“El entrar a una obra tiene algo de mágico: se cruzan fronteras extrañas y, sin embargo, uno permanece en el mismo sitio. Yo encontré en los libros muchas gentes y países que jamás esperaba conocer”, dice Juan Rulfo en este recobrado texto inédito.
A propósito del centenario del escritor, se han editado varios libros que abordan distintos aspectos de la obra y la vida del autor de Pedro Páramo. Entre ellos destaca el libro de Víctor Jiménez, Ladridos, astros, agonías. Rilke y Broch en el lector Rulfo (Editorial RM, México 2017), donde el presidente de la Fundación que lleva el nombre del autor jalisciense profundiza en la sutil y condensada influencia de Rainer María Rilke (su novela El corneta) y Hermann Brock (La muerte de Virgilio), en la obra del autor de El llano en llamas.
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[OBJECT]Al estudio lo acompaña un prefacio de Alberto Vital, así como un texto inédito titulado “Juan Rulfo sobre la lectura”. Jiménez aclara que recibió el texto de manos de Juan Francisco Rulfo y que doña Clara Aparicio de Rulfo autorizó su publicación en el libro.
“Se trata de una respuesta a una pregunta de alguna entrevista que no se conserva”, apunta Jiménez. En ella, Rulfo habla de algunos libros que lo decepcionan al “envejecer” y evoca sus inicios como lector.
“Hay libros que envejecen de repente”, inicia el texto. “Fíjese, el otro día quise volver a leer ‘La leyenda de Gösta Berling’ de Selma Lagerlöf, que me había dejado una impresión fabulosa cuando lo leí por primera vez. Con trabajos llegué a la página veinte, luego de convencerme que estaba leyendo algo enmohecido; hasta sentí que las hojas se quebraban de tan viejas. (…) Eso me ha ocurrido ya con otros autores, como con Anatole France y otros más. Lo que hago entonces es deshacerme de ellos regalándolos, porque los considero un estorbo”, continua el texto rulfiano.
Más adelante, recuerda: “Desde que era chico me entraron las ganas de viajar, pero estaba seguro de que jamás saldría de mi pueblo. Me latía que allí me iba a quedar encajonado para siempre. La abuela, con quien vivíamos mis hermanos y yo, estaba paralitica; el único viaje que hacía diariamente era a la iglesia (…)”.
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El texto concluye con la siguiente evocación de su casa en San Gabriel: “Fue entonces cuando me di cuenta del valor de los libros y de cómo lo ayudan a uno a escapar de cualquier encierro. El señor cura había dejado su biblioteca en mi casa”.
AG