Una pregunta es pertinente a unas horas de que en tenga lugar el segundo debate entre los aspirantes a la presidencia de México: ¿qué tan determinante es, para el resultado de una elección, el desarrollo de un debate presidencial?
Si bien es imposible dar una respuesta definitiva, resulta útil conocer diversos episodios en la historia de México y otros países en los que un debate inclinó la balanza, o no, a favor de uno de los contendientes.
La historia de los debates presidenciales en México es relativamente reciente. El primero de ellos que fue televisado sucedió en 1994, cuando debatieron los tres candidatos punteros a la presidencia del país: Ernesto Zedillo, Cuauhtémoc Cárdenas y Diego Fernández de Cevallos.
La experiencia de ese primer debate fue enriquecedora para la política nacional. En esa ocasión, el probado oficio del “jefe Diego” como abogado litigante, su elocuencia y la solidez de sus argumentos y la convicción del candidato en cada participación frente al micrófono hicieron que, para la gran mayoría de los televidentes, el gran ganador de ese debate presidencial fuera el abanderado del PAN.
Sin embargo, su resultado no determinó el resultado de la elección, pues a pesar de lo anterior fue Ernesto Zedillo quien terminó gobernando México de 1994 al 2000.
Por otro lado, y viajando algunas décadas atrás al otro lado del Río Bravo, un referente indiscutible de cómo un debate presidencial televisado puede ‘voltear la tortilla’ en cuanto a las preferencia electorales, sucedió en 1960 en el vecino país del norte.
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Nos referimos al primer debate presidencial televisado de la historia, entre el entonces vicepresidente de los Estados Unidos, Richard Nixon, y el joven y brillante candidato demócrata, John F. Kennedy. Este primer debate presidencial tuvo lugar el 26 de septiembre de 1960.
Analistas e historiadores coinciden en que si este debate se hubiera transmitido solamente por la radio, Nixon hubiera sido el ganador por un margen aplastante. Pero la astucia y la habilidad retórica del republicano no bastaron para contrarrestar el mal aspecto que daba ante el ojo de la cámara.
Debido a su falta de experiencia en televisión, Nixon lucía pálido y demacrado por una reciente hospitalización; y, por la prisa, no pudo someterse a su segunda afeitada del día, por lo que lucía una desagradable ‘sombra’ que lo hacía lucir como un agresivo maleante.
Además, rechazó usar maquillaje, de modo que al avanzar el debate empezaron a notarse gruesas gotas de sudor en su frente y labio superior, por lo que se limpiaba constantemente: una pésima imagen para un candidato presidencial.
Por si fuera poco, Nixon eligió un traje gris que lo hacía ver desgarbado y se ‘fundía’ con la escenografía. En contraste, Kennedy eligió un atuendo oscuro y elegante, que lo hacía ver alto y distinguido; también cuidó su aspecto, sonriendo, maquillándose correctamente y luciendo un bronceado agradable. En resumen, Kennedy irradiaba salud y Nixon se veía sombrío, nervioso y enfermo.
Y aunque hubo otros tres debates en los que el republicano rebasó en recursos al candidato demócrata, esa primera impresión ante los televidentes jamás se pudo olvidar y, en pocas palabras, le costó a Richard Nixon la presidencia.
FM