Quienes han escuchado en alguno de los mayores teatros del mundo a Ramón Vargas saben que cuando el tenor canta, la tierra tiembla, literal, y no sólo porque nació en septiembre, el mes de los terremotos.
Con más de 70 roles en su carrera operística, Ramón Vargas concede una entrevista a MILENIO en medio de las funciones en la Ópera de Graz donde debuta con uno nuevo, el Don José de la Carmen de Bizet haciéndole la maldad a Elīna Garanča, con quien hace casi 20 años compartió el escenario —junto a Anna Netrebko y Ludovic Tézier—, en la gala de Baden Baden grabada por la Deutsche Grammophon.
El próximo 10 de septiembre, la víspera del cumpleaños 63 de este cantante telúrico que se inició como niño de coro en la Basílica de Guadalupe, Ramón Vargas vuelve al escenario en el que debutó como el Fenton del Fasltaff de Verdi justo ese día hace 40 años: el Palacio de Bellas Artes. Será otra gala, una en su honor, con invitados como la soprano María Katzarava, bajo la batuta de Iván López Reynoso.
“40 años de carrera y estoy al pie del cañón”, comenta el tenor, feliz por regresar al Palacio de Bellas Artes, en el que espera poder interpretar muy pronto otra ópera completa, una más de Giuseppe Verdi.
“Mi carrera la inicié en Bellas Artes y quiero seguir ahí”, dice el efímero ex director de la Ópera de Bellas Artes (2013-15) y creador del Estudio de la Ópera de Bellas Artes, que ha formado a tantos cantantes ya y cuyos integrantes actuales lo honrarán en la función del domingo 10 (a las 17:00 horas).
Dice que no ha tenido oportunidad de hacer ópera mexicana, pero está feliz del histórico estreno que habrá en noviembre de la primera ópera cantada en español y mexicana en la MetOpera: Florencia en el Amazonas, compuesta por Daniel Catán, que antes, en octubre, también se montará en Bellas Artes.
El escenario es algo mágico para uno de los mayores tenores que ha dado México, tan mágico que cuando cantaba El barbero de Sevilla con el barítono español Manuel Lanza, en Bellas Artes, hace dos años empezó a temblar. Tan mágico, que Vargas está en contra de los streamings de ópera o sus proyecciones en cines, que propiciaron su alejamiento de la Metropolitan Opera House después de 25 años de colaboraciones, a pesar de que justo él inauguró esas transmisiones urbe et orbi en 2006 con su papel del Rodolfo de La bohème, coprotagonizada con la soprano Angela Gheorghiu.
“Peter Gelb tuvo esta nueva visión de hacer óperas para el cine y pasarlas por streaming. Y yo nunca estuve muy a favor. Se empezaron a llenar los cines y a vaciar los teatros”, expone Vargas sobre la política del director general de la MetOpera, además de que cuestiona que para dar los close ups, los parámetros para medir a los cantantes en esas producciones establecen que sean cada vez más jóvenes y de voces más tiernas, y estos suenan iguales en las salas de cine, pero cuando llegan a los teatros ya no.
“La ópera es para disfrutarse en vivo en los teatros”, sostiene Vargas, tenor que se define como estilista, un músico que canta, de buen gusto, cuyos dos de sus debuts más importantes fueron al tomar los relevos de Luciano Pavarotti hace 30 años, en 1993 en la MetOpera, en su rol favorito: Edgardo, en Lucia di Lammermoor, y de Alfredo Kraus, en el Teatro Real de Madrid, en 1999, en el Werther.
Aun así, comparte que fue un niño tímido, inseguro, nada que ver con el Duque de Mantua de Rigoletto, un personaje que confiesa le aburre por lo superficial y tonto, y al que el público no aplaude.
¿Si Ramón Vargas volviera a encontrarse con Ramón niño qué le preguntaría?
Qué buena pregunta me has dado. ¿Sabes? Una de las cosas con las que batallé cuando era niño fue que no tenía confianza en mí, era muy tímido y no creía mucho en lo que hacía. Fue la música la que me dio seguridad, porque me di cuenta de que tenía el talento en mi voz, que a la gente causaba de alguna manera admiración y eso me equilibraba. Decía algún autor que los músicos hacemos música para equilibrar nuestra neurosis, a lo mejor tenía razón. Me gustaría hablar con ese niño y preguntarle por qué me sentía tan inseguro, por qué tenía esos miedos con la gente, porque eso te queda para siempre; en los momentos importantes a veces se me sale la timidez, aunque no parezca.
