Al considerarlo el más importante violinista de jazz en la historia, la maestra Natalia Riazanova reunió a tres talentosos músicos para integrar un cuarteto que permitiera rendir un tributo a Stéphane Grapelli, de quien apunta, fue un improvisador excepcional dotado de una perfección técnica insuperable a pesar de no ser un músico de conservatorio.
Será el próximo miércoles en punto de las 20:00 horas que la Riazanova Jazz Ensamble, integrado por la violinista, el pianista Carlos Ramos, el contrabajista Daniel Olivares y el baterista Absalom Ruiz, se presentarán en el Teatro Nazas con el espectáculo “Homenaje a Grappelli”. Sin duda éstos músicos podrán guiar al público hacia los clásicos del gypsy o jazz manouche.
“Aquí nos basamos en lo que es jazz piano trío, porque lo clásico es piano, contrabajo y batería, y pues yo (como violín) soy el postizo realmente, pero en la época de Grappelli, un poquito antes con Joe Venuti, empezó; algunos violinistas empezaron a aventarse al jazz y, como también lo decía Grappelli, confirmaron que el violín se presta para el jazz mucho más que cualquier otro instrumento”, comentó Riazanova.
A pesar de que Abslom Ruiz tuvo falta en la entrevista al sentirse enfermo, lo que se observó en el ensayo de este cuarteto es tan fresco y divertido como el discurso musical construido por el guitarrista Django Reinhardt y Grapelli, ambos músicos insuperables cada cual en en su instrumento, quienes trabajaron en centros nocturnos y en las salas de teatro y de cine donde ambientaron con música en vivo los celuloides que se exhibían sin sonido.
En el caso de Grapelli se recupera que con el violín se amplían las posibilidades estéticas, pues aunque el jazz nació con el sonido de las grandes bandas y los instrumentos de viento como los clarinetes y saxofones, éstos ensordecen al de cuerdas. Es por ello que se le dio cabida en agrupaciones pequeñas, de cámara.
“A mí me encantan los ensambles, me encanta el piano trío, me gustan los duetos y cuartetos de cuerdas. Pero esto es otra cosa y lo padre es que Daniel y yo somos notistas, clásicos; somos de la escuela donde lo que está escrito lo tienes que tocar, y Carlos es de la escuela libre, de música popular y jazz, de improvisación aunque también tiene sus reglas. Entonces nosotros en este ensamble, estamos aprendiendo mucho de Carlos”.
Natalia se reunió por vez primera con los jazzistas Carlos Ramos y Absalom Ruiz hace dos décadas, cuando se conmemoraron los primeros veinte años del fallecimiento del violinista francés. Después de un cuarto de siglo de su muerte, junto con el contrabajista Dianiel Olivares, vuelven a unir sus talentos para ofrecer un concierto con un repertorio que incluye clásicos como Stardust, Daphne, The way you look tonight, Minor swing y, I can’t give you anything but love.
“Es como un taller de jazz entre nosotros porque aunque no nos veamos seguido, cada vez que nos reunimos aprendemos algo el uno del otro. Está interesante porque ya cuando nos juntamos, Natalia es la que nos convoca de hecho, se hace un ensamble muy padre porque tenemos la oportunidad de expresar nuestras ideas y el cómo nos sentimos. Para el músico es bueno tener siempre una puerta abierta donde poder explayar nuestras ideas”, comentó el pianista Carlos Ramos.
Esta visión la comparte Daniel Olivares, quien apuntó que la unión en el ensamble permite obtener un producto musical único toda vez que en el aspecto individual, a cada participante lo va nutriendo el compartir la experiencia que vive a través de los proyectos independientes y la vida artística al tocar con diferentes personalidades en diversos géneros musicales.
“Nosotros buscamos realizar en el concierto tintes de polkas, de bossanova, tintes de country y obviamente el jazz puro o clásico”, dijo el contrabajista al tiempo en que la violinista acotó que el ensamble maneja una vibración positiva que se transmitirá en las interpretaciones que ofrecerán el próximo miércoles en el concierto Homenaje a Grappelli.
El concierto en resumen será ligero y agradable, disponible para el público en general con obras maestras que quizá no se recuerden por el nombre pero que habitan en la mente colectiva al conformarse de piezas que entrañan alegría traducida en baile, ternura y una gran elegancia, quizá como la de las últimas postales que fotografío Eugène Atget quien presumía con orgullo, el poseer todo el París antiguo.
EGO