A subasta, la medalla del único Nobel de la Paz mexicano

En 1982, el diplomático Alfonso García Robles recibió el galardón por su labor en la desnuclearización de América Latina y el Caribe, ahora la familia la venderá en la casa Christie's

Alfonso García Robles
Alfonso García Robles
Julio I. Godínez Hernández
Ciudad de México /

La noche del 9 de diciembre de 1982, un grupo de más de mil partidarios del desarme nuclear marcharon por las calles de Oslo. Cada uno de los participantes portaba una antorcha que humeaba en la noche fría de la capital noruega. Era una manifestación con la que expresaban su alegría porque el máximo galardón dedicado a la paz fue finalmente entregado en favor de la desnuclearización y el desarme mundial.

Como una hoguera andante, los participantes de aquella marcha llegaron hasta el hotel donde se alojaban quienes al siguiente día recibirían el Premio Nobel de la Paz. Los dos galardonados, alertados por el alboroto, se dirigieron hacia uno de los balcones. Desde ahí, la sueca Alva Reimer Myrdal y el mexicano Alfonso García Robles saludaron a la multitud entusiasta que los vitoreaba.

Aquella era una ocasión especial, era la primera vez en la historia que un mexicano se preparaba para recibir un premio Nobel, luego vendrían Octavio Paz (Literatura, 1990) y Mario Molina (Química, 1995). Antes de aquél diplomático y jurista nacido en 1911 en Zamora, Michoacán, de una familia de comerciantes, nadie de nacionalidad mexicana había sido considerado con los méritos suficientes para merecer el preciado reconocimiento que otorga el Comité Nobel Noruego.

Los méritos de García Robles se remontaban a más de una década atrás, cuando logró negociar desde las Naciones Unidas —organización de la que fue fundador en 1945— un alto a la carrera armamentista y proceder con el desarme nuclear de América Latina, en un momento en que Estados Unidos y la Unión Soviética protagonizaban la Guerra Fría con un gasto anual bélico de 600 mil millones de dólares, o lo que es lo mismo, un millón de dólares por minuto.

Durante aquellos años de tensión, México y otras naciones latinoamericanas “observaban con enorme preocupación las explosiones con armas nucleares que realizaban ciertos países, tanto en el espacio ultraterrestre como en el mar, mismas que amenazaban la paz del mundo y ponían en peligro nuevamente a la humanidad con una guerra nuclear”, escribió el abogado y diplomático Hermilo López-Bassols.

Sin duda el evento que marcaría la iniciativa de México para negociar el desarme nuclear sería la crisis de los misiles de Cuba de 1962, un evento que tuvo al mundo en una angustiosa expectativa entre el 22 y el 28 de octubre de ese año, cuando Estados Unidos descubrió que la URSS había instalado en la isla bases de misiles nucleares y que los artefactos apuntaban a algunas de las más importantes ciudades de la Unión Americana.

Asignado por el gobierno del presidente Adolfo López Mateos, y desde su cargo como subsecretario de la Secretaría de Relaciones Exteriores, el cual ocupó de 1964 a 1970, García Robles abordó los trabajos sobre desarme que se desarrollaban en las Naciones Unidas y encabezó la delegación de México en el Comité de Desarme. También presidió las reuniones para la desnuclearización de América Latina, celebradas en nuestro país a partir de 1964 con el objetivo de buscar que toda la región se sumara a la declaración conjunta que habían hecho un año atrás México, Brasil, Chile, Bolivia y Ecuador.

Como resultado, García Robles logró que se firmara en febrero de 1967 el Tratado para la Proscripción de Armas Nucleares en América Latina y el Caribe, mejor conocido como el Tratado de Tlatelolco, mismo que entró en vigencia en 1969 y que este 2017 celebra su cincuentenario. Además, más tarde logró que Estados Unidos y Francia se comprometieran a no meter armas nucleares en la región.

El acuerdo que el diplomático mexicano impulsó, incluso para que lo firmaran los estados renuentes de Cuba y Venezuela, supuso el compromiso de no desarrollar armas atómicas y crear la única región poblada del planeta desnuclearizada.

Más tarde, entre 1970 y 1975, desde la representación de la ONU, García Robles fue el encargado de establecer las negociaciones para que México duplicara relaciones con países como China, Rumania, Bulgaria, Hungría y Mongolia, que pertenecían al bloque socialista, y de abrir puentes con Siria, Jordania, Guinea, Senegal, Tanzania, Zaire, Marruecos, Chipre, Yemen y Bangladesh.