Y al adolescente Ramón Vargas también le preguntaría. A mí me hubiera gustado ser pianista, desde luego que entre ser pianista y ser cantante, prefiero cantar, lo digo sinceramente, pero a lo mejor pude haber hecho las dos cosas, como conozco a algunos colegas que tocan el piano extraordinariamente y cantan. No lo pude hacer en su tiempo, no encontré el modo de motivarme, aunque siempre me gustó tocar el piano, pero no al nivel que hubiera querido, son cosas que a lo mejor hubiera hecho. Eso le preguntaría”.
No obstante, como en el filme de Jon Turteltaub, Ramón Vargas tiene respuestas para aquellos jóvenes: “Después de 40 años de carrera me atrevo a decir, y le digo a la gente, a los chicos y a mis colegas, que en la vida no te vas a arrepentir de nada que intentaste, pero sí te puedes arrepentir de lo que no hiciste. Hay que tratar las cosas, con el éxito y con el fracaso se aprende, creo que lo peor es que se queden las cosas en el tintero, y te quedes con la duda si hiciste lo correcto o no. Total, si te equivocas, te equivocas. Es diferente”, expone el tenor.
¿Cuál timidez, si hace 31 años debutó en la MetOpera de Nueva York, por Luciano Pavarotti?
Eso no fue inseguridad; fue inconsciencia, ja, ja, ja. Era muy curioso. Fue un periodo de mi vida en que todo estaba funcionando. Tenía 31 años y estaba en un momento esplendoroso. Todas las etapas de mi vida han sido buenas, los he disfrutado, también la de ahora. Ese era un momento de descubrir experiencias, vivencias. En 1992 estaba debutando en Viena con roles principales, ya había hecho pequeños cuando estuve en su Estudio; hacía al Conde Almaviva, tenía contrato por varios meses y en febrero del 93 cantaría Falstaff en la Scala.
Me faltaba la MetOpera. Lo que me ayudó a no temerle a ese debut tan improvisado, aparentemente, es que no había improvisación. Yo ya había cantado al Edgardo de Lucia como 35 veces antes en el teatro de Lucerna, en Nápoles, en Palermo. Lo tenía calientito. Y cuando me ofrecieron ir a cantar a Nueva York, no tuve la menor duda de que lo iba a hacer bien, no para competir con Luciano Pavarotti, sino para que yo diera mi versión del Edgardo, que es muy diferente. Me sentía bien, seguro. En el arte y en el canto no me siento inseguro; en otras cosas, sí.
Fue reincidente, porque debutó en 1999 en el Teatro Real de Madrid haciendo lo mismo por Alfredo Kraus con su Werther.
Ahí fue más difícil, porque el público y crítica españoles son más agresivos, más duros que los otros, sobre todo con los tenores; ellos han tenido espléndidos tenores. Y había salido un artículo que decía que no ha habido, no hay y no habrá un mejor tenor que Alfredo Kraus. Y como estaba muy enfermo y había cancelado, por respeto a él exigían que esas funciones se debían cancelar. Eso salió en un artículo en España. A pesar de eso, salí a dar la mía. Tuve un gran éxito con ese Werther, pero no sabes cómo la sufrí, porque tenía todos los rifles apuntándome. Así es nuestra carrera y así es nuestra vida, ja, ja, ja. Estoy acostumbrado a eso.
Y a pesar de que Vargas está consciente de que cada escenario, cada teatro que pisa en el mundo de la ópera, es distinto y busca cosas distintas en los cantantes, él se impone y rechaza ser camaleón.
“No canto para que la gente me acepte o me respete, porque lo que hago merece respeto en sí. Te aseguro que siempre he sido yo en todo escenario. Soy un estilista, me gusta cantar con buen gusto; no soy un cantante, como dicen los italianos: plateante, de los que cantan para la platea. Soy un cantante que tiene buen gusto musical, me considero más un músico que cantante. Siempre me ha gustado hacerlo de esa manera, he tenido la fortuna de trabajar con importantes directores de orquesta que me han ayudado y han apreciado eso, como Riccardo Muti, con quien trabajé muchísimo en la Scala; con él hice muchísimas funciones de Rigoletto, La Traviata, Falstaff, Misa de Réquiem, Attila. De él aprendí tanto. Así he llevado mi carrera toda la vida. Si quieres dar gusto, no terminas”, aduce.
