lugar, diversas publicaciones se extienden en el piso. Una especie de jardín elevado rompe con el paisaje del jardín plano. Los arquitectos Chus Martínez, Daniel Garza Usabiaga, Tiago Pinto de Calvalho y Fermín Espinosa, fungieron como jurado del proyecto de arquitectura ganador de Kiosko. Adrián Ramírez Siller, Pedro Ceñal Murga y Roberto Michelsen Engell, fueron los ganadores entre 49 propuestas, idearon este espacio que carece de muros perimetrales, está demarcado por un cambio de altura y una cubierta, aloja actividades dentro, un concierto, un performance, libros, secretos. La estructura desafiante del proyecto se adapta a la plasticidad del suelo irregular: el jardín de una vieja casona.
Kiosko es una prolongación del espacio que se eleva hasta lograr una cuesta. La geometría está pendiente, invita a sentarse, interactuar con otros, observar. El espacio alberga personas, pasto, libros, performance, publicaciones sin etiqueta, piezas, música. Un jardín inclasificable dentro de un jardín clásico. Las superficies de malla que lo sostienen albergan otras posibilidades de interacción. Desde 2014, Fundación Alumnos 47, el equipo de trabajo, su editora. Eva Posas, curadora de esta multipieza viviente, han llevado publicaciones mexicanas a las ferias de publicaciones de artista L.A Art Book Fair y N.Y. Art Book Fair, promueven la conexión entre la escena de arte en México y Estados Unidos. Este Kiosko editorial promueve la discusión entre personas y las publicaciones editoriales del arte contemporáneo. Toda publicación posmoderna está caracterizada por la performatividad, son piezas vivas, en espacios mutables, plásticos, que no solo son espacios de exhibición, son puntos de encuentro de ideas de diversas publicaciones de artistas, espacios independientes, instituciones de arte contemporáneo y arquitectura en México, Venezuela, Perú, Guatemala, Puerto Rico. Pude ver publicaciones de: El Hijo del Ahuizote, Ediciones Hungría, Facultad de Arquitectura, UNAM, Lea como analfabeta, Lumbre Fanzines, I love Foxconn, Museo Tamayo, Octopía, Erizo y Worstseller Ediciones, entre otras. Pregunto, nadie sabe dónde está la curadora, la buscó por toda la casa sin logarlo. La barra cerró, la lluvia amenaza el picnic editorial. Entro en la casa, puedo ver la pieza de Alan Sierra, debo regresar para ver minuciosamente las piezas de Alan Sierra, Manuela García, Ana Navas, Paloma Contreras y Luiso Ponce. Observar a tantos extraños compartiendo un espacio público no es común pese a que vivimos en una ciudad enorme. Es triste que las plazas comerciales sean los espacios públicos de mayor demanda.
Hago algunas anotaciones sentada en la escalinata de la casa, la suerte está de mi lado, Eva Posas se sienta conmigo para hablar de Kiosko, su cabello negro azulado se agita. Me regala un extraño mapa, pregunto por el cartel rotulado que nos recibe en la puerta: “Prohibido atar lazos en este lugar, atte. la autoridad”, pertenece a una frase que colgaban en los exteriores de templos católicos, no se les permitía a los ambulantes atar lazos de sus puestos a las rejas de las iglesias. Esta frase es una intervención la artista zacatecana Carmen Huízar, invita a romper el espacio privado, es una provocación para todo curioso que pase frente al número 47 de la calle de Alumnos, invita al exterminio del espacio aislante, debería estar prohibido no atar lazos con otros.
* Escritora. Autora de la novela Señorita Vodka (Tusquets) .