Con el Nobel a un lado cualquier sitio se iluminaba, se creaba la ilusión de que el mundo era más bonito, con gente más feliz y amable y considerada. Y así fue la visita a la producción de la película Frida (2002), en los Estudios Churubusco, en Ciudad de México.
Era el año 2001, se filmaba la cinta sobre la vida de Frida Kahlo. La película era dirigida por Julie Taymor, con Salma Hayek como la famosa pintora, y Alfred Molina como el genial Diego Rivera. Había órdenes severas de que ningún reportero podía ingresar a las locaciones; la comunicación a los medios estaba controlada por la productora.
- Te recomendamos Cien años de soledad. La novela viaja a la pantalla chica Espectáculos
En los Estudios Churubusco se mostraban más firmes que de costumbre en los controles de ingreso, se decía que Salma había tenido problemas con la prensa. La consigna era categórica: no podían entrar periodistas, la información llegaría a los medios a través de boletines, nada más.
Esa restricción no se aplicaba para Gabriel García Márquez —y muchas otras, tampoco—, porque además de ser conocido y querido por todo mundo, el Gabo había tenido oficina ahí por varios años. Así que caminar por los pasillos junto a él era toparse con sonrisas y muestras de cariño, desde los guardias de la caseta de entrada, personal técnico, tramoyistas, iluminadores y luminarias.
Lo que el Gabo tenía en mente con la visita era presenciar un día de filmación, saludar a su buena amiga Salma y, de pasada, fisgonear para sacar una nota del filme de manera furtiva, sin permiso.
Me invitó para que hiciera de periodista “camuflada”, y marcó solo una limitación: no llevar grabadora ni libreta, que bastaba con que pusiera atención a lo que pasara, a las conversaciones, a las actitudes, y que no se me notara “que iba a lo que iba”.
Salma amaba a Gabo
Cumplimos a cabalidad el cometido; el día transcurrió con nosotros mimetizados como parte del equipo de la producción, nos mezclamos con artistas de la talla de Geoffrey Rush (Leon Trotsky), Edward Norton (Nelson Rockefeller), Antonio Banderas (David Alfaro Siqueiros), Ashley Judd (Tina Modotti) y Salma, por supuesto.
Platicamos con encargados de vestuario, de maquillaje, de sonido. Llegada la hora de comer, nos formamos ordenados con nuestro plato en la mano, y luego departimos en largas mesas acomodadas bajo toldos blancos.
Se trató, sin duda, de una tertulia inolvidable; sin lujos y con tiempo escaso, en medio del proceso de la elaboración de una cinta que más tarde estuvo nominada al Oscar en varias categorías —obtuvo el de maquillaje, solamente—, en la que participó gente importante, y con Gabo de “pasaporte”.
Nos tocó presenciar un par de escenas que se repitieron varias veces hasta que la directora aceptaba el resultado. Visitamos la réplica de la Casa Azul, donde Frida vivió y murió, donde sufrió las consecuencias de su accidente y en la que también sostuvo varios romances extramaritales. También recorrimos tramos de algunas avenidas ambientadas en la década de los 30 del siglo XX.
Salma profesaba auténtico cariño por el Gabo, cuando lo vio se le iluminó la cara (con la ceja tupida y unida, y un puro en la mano); en los momentos que tuvieron para charlar, le contó cómo el espíritu de Frida le había capturado el alma, decía que hasta compartía con ella el gusto por el cigarro y que estaba empezando a pintar.
Merodeamos por los escenarios, conversamos con mucha gente hasta que llegó el fin de la “travesura”. De regreso, Gabo me dijo: “Ahora te toca contar el cuento, nada más que yo no debo aparecer”. “¿Cómo? —pregunté atónita— si tú eres la nota, todo lo que ahí sucedió fue porque tú estuviste presente”. Inamovible la disposición, había que hacer el reportaje sin mencionarlo.
Ese fue el primer obstáculo, el segundo, más grande —si eso fuera posible—, fue entregar el texto para revisión a un periodista con Premio Nobel, ni más ni menos.
Nervios, pudor, de todo mezclado al entregar el trabajo. La respuesta llegó con la categoría típica de García Márquez; cada anotación la hizo con cuidado, con delicadeza, con el ánimo implícito de no ofender a quien escribe. Después de pasado el trámite de la revisión y corrección, le pedí que firmara cada una de las cuartillas. Así lo hizo. Las conservo como mi tesoro más preciado.
hc