René Guajardo, el rudo de mil batallas

“El Rey Moro” demostró que su nombre era sinónimo de rudeza, con el que selló su lugar entre los grandes de la época dorada de la lucha libre mexicana.

“René Guajardo El Rey Moro” | Especial
Israel Morales
Monterrey, Nuevo León /

A René Guajardo se le considera uno de los más grandes rudos de la historia de la lucha libre mexicana. Y esta tierra lo vio nacer como luchador para, en poco tiempo, hacerse de un arraigo entre los aficionados que llenaban las grandes arenas de la ciudad para ser testigos de sus rudezas, además de construir con los años una historia que puebla de este sentimiento que abarca desde la época dorada del pancracio hasta entrados los años ochenta, cuando se despidió discretamente de los encordados.

Andrés Pérez Sustaita, reconocido cronista y estudioso de la lucha libre, ofrece una amplia, exhaustiva y ruda biografía llamada “René Guajardo El Rey Moro” (editorial Oficio), con material gráfico y valioso que da cuenta de un registro fiel sobre este recordado luchador.

Tamaulipeco de nacimiento, pero regiomontano de corazón, Manuel Guajardo Mejorado nació el 4 de enero de 1933. Dio sus primeros pasos en Monterrey como boxeador en los inolvidables torneos de los Guantes de Oro que se desarrollaban en la desaparecida Arena Monterrey, ubicada entre Juárez y Arteaga.

Pero un pleito callejero que sostuvo con un luchador habría de cambiarle la vida, pues un gladiador de su barrio, el Chino Rodríguez, fue espectador de esta bronca y quiso darle una lección a Guajardo, pero, al contrario, lo alentó más a incursionar en este deporte para entrenar en el establo del Chema López.

Entre los datos curiosos que da Sustaita se menciona que en sus inicios luchó enmascarado con el nombre de El Vasco, pero no le agradó y le pasó la capucha a Jesse Rojas, quien la llevó por corto tiempo. En el Círculo Mercantil Mutualista tomó clases con Rolando Vera.

Con una gran persistencia, Guajardo trató de entrar a los circuitos de la capital, pero fue complicado, y los duros golpes asestados al novel técnico lo hicieron cambiar de bando para agarrar vuelo por fin el 8 de octubre de 1954, al debutar en la Arena Coliseo de la Ciudad de México ante Huroki Sito.

Su calidad empezaba a notarse y se le designó como el mejor novato en 1955, año en que formó parte de la comitiva de figuras que inauguraron la Arena Coliseo de Colón y Bernardo Reyes el domingo 23 de octubre, con una participación en la segunda lucha de la cartelera ante Bobby Rolando.

Pero por supuesto el cronista Sustaita recuerda aquella gran pareja que formó al lado de Karloff Lagrade, con quien compartió épicos combates, “salpicados de furia”, porque ya para estas fechas el bautizado como “Copetes” o “Rey Moro” (por el color de sus ojos) ponía en todo lo máximo aquella frase de “sangre en la arena”. Entre los duetos que enfrentaron se encuentran Santo y Gori Guerrero, Blue Demon y Black Shadow, Cavernario Galindo y el Gladiador, Mil Máscaras y Ray Mendoza (Guajardo integraría después con este último y al lado de Karloff la tercia de Los Rebeldes sin Causa), El Solitario y Ángel Blanco.

Se le considera un rey de los pesos medios, entre sus víctimas: Rolando Vera, Rayo de Jalisco, Apolo Curiel o Aníbal. Por supuesto estos logros se dieron entre los años sesenta y setenta. Algunas cabelleras ganadas fueron las de Ray Mendoza, Ham Lee, Bello Greco y Perro Aguayo; ésta obtenida el domingo 29 de junio de 1980 en el Palacio de los Deportes del entonces DF.

También luchó enmascarado

Otro dato que menciona Sustaita es que apareció enmascarado en dos películas filmadas en 1964: “Los endemoniados”, en la que compartía créditos con Karloff Lagarde y los actores Jorge Rivero y Armando Silvestre, y en “La mano que aprieta”, también con su amigo Karloff, así como los actores Andrés Soler, Gina Romand, Chucho Salinas, Claudio Brook, entre otros. Guajardo llevaba el nombre de El Ángel y Lagarde el de Satán, ambos con capuchas.

El autor también destaca sus últimas luchas y su cambio inaudito como científico; era así como el rudo más emblemático migraba de bando y con ello también llegaría el último ciclo como luchador. Su sorpresivo debut como técnico fue el 31 de enero de 1982 en la Monumental Monterrey, al lado de Ciclón Veloz y el Matemático, donde se enfrentaron a Jungla Negra, Bello Greco y Sergio el Hermoso. Sin duda este coso sería uno de los más destacados en la lucha libre entre los ochenta y noventa, espacio en que Guajardo fungió como promotor.

Su última aparición en un ring se registró el 13 de junio de 1982 en la Monumental Monterrey, al compartir con Fishman un duelo ante Perro Aguayo y Aníbal. Su adiós de los encordados fue discreto.

Avecindado en la populosa Nuevo Repueblo, colonia en donde también tenía su arena, René Guajardo murió el 11 de mayo de 1992. Su legado luchístico lo llevó por un tiempo su hijo Carlos Guajardo; un nieto sigue también ese camino.

En el apartado final de la obra, Sustaita recapitula invaluables notas periodísticas que dan cuenta de algunos de los relatos sobre sus primeras batallas. La ficha uno corresponde a su debut en octubre de 1954 registrado por la publicación “Box y lucha”, hasta la última de este capítulo, fechada en enero de 1967 de la revista “Punch”.

Un extraordinario archivo fotográfico al principio del libro cuenta la historia en imágenes de René Guajardo, “uno de los pilares de la lucha libre mexicana”, como lo señala Arnulfo Vigil en este volumen de colección.

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