Ningún argumento ha importado ni para gobiernos priístas, panistas ni, ahora, morenistas. Las cifras del Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (Inegi) respecto a los aportes de las iniciativas culturales al producto interno bruto (que en 2022 se midió en 3 por ciento) les ha venido guango a la hora de asignar recursos al ramo. Al principio de este sexenio de la cuarta transformación, muchísimos apostamos porque la tal transformación sería cultural (lo que incluye un cambio en la mentalidad, en la ética, en el civismo y en la educación) y lo echaron por la borda a punta de huipilazos y descalificación de los educadores, los científicos y los artistas porque nos etiquetaron desde la máxima investidura de fifís, mantenidos, parias del Estado. El golpeteo fue tan fuerte que nos tiene calladitos, cobardes, pusilánimes perdiendo derechos cuando ante otros gobiernos se nos tachaba de revoltosos.
Tan súper cobardes que los egresados actuales de las escuelas de artes creen que las paupérrimas condiciones de producción del arte y la cultura hoy son las “normales”. Triste futuro si lo compran. El puesto de honor del desmantelamiento del aparato cultural se le debe a Alejandra Frausto, que va a pasar a la historia como la peor titular de Cultura que haya tenido el país en los últimos 30 años. ¡Viva el huipil! Por cada evento semestral en el Auditorio Nacional de su peor fracaso, cultura comunitaria, se podría haber construido un centro cultural alternativo o un teatro caja negra (con un presupuesto operacional anual modesto) en algún rincón de nuestra carente República, a la que se ha negado el derecho a la cultura: ya serían 10 centros regionales, por lo menos. Sin hablar de ese programa náufrago que nomás en el primer año tuvo 2 mil millones de subejercicio presupuestal sin que hubiese repercusiones para la funcionaria autora de tal catástrofe: Esther Hernández, directora de Vinculación Cultural.
Traspunte
Situación inédita
Se votaron el martes pasado reformas a la Ley del Trabajo en el Senado para incluir a los artistas como trabajadores con derechos. Según el senador morenista Napoléon Gómez Urrutia, después de cinco años resultó que no somos ni fifís, ni privilegiados ni parias, sino que estamos en “una inédita situación de vulnerabilidad”.