Cuando era pequeño, David Stern nunca se imaginó que pisaría un escenario como director. "Quería que mi papá fuera famoso y tocara para el equipo de los Mets de Nueva York —dice en entrevista con MILENIO—. ¡Ahí había un jugador maravilloso y yo quería que mi padre fuera tan famoso como él! Y es que un concierto para mí no era nada especial, era normal".
Su padre, Isaac Stern, violinista y director de talla mundial, se volvió famoso, pero el hijo no creció con la idea de ser músico, ni tampoco su padre pretendía que lo fuera: "Él no quería que los hijos de un músico famoso trataran de hacer carrera como músicos, por ser muy difícil. Pero yo y mi hermano Michael, que también es director, decidimos, de manera independiente, que adorábamos la música. A los 17 o 18 años decidí que quería hacer esto".
Actual director artístico de la Ópera de Israel, además de promover diversas actividades musicales y culturales, Stern es director-fundador de la Ópera Fuoco, ensamble de instrumentos originales. Durante un receso de su ensayo con la Orquesta Sinfónica Nacional (OSN), con la que ayer presentó la Sinfonía número 3 de Gustav Mahler, habla con entusiasmo sobre la obra que repetirá mañana a las 12:15 en el Palacio de Bellas Artes.
En el programa de la semana pasada con la OSN, Stern incluyó obras del barroco. En dicho repertorio, explica, "la relación entre el arco y las cuerdas es distinto: tienes que hablar más con el instrumento, debes pensar diferente. Si bien Mahler tiene poco que ver con el barroco, una semana de trabajo con ese estilo me permitiría que los músicos adquirieran el nivel que requiere la obra de Mahler. Además, no importa cuántas veces hagas la Sinfonía número 3, siempre es una revolución".
Apasionado de la obra del compositor nacido en Bohemia, el director califica la tercera sinfonía como "rica, maravillosa, lista, hermosa, emocional y espiritual. Mahler era un compositor joven cuando la escribió y comenzaba a hacerse de un nombre en Viena. Quería ser director musical de la ópera, pero como judío no podía: tenía que convertirse al cristianismo. Al mismo tiempo comenzó a escribir música cristiana, así que la tercera sinfonía tiene este elemento cristiano. En un nivel, es casi como una ópera, pero, en otro, más alto, es un trabajo religioso en el que quiere mostrar al público que podía escribir una obra cristiana".
En el ensayo, el músico le explica a un clarinetista algo sobre su ejecución en términos metafóricos: "Aquí se siente temblar la tierra". Asegura que "toda la sinfonía es la adoración de la naturaleza, pero no en el sentido pagano sino en uno budista. Mahler fue alumno de Schopenhauer y fue muy influido por su visión del budismo. Esto es muy claro en La canción de la tierra, su última pieza, que termina con un acorde que flota en el aire. Aquí es mucho más joven, pero estoy seguro que en el cuarto movimiento hay una sensación no de eternidad cristiana sino de eternidad humana. Cuando se van juntando las voces no es que se estén agregando, sino que todos se están volviendo una sola voz. Esa noción de que todos se vuelven uno, cuando pierdes tu sentido de individualismo, es el corazón del budismo".
Stern considera que, a diferencia de otros compositores que imitaban la naturaleza, "en la obra de Mahler encuentras que la energía de la naturaleza se abre paso a través de tu instrumento. No trata de sonar como algo, sino como si el instrumento fuera una chimenea para la energía que viene de la tierra, pasa por tu instrumento y va a salir. Todos los elementos de la orquesta tocan sonidos que son la naturaleza, no la imitan. Debes tener ese nivel de conciencia para tocar esta pieza, para ir más allá de las notas. Esta obra es una viaje espiritual, de principio a fin".