Esta obra de Benjamín Labatut (Rotterdam, 1980) está llena de aromas y colores. Como el dulce olor a almendras que emite el cianuro, veneno que altos líderes del Reich saborearon cuando estaban a punto de ser sometidos por los aliados.
O esa fragancia que se usó en Auschwitz en las cámaras de gas, que tienen su antecedente en el azul de Prusia, cuyo creador, Johann Jacob Diesbach, lo hizo con la intención de encontrar el color original del cielo, sin saber que este sería el origen del cianuro de hidrógeno.
Este es el gas mortífero que el judío alemán Fritz Haber usó para elaborar el pesticida Zyklon (palabra alemana que designa los vientos de un huracán), que los nazis utilizaron “para asesinar a su media hermana, a su cuñado, a sus sobrinos, y a tantos otros judíos que murieron en cuclillas, con los músculos agarrotados y la piel cubierta de manchas rojas y verdes” (pág. 39).
Haber entendió que el mundo ya no sería el mismo, pues con la extracción del nitrógeno del aire había alterado el equilibrio de la naturaleza; para el conocido como padre de la guerra química, el mundo del futuro será de las plantas, no del ser humano, el verdor terrible ahogará toda forma de vida.
“Un verdor terrible” (Anagrama) es un libro entretenido y tenaz, agudo y encriptado en los avances que redituaron en el reconocimiento, pero también en la contradicción, la catástrofe y las disputas. Otro entregado a la ciencia fue Karl Schwarzschild, astrónomo y físico que le mandó a Albert Einstein la primera solución exacta a las ecuaciones de la teoría de la relatividad general.
Pero tras una larga odisea de dimes y diretes entre las comunas científicas, hasta dos décadas después se le dio el reconocimiento post mórtem. Labatut, quien desde los 14 años radica en Chile, evoca también la vida e ideas de Alexander Grothendieck, el príncipe ilustrado de las matemáticas, que parte a los espacios infinitos, donde se perdió y aún vaga con sus axiomas.
El austriaco Erwin Schrödinger es puesto en el radar de Labatut como el físico que puso orden al caos del mundo cuántico con una de las ecuaciones más hermosas surgidas del humano y Werner Heisenberg hizo la primera formulación de la mecánica cuántica y reinó para siempre en el principio de la incertidumbre; en 1925 sufrió un ataque de alergia al polen que deformó su cara.
Cierra la obra con el autor en su propio vergel, algo de veneno en un camino cercano a su casa, historia triste de por medio, y un hombre que ronda en los jardines por la noche, quien al parecer distingue mejor en la oscuridad el color verde.