Sergio Pérez Torres: su “Inventario de fósiles” y un “Cortejo fúnebre”

El poeta regiomontano aumentó su producción literaria con una antología y una obra con la que obtuvo el XXIV Premio Nacional de Poesía Sonora, Bartolomé Delgado de León.

Dos títulos se unieron a la obra del poeta regiomontano Sergio Pérez Torres en el 2022. Foto: Especial
Israel Morales
Monterrey /

Dos títulos se unieron a la obra del poeta regiomontano Sergio Pérez Torres en el 2022: una antología a la que tituló “Inventario de fósiles” (UANL) y ya casi para cerrar el año se publicó “Cortejo fúnebre” (Conarte), libro con el que obtuvo el XXIV Premio Nacional de Poesía Sonora, Bartolomé Delgado de León.


La antología de Sergio Pérez Torres lleva por las distintas rutas de su poesía. Desde la fuente primaria del origen, en donde también se halla la extinción, a las horas que se cuentan entre sus avatares poéticos.

De la iniciación, “Los alumnos asimilan palabras nuevas, pero el canto del gallo cruza el muro y es el mismo” (pág. 15) a un examen con todo e instrucciones de desplegar el perfil de la materia poética. Un poco de “Amnistía”, un paseo al “Parque” o una mirada a la “Fuente”, de todo hay en esa forma en que ocurre el mundo, el de nidos húmedos y arias al sol.

En la poesía de Sergio Pérez hay de acuerdo a las referencias desde un “Hospital” a un “Museo de la guerra”; hay “Derrotas” o “Plegaria”; hay fallas, de “Audio” y de “Video”. Se nutre de los viajes preciados: “Desembarco”, “San Kevin” o “Edimburgo”.

Las palabras se dispersan, le dan su propio ritmo a su calendario, como en “La ley de la atracción” y se suman a lo que depara el futuro bíblico: “El profeta Jonás”.

Se adentra en los detalles, como en “Insomnio” o en “Extravío”, aunque para seguir más al caos que al desorden, hay que abrir sin permiso la “Paquetería”:

Aquí dejo la maleta que me contiene,

el desinfectante para calmar la compulsión,

el diario con memorias a la fuerza,

mi celular que es más mío que algunas de mis células,

las pastillas que me alargan los suspiros,

la agenda, las llaves, las monedas

y toda la basura que llevo latiendo desde casa.

También dejo las ganas de mañana

porque afuera el mundo desangra sus olas

y coloca en nosotros el primer olor del mar.

(Pág. 35)

En “Cortejo fúnebre”, el poeta se para sobre tumbas de varios personajes de la historia: zarévich Alekséi, Nicolás Tesla, Leopold Bloom, Neil Armstrong y Jonás. Son retrospectivas. Son, como las llama Balam Rodrigo, “coro de cinco voces tanatoeróticas cinceladas con la daga luminosa de la lengua sobre igual número de lápidas de piel viva”.

En Alekséi se llena de oscuridad, un aullido hacia “el rostro de la luna”. El lobo merodea en el poema, lo mismo que los sueños, el insomnio, “nubes rojas de tormenta”, una geometría en que caben la voz quebrada, las palabras que se doblan, porque partir de este personaje se recrea la luminosidad hacia donde se observan las estrellas fugaces.

Con Tesla los rayos eléctricos alcanzan una poesía que se transmuta, que opera en vibraciones, que se adentra en lo científico y el ser humano, quien entre rayos siempre encontró un cobijo en la tormenta:

A veces hay quien en la tormenta

se refugia bajo el árbol que lo vio crecer,

pero igual es alcanzado por un rayo.

Él ha extendido su mano hacia la noche

y se ha vuelto del color de la neblina,

las palomas se posan sobre esta cruz.

Y yo, inerte de tanta espuma en este albor,

me he sacudido al besar su piel endurecida

como el corazón de un ave luego de una descarga.

(Pág. 52)

El cortejo continúa sobre Leopold Bloom, con poesía más extensa, narrativa, de un profundo halo de melodrama, de la pesadilla que tuvo un filtro de una “legión de sueños”, para consignar una idea del mundo, en que el desafío es encontrarse en la mañana y no sentir el abandono.

La ciencia es con Neil Armstrong girar la vista hacia el cielo y encontrar las razones desde arriba, con el amor en uno de sus planos: “una Vía Láctea más dulce que esta voz, / nuevas estrellas brillarían desde esa muerte/ para que los amantes se besaran debajo, / chicos solitarios inventarían formas al azar/ y otros les atribuirían el hilo rojo de su destino” (pág. 94).

En “Sobre la tumba de Jonás” echa “palabras como anzuelos”, una marea que late y la fuerza que arrasa el hambre de una ballena; un torrente en que la profecía se dice y se guarda, en donde Jonás alienta a que los amantes se eleven a la luna llena, a la luna de miel.

Con este “Cortejo fúnebre”, Sergio Pérez Torres obtuvo el XXIV Premio Nacional de Poesía Sonora, Bartolomé Delgado de León.

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