La experiencia me ha enseñado que los peores hijos de puta son los que no tienen aspecto de serlo. Las palabras de José Saramago, tatuadas en mi corazón marchito, resuenan dentro de mi cabeza, una y otra vez, hasta que en poco tiempo son lo único que habita mi interior.
La oscuridad se explaya en mi habitación, mis suspiros helados me recuerdan que sigo con vida, que el que ha muerto no soy yo, sino mi hermano mayor, Tomás.
El silencio me absorbe mientras la ira se pasea por mis venas, mis pulmones henchidos de impotencia engullen el humo del cigarrillo posado entre mis labios, la ceniza del mismo me besa las mejillas. Me permito regresar al momento en que sucedió. Observo a mi hermano de pie a final de la calle, me acerco despreocupado, no es hasta que me encuentro lo suficientemente cerca que percibo el temor en sus ojos grises. Se vuelve a mirarme, y es en ese preciso instante en que una bala atraviesa su cabeza.
Repaso mentalmente los nombres de sus conocidos, rufianes, amistades negras. aquellos seres más allegados a mi hermano. Sé que en ese reducido círculo se encuentra el asesino.
La vida es como los cuadros, conviene mirarlos cuatro pasos atrás. Me propongo contemplar la vida de Tomás como un cuadro. Admiro las pinceladas, los trazos únicos y perfectos, escudriño la horrorosa obra de arte que hizo de sí mismo.
Hay demasiados tonos rojos, sangre inocente. Tomás era un asesino, un hombre de mal, quizá nadie lo mató, probablemente ese gatillo lo jaló él mismo, usando el dedo de algún otro ser despreciable, reflejo de mi hermano.
Dejo de darle vueltas al asunto. Siempre acabamos llegando a donde nos esperan. Y a ti, querido hermano, desde hace rato que el infierno aguardaba tu llegada.
FM