El miedo vuelve a apoderarse de la casa del Crimen de Aramberri. Ahora no se trata de un doble asesinato, sino por el futuro de la vivienda al ser puesta en venta tras 86 años en abandono.
La casona marcada con el 1026 en el centro de Monterrey fue puesta en venta por los descendientes directos de la familia Montemayor Lozano, la cual pasó al poder de un nuevo propietario sin conocer cuál será el futuro de la edificación.
Orel Aramberri, cercano a la familia propietaria del inmueble, explicó que presentaron una petición tanto al Gobierno del Estado como al Ayuntamiento de Monterrey para que adquirieran la vivienda, con la finalidad de preservarla y convertirla en un museo.
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Sin embargo, la propuesta no fue escuchada y en cuestión de días un particular se presentó con la cantidad solicitada, en un estimado de tres millones de pesos, para saldar la venta.
"La casa permaneció a la familia por muchos años y no se había pensado en deshacerse de ella hasta este momento", apuntó Orel Aramberri en entrevista.
La propiedad cobró relevancia cuando un 5 de abril de 1933 se cometió el asesinato de Antonia Lozano, de 54 años, y su hija adolescente Florinda Montemayor.
El crimen cimbró a la sociedad regiomontana por la gravedad del hecho, ambas fueron degolladas y porque en un principio se culpó a personas foráneas del asesinato, para revelarse días después que los culpables eran familiares de doña Antonia.
Al respecto se han escrito las novelas El crimen de la calle de Aramberri, de Eusebio de la Cueva, y El crimen de la calle Aramberri, por Hugo Valdés; además de reportajes, obras de teatro y proyectos audiovisuales.
"No sabemos qué va pasar con la casa, si la van a demoler o qué, eso va quedar a criterio de quien compró", agregó.
La vivienda no está protegida por el Catálogo de Inmuebles del INAH Nuevo León, al ser una construcción posterior al siglo XX.
En los últimos 20 años se esparcieron rumores sobre supuestos actos sobrenaturales en la vivienda, que lucía abandonada. La versión ha sido desmentida por los vecinos quienes aseguran que los únicos desmanes eran ocasionados por los curiosos que ingresaban al domicilio.