Sin perdón

Escolios

Jean Améry
Editorial Milenio
Ciudad de México /

Palabras como “perdón”, “reconciliación” o “amnistía” aspiran a ejercer un efecto curativo, pero que no siempre sanan, ni hacen justicia a las víctimas, ni tienen un efecto social perdurable. Jean Améry (1912–1978), el gran escritor austriaco, avecindado en Bélgica, es paradigma de aquellas víctimas del nazismo que se rehusaron a extraer algún sentido político o religioso de su suplicio y abogó toda su vida, hasta su suicidio, por un meditado no perdón. Nacido en Viena, se llamaba Hans Mayer, fue hijo de un judío y una católica y creció como feliz gentil y aspirante a artista. La Segunda Guerra lo sorprendió y huyó a Bruselas donde fue capturado, asimiló su identidad judía hasta que vio su número de prisionero tatuado y vivió 642 días en distintos campos de concentración. Décadas después, en 1966, publicó Más allá de la culpa y la expiación (Pretextos, 2013) donde narra las demoniacas formas de laceración y despersonalización de los nazis hacia sus presas. La asimilación de esta experiencia es variada: a diferencia de los prisioneros religiosos o marxistas, cuyas fuertes certezas metafísicas o históricas daban algún significado a su martirio, para el laico y escéptico Améry la violencia absurda no constituye una experiencia formativa, sino un disolvente del individuo. Ante la violencia gratuita, el sentido de la convivencia se daña para siempre, la confianza se pudre, la palabra deja de significar. Por eso, no perdonar, no ceder a la buena conciencia, ni a la presión social, ni a los fines políticos, constituye un legítimo derecho de las víctimas. Al ser expropiadas de todo, al ser condenadas al tormento del recuerdo convulso, la única posesión de las víctimas es su negativa tajante a dejar manipular su dolor por las promesas de reconciliación. El rechazo a olvidar y perdonar de Améry niega cualquier teleología religiosa o histórica, pues ello implicaría aceptar que el sufrimiento tuvo algún sentido redentor, por oculto que sea, y lo que el autor quiere demostrar es el absoluto sinsentido del mal y la obligación de que, aunque sea en la memoria, no permanezca impune. “Nada se ha resuelto todavía, ningún conflicto se ha neutralizado, la memoria no ha interiorizado su pasado. Lo que ha sucedido, ha sucedido. Pero el hecho de que haya sucedido no es fácil de aceptar. Yo me rebelo contra mi pasado, contra la historia, contra un presente que congela históricamente lo incomprensible y con ello lo falsea del modo más vergonzoso”.

@Sobreperdonar

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