San Harry Dean Stanton

Los momentos más emotivos son aquellos en los que el actor permanece en silencio.
Editorial Milenio
México /

Para b, siempre

Fui el viernes pasado a la Cineteca Nacional a ver Lucky, el debut como director del actor John Carroll Lynch, de la que confieso no había oído hablar, pero en cuanto leí que era la última que había protagonizado Harry Dean Stanton (aquel de la legendaria actuación en Paris, Texas, y varias películas más), no dudé ni un segundo en ir a verla. Me atrevo a decir que es de las mejores películas que he visto en mucho tiempo, y creo que es bastante plausible la interpretación de considerarla una especie de testamento existencial de Stanton, pues sin conocer absolutamente nada de su vida privada, queda la impresión de que casi no tuviera que esforzarse para interpretar a un hombre de aproximadamente su misma edad, 90 años, cuya rutina cotidiana es el único escudo que lo separa de la muerte, pues probablemente él mismo experimentaba los miedos y ansiedades que tan magistralmente representó en el papel de Lucky.

El personaje vive en un pequeño pueblo fronterizo y pasa la vida despertándose, bebiendo un vaso de leche, haciendo los mismos cinco ejercicios de yoga, yendo a desayunar a una cafetería en donde solicita ayuda para llenar crucigramas, regresando a su hogar a ver programas de concursos, y yendo por la noche a increpar a los mismos clientes asiduos del bar local, mientras se toma un bloody mary. Exactamente igual que sucede en Paris, Texas, los momentos de mayor emotividad son aquellos en los que Stanton permanece en silencio, con esa mirada que parece dirigirse más hacia adentro que hacia fuera, con ese gesto que condensa en unos cuantos segundos cualquier ansiedad existencial que se nos pueda haber ocurrido o aún esté por ocurrírsenos. El humor negro de talante agresivo con el que lidia con el mundo se revela a tal grado como un elemento defensivo que, lejos de inspirar cualquier tipo de rechazo, cada vez produce más ternura. La escena donde en una fiesta mexicana canta “Volver” en español, acompañado de un trío de mariachis, es de una belleza tal que lo mejor es no intentar decir nada más al respecto.

Por si fuera poco, David Lynch encarna a su entrañable amigo Howard: cuando su tortuga centenaria llamada President Roosevelt se escapa y le devasta la vida, esto da lugar a unas disquisiciones muy lynchianas sobre la longevidad, la lealtad de los animales, lo simbólico de que algunas tortugas carguen un caparazón durante más de 100 años, y ofrece un gran contrapunto de ligereza filosófica a las dificultades con las que Lucky enfrenta, con incalculable dignidad, lo que seguramente es el tramo final de su vida.

El soundtrack está compuesta casi exclusivamente por música tradicional mexicana, pues es lo que Lucky escucha cuando está en su casa, e incluye también canciones de Johnny Cash y Liberace. Cuando se muestran los créditos finales, se escucha “Man in the Moonshine”, canción de Foster Timms escrita expresamente para Stanton, donde narra su personalidad y aspectos de su vida. Si por alguna extraña razón uno había evitado conmoverse durante la película, en ese momento se vuelve prácticamente imposible.

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