¿Por qué se alejó de la MetOpera?
Han pasado cosas. Por una parte, son las políticas del teatro, manejado por el señor Peter Gelb; él tiene sus ideas teatrales y operísticas; él no es un hombre de teatro u operístico absolutamente, pero es muy poderoso en la comunidad y maneja la MetOpera. Ha tenido muchos errores, huecos enormes de dinero, pero siempre salta una persona que lo salva. Gelb tuvo esta nueva visión de hacer óperas para el cine y pasarlas por streaming. Yo nunca estuve muy a favor de eso, a pesar de que la primera ópera que se pasó a nivel internacional por streaming y en los cines fue La bohème que hice (2006) con Angela Gheorghiu de la MetOpera, así que debería estar agradecido.
Pero no estoy agradecido porque eso es un arma de dos filos: se empezaron a llenar los cines y a vaciar los teatros. Y eso lo empezamos a ver en la MetOpera que tiene grandes problemas con la afluencia del público, pero al señor Gelb no le importaba porque había cientos de miles de personas que iban a los cines, él no veía el daño si el teatro con 4 mil lugares no estaba lleno, pero los cines sí. Es una política que él implementó, con la cual nunca estuve de acuerdo.
Te darás cuenta que tienen que cambiar los parámetros para medir a los cantantes que tienen que salir en los close ups del cine: siempre gente más joven y más joven, y voces más tiernas, voces que, además, en los cines todas suenan bien, porque con los micrófonos todas suenan igual, pero cuando las ponen en los teatros ya suenan muy desiguales, voces grandes con voces pequeñas. Quienes organizan no ven los eventos desde el punto de vista teatral, sino desde el cibernético. Ha cambiado mucho.
En países como el nuestro, esas transmisiones en vivo de la MetOpera nos han permitido ver más de 170 óperas diferentes en 15 años. Decenas que jamás se han montado en México…
Ya sabemos cómo funciona esto, la ópera es costosa y no es fácil programarla. Pero, pasando al tema de la MetOpera, eso está bien que hayan pasado tantas óperas, y que la gente las haya visto y aprendido. El problema es que vas a una producción de la MetOpera y luego vas a una producción local y ya no te sabe tan bien, porque estabas subido en un Rolls Royce y de repente te subes a un Volkswagen. Y eso puede ser negativo para la ópera local, que haya comparaciones con los grandes teatros, con los recursos y todo lo que pueden tener ellos. La ópera es para disfrutarse en vivo y en los teatros. Y cada teatro es como las ligas de futbol: hay series A y B, y a veces en las series B ves partidazos fantásticos y en las series A son aburridos. También eso sucede.
¿Cuál es el personaje que detesta más?Ja, ja, ja. Bueno, hay algunos roles aburridos. Un rol, no que detesto, porque me ha dado muchas satisfacciones, es el Duque de Rigoletto, porque es muy tonto. Cuando me han preguntado cuál es la tragedia de Rigoletto, donde el personaje central, el barítono, es un hombre lleno de odios y de rencores, donde Gilda se sacrifica por el amor del duque, porque preferiría eso que estar con un padre tan posesivo y que la tenía encerrada toda la vida, y el Duque de Mantua es una persona, incapacidad de amar, un hombre que no sabe amar y no puede amar, y ahí está su desgracia. El Duque, además, es muy superficial, es muy tonto. Yo lo he cantado muchas veces. Y me divierto como tal, lo veo como tal, pero no es un rol de mis favoritos. Es por eso que muchos tenores, apenas podemos, lo dejamos por la paz, porque no te da muchas satisfacciones a nivel teatral. Lo que cantamos es muy difícil, y lo que no saques en las arias y terminas de cantar, el público no te lo agradece con aplausos al final, porque la gente detesta al Duque, es un personaje muy pesado, tan desagradable. Aunque hayas cantado muy, muy bien, con la gente nunca te va a ir bien con el título.
¿Es supersticioso? El título original de Rigoletto era La maledizione (La maldición), el leit motiv de esa ópera. Verdi era muy supersticioso. La ópera está llena de supersticiones y maldiciones.
No es que sea supersticioso, pero hay que tener cuidado, je, je, je. Los italianos nunca se visten de morado o violeta cuando van a teatros; si hay alguien de ese color dicen que es de mala suerte. Para los españoles es el amarillo. En Alemania no debes chiflar. Los franceses no dicen: “Suerte”, sino “Merde (mierda)”. Cada uno tiene motivos para serlo, yo digo que no soy supersticioso pero tampoco corro riesgos.