Al siguiente día de aquella muestra multitudinaria de aprecio de parte de los partidarios del desarme nuclear en Oslo, durante su discurso de aceptación del premio instituido por el inventor e industrial Alfred Nobel, el diplomático michoacano hizo hincapié en la importancia del desarme:

“La supervivencia de la humanidad es la que está en juego hoy en día. Anteriormente, cuando se inventaba un arma, por terrible que fuera, no era capaz de destruir a la raza humana. Pero como con toda razón lo ha hecho notar ese eminente filósofo de la historia que fue Arnold Toynbee: Ahora estamos en posesión de algo que sí podría realmente extinguir la vida en nuestro planeta”, expuso frente a los miembros de la Academia en la Universidad de Oslo.

Y continuó: “En verdad la amenaza a la supervivencia de la humanidad es mucho mayor desde 1945 de lo que fue durante el primer millón de años de la historia. No hay duda de que, y aquí empleo de nuevo autorizados conceptos de Einstein y Russell vertidos hace casi seis lustros y es obvio que cobran hoy redoblada exactitud: Si llegaran a usarse muchas bombas de hidrógeno habría muerte universal: muerte repentina para una minoría y muerte lenta para la mayoría sometida a la tortura de la enfermedad y de la paulatina desintegración”.

García Robles concluyó su intervención con una oscura y apocalíptica advertencia: “La humanidad se halla ante un dilema: debemos detener la carrera armamentista y proceder al desarme o enfrentarnos a la aniquilación”.

Minutos después, al terminar la ceremonia (curiosamente llevada a cabo el mismo día en que Gabriel García Márquez recibía el Nobel de Literatura, pero en Estocolmo), el diplomático espigado y de sonrisa amable posaría frente a la prensa junto a la socióloga Alva Reimer Myrdal, compañera del mexicano durante muchas batallas en la ONU, sosteniendo el galardón que se componía de un diploma y una medalla de 18 quilates de oro.

Sorprendentemente —o quizá como un acto premeditado de quien heredó el galardón tras la muerte de García Robles en 1991—, justo 50 años después de la firma del Tratado de Tlatelolco y 35 después de haber recibido el Premio Nobel de la Paz, la famosa casa de subastas Christie’s anunció el pasado 14 de febrero que la medalla de quien fue también embajador de México en Brasil entre 1962 y 1964 será subastada el próximo mes de abril.

En entrevista telefónica desde Nueva York, Becky MacGuire, especialista de Christie’s, sostuvo que para ellos es una ocasión especial que un legado, “símbolo tangible de la lucha por la paz mundial, sea ofrecido junto a grandes obras de arte”.

Al cuestionarle sobre las razones de la venta del máximo galardón de la paz mundial y el primero que recibió un mexicano, MacGuire respondió brevemente que la casa de subastas tiene una política de mantener en el anonimato a sus clientes, pero que “se convierte en una responsabilidad mayor el poseer algo como este objeto. Quizá (quien lo adquiera) lo mantendrá en su casa o en una bóveda de seguridad, nadie lo verá o celebrará. Quizá no se quedará con la descendencia, es algo que pertenece más al mundo y es lo que sucede con obras de arte u objetos”.

Tras su muerte, a Alfonso García Robles le sobrevivieron su esposa y dos hijos. Consultado por el diario El Universal sobre las razones de la venta de la presea, Jorge García-Robles, hijo del diplomático mexicano, se negó a hablar sobre la decisión de la familia de vender la insignia y dio muestras de una ruptura entre ellos. “Lo que pudo haber hecho mi familia o no, no me importa en absoluto”, dijo.

En el curso de la entrega del Premio Nobel, cuatro han sido las medallas que se han subastado: la de sir Randal Cremer, obtenida en 1903 y vendida en 1985; la de Aristide Briand, galardonado en 1926, vendida en 2008; la de Carlos Saavedra Lamas, de 1936 y subastada en 2014, y la de Auguste Beernaert, obtenida en 1919 y vendida en 2015.

Será el próximo 28 de abril a las 10 de la mañana, hora de Nueva York, cuando la primera medalla de un Nobel mexicano se ponga a la venta. Por la puja, Christie’s espera alcanzar entre 400 y 600 mil dólares, un precio que es imposible de calcular por su valor simbólico.

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