Jorge Ibargüengoitia debería estar cumpliendo 85 años de vida. A pesar de que eso sería posible, muy probablemente no tendríamos nada nuevo qué decir sobre su teatro dado que, al momento de su trágica muerte, llevaba 20 años sin escribir una sola línea dramática. Bastante se ha dicho sobre su abrupto retiro del mundo teatral, hace exactamente medio siglo, así que no abundaremos al respecto. No obstante, revisando en estos días la tesis con la que en 1957 se graduó en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, hemos encontrado un escrito marginal respecto del tema sustentado allí —la escritura de su obra Ante varias esfinges—, que por su estructura y estilo podría constituirse en antecedente de lo que más tarde fue su abundante labor crítica y periodística. Apartado del estilo académico de la tesis, ya se aprecian su lacónica ironía y temprano desencanto del medio teatral, dos de las constantes que desarrolló durante los años en que fue crítico teatral de la Revista de la Universidad. Hemos dicho en la introducción a El Libro de Oro del Teatro Mexicano (El Milagro, 1999) que la subjetividad, la ironía y la ridiculización de las convenciones que caracterizaron sus escritos, parecían “subvertir uno de los principios fundamentales de aquel que acepta ejercer la crítica teatral: respeto y consideración a la hora de pronunciarse sobre una obra”. Ante tales acusaciones, el propio Ibargüengoitia habría de justificar su postura de francotirador al afirmar que respetaba “mucho más al teatro que a las obras que se montan en él”. Lo que llama la atención, en este caso, es que sus reparos al provincianismo teatral mexicano se avisoran aún cuando su carrera como dramaturgo se encuentra en plena etapa ascendente. No agregaremos más para que el lector se adentre sin prejuicio en el que podría haber sido, si lo aislamos de su contexto, el debut de Ibargüengoitia como articulista, solo mencionaremos que la anécdota que da pie a la nota se menciona nuevamente, aunque de manera muy marginal, en otro artículo: “Teatro y subdesarrollo”, publicado en la Revista Mexicana de Literatura, en su edición de enero–febrero de 1963.
CONCURSOS[I]
Jorge Ibargüengoitia
Entre los muchos concursos que anualmente se celebran en nuestra ciudad, el de la comedia del Nacional es uno de los más respetables. Puede decirse que lo último de la producción del año participa en él. Lo último de la producción joven, esto es.
Este año fue premiada una pieza: Los Desarraigados[ii], entre otras razones: “…por haber sido considerada la mejor, dada la mexicanidad de su tema, su excelente factura, etc…” Dejando para más tarde lo que el jurado llamó “mexicanidad del tema” quiero recalcar que la primera virtud que vino a la cabeza del jurado fue la mexicanidad. Si el jurado leyera de una comedia premiada por “lo esquimal del tema” o por “lo guanajuatense del tema” le parecería una manifestación de provincianismo execrable. Si fuera un periódico de Londres y dijera “lo inglés del tema”, les parecería una excentricidad, como la circulación a mano izquierda, o una altanería insoportable, y sonreiría si oyera algo referente al “American Way of Life”. Somos nosotros los mexicanos los únicos seres privilegiados que podemos referirnos a nuestra nacionalidad con virtud, sin temor a parecer grotescos o imbéciles. Pero la cosa, que podría ser un “lapsus lingüe”, es algo más grave, producto de las bases del concurso. Hay una que dice: “las obras deberán plantear, sobre los temas mexicanos… soluciones (positivas), afirmativas de la personalidad e idiosincracia del pueblo mexicano y de su actual evolución social”. Lo que a primera vista puede parecer un perverso intento de reducir el teatro a un periodismo moralizante, al ser confrontado con la (ya citada) opinión de Zolá[iii], resulta la aceptación clara del teatro naturalista como el único posible en México, o, cuando menos, en el concurso del Nacional. La actitud podría parecer aislada y sin importancia, si no contara el concurso a que me refiero con la bendición de todos nuestros organismos teatrales. No explica la convocatoria lo que entiende por una solución (positiva): por un prurito de ambigüedad, por discresión o por fortuna.
La limitación que representa esta pequeña cláusula es grave, y por la borda se irían obras como El Cid, Hamlet, y Las Traquinianas, si fuésemos capaces de escribirlas.
Para una persona que haya aceptado el teatro como modo de conocimiento, escribir una obra de acuerdo con las limitaciones expuestas, el único camino consistiría en tomar la libreta de notas, escudriñar este vasto laboratorio que es la ciudad y escribir, ante la interrogación de lo que querrá decir (positivas).
El resultado, aplaudido por los jurados, y ahora por el público, es una obra llamada Los desarraigados. Aborda, de una manera vulgarmente llamada “valiente”, el problema de una familia mexicana establecida al sur de los Estados Unidos. Como buena pieza naturalista, atribuye todos los males de la familia al medio ambiente: dos hijos perdieron la vida en la guerra y un tercero vive lleno de taras mentales a consecuencia de la misma; el cuarto hijo, muy joven, ha caído en las garras de una prostituta y se ve obligado a traficar con mariguana entre la colonia mexicana que, por lo que se ve, es muy viciosa. La hija menor, por su parte, besa, de una manera completamente deshonesta, casi en la puerta de su casa, al hijo de un explotador de braceros. El diálogo es de los que se suponen fotográficos. Como su antepasado Zolá, el autor no puede mantener la crudeza vital más lejos del primer acto y cae, a mediados del segundo, en pleno melodrama. La obra pretende mostrar una gran verdad de la vida cotidiana de un sector social y por eso, sería mucho más propio verla representada ante los interesados, en uno de los teatros mexicanos de Los Angeles que ante el público compadecido, ignorante del problema, que asiste al teatro Granero. Los aspectos de la vida americana abordados por el autor son los que conocemos gracias a las peores películas que nos envían de aquel lado, a saber: problemas mentales de los veteranos de guerra, contrabando de drogas, discriminación racial, conducta desenfadada e inmoral de los adolescentes. Lo que me hace suponer que el autor, en vez de investigar la vida humana en el vientre de alguna ciudad, lo hizo cómodamente instalado desde la butaca de algún cine[iv].
Este es el teatro naturalista que se hace en México, el que recibe el asentimiento oficial y el aplauso del público. El teatro de concurso.
[I] Extracto de la tesis Ante varias esfinges, que para obtener el título de licenciado en Letras modernas con especialidad en Arte dramático, presentó en 1957, pp. 85-87 (Transcripción y notas de Luis Mario Moncada)
[II] Obra de José Humberto Robles (1915–1984), ganadora del Premio único del periódico El Nacional en 1955 y estrenada en septiembre del año siguiente en el teatro El Granero (inaugurado con esta obra), bajo la dirección de Xavier Rojas.
[III] Ibargüengoitia aborda en su tesis algunos aspectos del teatro naturalista y cita parte de la correspondencia que Emile Zolá mantuvo con Strindberg, en donde se refiere a la obra El padre, del autor sueco: “…Me gusta que mis personajes tengan un marco social completo, de manera que podamos tocarlos y sentir que están penetrados de nuestro ambiente. Y su capitán que no tiene ni nombre siquiera, sus otros personajes, que son casi creaturas de la razón, no me dan el completo sentimiento de vida que yo requiero…”
[IV] En descargo del autor de Los desarraigados, habrá que consignar la nota biográfica del FCE, donde advierte que, mientras residía en los Estados Unidos, Robles fue reclutado por el ejército norteamericano y participó activamente en la II Guerra Mundial. (Magaña Esquivel, Antonio, Teatro mexicano del siglo XX. Vol. IV, México, FCE, 1970, pp. 139)