¿En qué cree entonces antes de salir al escenario?
Tú sabes que es un poco un juego. Los italianos, en Nápoles, llevan un peperoncino, un chile, los venden de porcelana o plástico; tienes que agarrar el chile y decir: “Que te vaya mal”. Tienes que decir lo contrario, en el teatro nunca debes decir: “Que te vaya bien”. Si lo dices, a lo mejor te va mal. Dices: “Que te vaya mal”, “que sea una porquería”, “que te muerda el lobo”, “mierda”. Los estadounidenses dicen “break a leg (rómpete una pierna)”. Todo el mundo le teme al escenario porque es así de mágico, y pasa de todo. A mí me han pasado muchas cosas, sería muy divertido si pudiera contártelas. Algunas son graciosas, otras menos. Una vez, en Bellas Artes (16 de mayo de 2021) estaba cantando El barbero de Sevilla y empezó a temblar. Estaba cantando la última aria, y que se empieza a mover, y la gente comienza a ponerse nerviosa. Y estaba Manuel (Lanza), un barítono español, y me dice: “Hombre, ¿y qué hacemos ahora?”. Y le dije: “Si salimos corriendo, la gente se va a espantar y va a haber accidentes”. “Y, ¿entonces qué hacemos?”. “Nos vamos a quedar aquí. Esto no se cae, nomás se hunde”. “Me voy a confiar en lo que dices”, dijo. Fue muy gracioso.
¿Por qué no ha hecho ópera mexicana?
Porque no he tenido posibilidad. Ahora que se va a hacer Florencia en el Amazonas en la MetOpera, no sabes qué alegría tengo, me da mucho gusto. No estoy seguro pero creo que es la primera ópera mexicana y en español en la MetOpera. Eso es algo histórico. Creo que deben hacerse más, hay muchos momentos históricos actuales sobre los que no se están haciendo más óperas. Son una gran fuente de inspiración, porque siguen siendo actuales, porque nos cuentan historias reales, actuales, de emociones humanas que siguen siendo válidas.
Rigoleto, padres sobreprotectores, manipuladores, hay tantos. La Traviata, cuántas chicas como ellas, malentendidas y cuántos padres sigue habiendo que llegan a entrometerse en la vida de los hijos. En fin. Siguen siendo actuales las historias de amor, de venganza, odio, de pecados y virtudes, no ha cambiado mucho el mundo. Pero se hacen pocas óperas trascendentales de ello. ¿Por qué no se hace una ópera que hable de la covid? ¿De la guerra de Rusia y Ucrania? Una familia rusa-ucraniana que se tiene que dividir, una tragedia de ese tipo, actual. Deberíamos hacer óperas que hablen de estos temas trascendentales para la vida moderna. ¿Por qué en ópera? Porque se expresa a través de la voz, es excepcionalmente espontáneo; la voz humana no miente, porque las emociones que dice son reales, aunque estemos recreando lo que ya está escrito.
La última vez que hizo una ópera completa en México fue en septiembre de 2009, en la Sala Nezahualcóyotl, La Damnation de Faust . ¿Volverá a cantar aquí una ópera completa?
Sí, andamos ahí con planes, pero eso te lo tendrá que decir Bellas Artes. Espero que sí lo podamos hacer, que pueda venir a cantar algún título de Verdi, eso me daría mucho gusto. Mi carrera la inicié en Bellas Artes y quiero seguir en Bellas Artes. Yo sé que mi carrera no va a ser eterna, y es normal, pero me gustaría venir más a México y compartir estos momentos de madurez de mi personalidad como artista y también vocal. Vale la pena, a mí me gustaría muchísimo.
¿Cómo va a celebrar cuatro décadas? Seguro con tequila Don Ramón.
Házmela buena. Voy a hacer una buena pachanga, hay muchas cosas para celebrar. Estoy muy contento, muy satisfecho. Después de 40 años, estoy al pie del cañón. Todavía me siento muy bien, en forma, mi voz está en forma. Pertenezco a una generación en que la edad se ha vuelto más relativa, no por otra cosa sino porque tenemos más información y conocimiento de lo que es la medicina moderna. Cuando yo tenía 30 años, una persona de mi edad yo ya la veía muy viejita (a lo mejor yo así me veo), pero ahora un hombre de 60, si está bien cuidado, se ve bastante bien.