Tenía apenas dos años de edad cuando falleció su padre, Héctor Pérez Martínez. Sus recuerdos de él vienen de la infinidad de cartas que ha encontrado a lo largo de los años, algunas enviadas a su madre, María Celis, otras a sus hermanos. Es una figura que ha estado presente en sus libros, como un eje alrededor de quien gira ese otro universo que ha contado en sus obras.
Ello sucede también en su libro más reciente, La república española en un pañuelo. Recuerdos de infancia (Cuadernos del Seminario, 2020), un homenaje de Silvia Molina a los amigos de sus padres, “porque estuvieron muy cerca de mí en la infancia.
“Eran como parte de una familia extendida. He escrito de mi padre muchas cosas y de mi madre poco, a pesar de que no se las vio fáciles, no tuvo una viudez sencilla. En 2019 quería sacar el libro, pero no pude y cuando lo terminé solo esperaba a que saliera, porque son cosas importantes de mi niñez que me formaron de alguna manera”.
Con un prólogo del historiador Javier Garciadiego, el volumen hace un recuento de algunos de los personajes que pasaron por la vida de la familia Pérez Celis, muchos de ellos exiliados españoles a quienes el padre de Silvia Molina, político y escritor campechano, apoyó para su integración a México, por lo que no olvidaron a la familia en la etapa de viudez.
“Mi mamá quedó viuda, sin dinero y con cinco hijos: o haces algo o haces algo y, finalmente, ella pudo salir adelante y nos educó a todos. Siempre muy acompañada por los personajes que están en el libro y también por sus hermanos y amigos”.
Cartas, fuente de información
Silvia Molina encontró en las cartas que forman La república española en un pañuelo. Recuerdos de infancia una verdadera fuente de información, no solo para interpretar lo que estaba borroso en su memoria, sino incluso para encontrarse con una parte mucho más íntima de la relación entre sus padres y con los amigos.
“En esa época se usaban mucho las cartas. Tengo una enorme cantidad de cartas de mi papá a mi mamá, donde no se saludan ‘hola, lo extraño mucho’ y se acabó, sino, como están lejos, se cuentan las vidas que están viviendo. Para un aniversario de mi papá armé un libro con unas cartas que cuentan la llegada de la langosta a Campeche y cómo se acaba toda la producción del maíz. Entonces el estado no tiene nada y cuento la preocupación de mi padre por conseguirlo. Además, Tabasco tampoco tenía maíz, y había que compartirlo. Las cartas eran muy interesantes, porque sí hablaban de la vida cotidiana, de la época, de lo que sucedía en la política”.
En el libro hay más de una historia, porque eran los residuos de la república española, el franquismo y todos estos intelectuales apoyando a la viuda del personaje que los ayudó durante mucho tiempo, sobre todo en una parte educativa y de formación intelectual.
“La infancia es fundamental para todo mundo: lo que haces o lo que te hacen, lo que das o lo que te dan, se te queda para toda la vida en el cedazo de lo importante. Y la verdad no tuve una infancia triste, ni mucho menos, a pesar de ser huérfana”, dice Silvia Molina.
La formación intelectual
Silvia Molina recuerda a intelectuales como Juan Rejano, León Felipe o Antonio Robles como fundamentales en su formación, pero también otros que formaban parte de la generación de su padre, como Luis Cardoza y Aragón o Fernando Benítez. Alguien que influyó mucho en que su progenitor estuviera muy cerca de los refugiados fue Rafael Sánchez de Ocaña, quien se convirtió en tío de la escritora. Después se les dio una acogida en el periódico El Nacional, “donde todos ellos escribieron con Benítez”.