El sol había pasado dos veces y el cuervo había logrado alcanzar la orilla del arrollo.
No tenía fuerzas para más, así que decidió no afanarse más y se dejaría morir. No contaba con que una hormiga le mordiera una pata.
—¡Suelta maricón! Déjame morir en paz.
Su graznido llamó la atención de la mujer que se había acercado al arrollo para llevar agua.
—¡Javi! ¡Ven corriendo!
Su esposo, alarmado, se acercó corriendo hasta la orilla del arroyuelo.
—¡Mira! ¿Qué es esa criatura?
—¡Madre santa! ¡Qué fea es!...
Parece un perro calvo.
—¡Javi! ¡Qué cosas dices!
¿Dónde le ves lo perro?
—Fue una expresión, mujer.
—Vale, sácalo de ahí, aún está vivo.
—Ha hablao Verito, la mandona.
—Dijo Javi resignado.
Lo trasladaron con mucho cuidado a la carreta y ahí lo acomodaron en una caja. Lo alimentaron como pudieron y lo dejaron descansar. A la mañana siguiente una conversación lo despertó.
—…¿y ustedes van a la feria?
—Si es que alcanzamos, en el pueblo vecino había muchas personas interesadas en nuestras historias y eso nos ha retrasado.
— Contestó Javi al desconocido.
—¿Y a qué se dedican? —Preguntó el curioso.
—Contamos historias. — Señaló Verónica.
—Sí, pero quiero saber en qué trabajan.
Vero y Javi se miraron y decidieron no iniciar una discusión, así que cambiaron el rumbo de la plática.
—¿Cuántos días de feria le quedan?
—Cuatro.
—¿Hay mucha gente?
—Ya no, hace unos días llegaron muchos forasteros, pero solo vinieron a ver al cuervo albino.
—¿Cuervo albino? —Preguntó Javi.
—Sí, pero por la euforia lo maltrataron y lo mataron.
—Pobrecillo. —Dijo Vero apenada.
El desconocido continuó con su camino, alejándose cada vez más de la aldea. Los esposos terminaron de empacar sus cosas, apagaron el fuego y se encaminaron hacia la feria. En el camino, Vero vio cómo el cuervo se esforzaba por salir de la caja, evidentemente ya había recuperado algo de fuerza. Lo tomó en sus manos y lo volvió a alimentar con trocitos de pan.
—Pero qué feo eres. — Murmuró.
—Se llamará Viernes. — Sentenció Javi.
—¿Por qué Viernes?
—Porque hoy es viernes.
—Hoy es miércoles.
—…Igual, se llamará Viernes.
Al aproximarse al pueblo, el cuervo reconoció el paisaje e instintivamente aleteó con fuerza, olvidando que no tenía plumas, por lo que el movimiento resultó gracioso. Como pudo, se dirigió de nuevo a la protección de su caja, pero la debilidad impidió que lograra entrar, así que aceptó la ayuda que le dio la mujer.
Desde su escondite podía observar sin ser observado. La pareja se dirigió al centro de la plaza, donde ataron las mulas. Pronto, con un megáfono de latón, Javi empezó a llamar la atención de la gente. Los invitaba a perderse en un fascinante mundo de fantasía, a cambio de lo que quisieran cooperar. Así, cuando un buen número de personas se reunió a su alrededor, empezó a contar aventuras de príncipes y princesas y de caballeros y dragones, mientras Verónica manipulaba muñecos de acuerdo a las historias que se contaban.
—¡Un momento!
Cuando el cuervo desplumado escuchó esa voz, se sumergió en lo más profundo de su caja.
—Díganos por favor caballero
¿Por qué interrumpe nuestro relato?—
Preguntó cortesmente el narrador de historias.
—¿Ya han pagado el impuesto para participar en esta feria?
—Mi elegante amigo, porque esa pluma blanca en el sombrero, solo puede usarla una persona de alcurnia y abolengo. — Intervino Verónica. —Nuestro trabajo es distraer un poco a estas amables personas y no cobramos por ello
¿Cómo podríamos pagar sus impuestos?
—¿Su trabajo ha dicho? ¿Me pueden decir cuál es su trabajo?
—Contamos historias. —Contestó Javi quitándose el sombrero y haciendo una reverencia.
—Me refiero a su trabajo real.
— Replicó indiferente el hombre de la pluma blanca en el sombrero.
Los esposos se miraron y contuvieron una expresión de rabia.
—¿Podría el elegante caballero decirnos cuál es su trabajo real?
—Nadie notó el sarcasmo de Javi.
—Soy el regente de este pueblo.
—Respondió con ínfulas de importancia, mientras frotaba con sus dedos las solapas de su levita.
—¡Un político, Javi! — Exclamó Vero.
—¡Vaya, vaya! Y viene un político a hablarnos de trabajos reales.
Todos los presentes se rieron a carcajadas hasta que el regente prefirió no hacer mayor su humillación y se largó. Los contadores de historias continuaron su trabajo y esa tarde recibieron generosas propinas.
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