Cuando José Chávez Morado estrenó en 1952 el mural titulado El retorno de Quetzalcóatl capturaba a la distancia –por igual– la mirada de estudiantes, maestros y visitantes de la entonces Facultad de Ciencias.
El proyecto de origen, explica Jorge Alberto Barajas Tinoco, del Posgrado en Historia del Arte de la UNAM, era impresionante porque estaba planeado para verse a la distancia en conjunto con el espejo de agua que se encuentra al pie de las figuras que viajan sobre una barca.
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Su planeación fue “un reto porque, hasta ese momento, el muralismo se había trabajado en edificios construidos y a partir de ahí se escogía algún muro para hacer la obra mural. Este se trabajó en conjunto con los arquitectos, fue una gran oportunidad para todos los pintores que participaron en la gran obra que es Ciudad Universitaria”.
Para Chávez Morado, añade Barajas Tinoco, “estos murales fueron muy importantes, porque fueron su primer gran comisión. Anteriormente él ya había hecho algunos en Jalapa e Hidalgo, pero no de esta magnitud. Además, se encuentran a la intemperie, entonces tiene que buscar soluciones para que perduren a las inclemencias del tiempo, o sea, que el mural soporte estar al aire libre”.
El material al que recurrieron los artistas para dar respuesta al problema fue el mosaico veneciano, este se eligió por “la perdurabilidad que tiene, en verdad dura muchísimo a la intemperie. Es el que se usa para las albercas, varias decoraciones de fuentes y similares. Por eso les llama la atención y también su variedad cromática”, señala el especialista y agrega:
“Chávez Morado anteriormente hizo un viaje a Italia, ahí aprende estas técnicas. Él piensa que el mosaico se va a importar. Era un poco barato, pero aquí en México ya existía un taller en Cuernavaca, el taller de los Perdomo, entonces fue más fácil. Incluso Siqueiros ya utilizaba unas teselas más grandes, no de la manera tradicional, y Diego Rivera también lo usó en el Teatro de los Insurgentes”.
“Los dueños del taller eran muy celosos con las recetas, con los pigmentos y todo eso. Realmente los artistas sólo podían ir a ver un catálogo, llevar sus bocetos y a partir de ahí elegir los colores. Chávez Morado no estaba ahí poniendo los mosaicos, vinieron a colocarlos la propia gente del taller”.
“El mosaico veneciano fue una solución a la que llegan de manera un poco rápida, de hecho después se lamentan porque los colores tan brillantes no les encantan mucho. Fueron afinando detalles para después hacer mejores cosas. Ciudad Universitaria fue una especie de laboratorio de experimentación para los muralistas y para los arquitectos involucrados”.
Transformaciones en CU
El retorno de Quetzalcóatl, junto a los murales La conquista de la energía y La ciencia y el trabajo fueron concebidos originalmente para adornar las paredes de la entonces Facultad de Ciencias; sin embargo, en 1977 las instalaciones se transformaron para alojar al posgrado de Arquitectura y se construyó un nuevo edificio que cambió radicalmente la vista a distancia de la composición de Chávez Morado.
De acuerdo con Cristina López Uribe, investigadora del Instituto de Investigaciones Estéticas, el artista afirmó tras este cambio arquitectónico que “El retorno de Quetzalcóatl originalmente tenía una mejor ubicación, con un amplio espacio para ser visto y un espejo de agua que daba mayor idea del mar; pero este ambiente ha sido destruido y el mural hoy se encuentra prisionero entre las construcciones que posteriormente se levantaron”.
No obstante, para Jorge Alberto Barajas Tinoco esos cambios son inevitables para satisfacer las demandas del alumnado de la Universidad Nacional:
“Son modificaciones que se tienen que hacer al final de cuentas para cubrir las necesidades de los estudiantes. Creo que no hubiera podido permanecer el conjunto original hasta ahorita, pero sí se hubiera podido buscar una mejor solución. No es lo mismo verlo a poca distancia, poder alejarte y de verdad apreciar lo que hubiera sido; sí afecta la experiencia. Porque, incluso, la construcción donde se encuentra la biblioteca es bastante peculiar. No es una escuadra, sino un trapecio, entonces todo estaba pensado para eso”.
Sus temas
Realizado sobre un muro de 12 por 4.5 metros, El retorno de Quetzalcóatl tiene como protagonista justamente a Quetzalcóatl representado como una serpiente que forma una barca. Sobre él viajan siete hombres que representan a las civilizaciones más antiguas del mundo. A la izquierda del mural se encuentra una pirámide atravesada por una espada y lanzas, imagen que busca simbolizar la Conquista de América.
Los representantes de las culturas originarias son, de izquierda a derecha, un egipcio, un fraile franciscano –símbolo del cristianismo– y a su espalda una figura alada. Le sigue el personaje central: un hombre desnudo que destaca por su vibrante color y su máscara de Ehécatl, dios del viento para diversas culturas mesoamericanas y también referencia a Quetzalcóatl. Al hombre del centro le sigue un representante de Mesopotamia, a continuación uno griego y, posteriormente, un bodhisattva –figura de las culturas de oriente– y un musulmán, imagen del islam.
La mezcla de símbolos y el alto contraste de sus colores pretendían representar el regreso de la cultura prehispánica por medio de Quetzalcóatl, potenciada por la suma de conocimientos milenarios de las otras culturas.
El tema del mural, argumenta Jorge Alberto Barajas Tinoco, es “un rescate de las ideas de José Vasconcelos” que muchos artistas e intelectuales de esa época retomaron en diversos trabajos. “En este mural de Morado hay mucho de la raza cósmica, esta serpiente que lleva a los representantes de las diferentes razas hacia un futuro prometedor para la humanidad. Esta es la idea simbólica del mural”.
“En primer plano está Quetzalcóatl en su forma ejecutiva, que es este dios del viento que los lleva hacia un progreso. Tuve la oportunidad de ver los bocetos y era una cosa mucho más elaborada la que tenía en mente Chávez Morado: detrás de esta barca iba a haber un Atlante sosteniendo el mundo junto a una sociedad que se está hundiendo en una suerte de balsa de medusa, como en esa pintura famosa de David. Creo que fue por la selección de materiales que sintetizó todas esas ideas en algo más concreto”.
La temática del mural no fue sólo determinada por Chávez Morado, como ilustra Barajas Tinoco, el proyecto partió del programa creado por el arquitecto Carlos Lazo Barreiro, quien se desempeñaba entonces como gerente general de Obras de Ciudad Universitaria:
“Los temas que elige Chávez Morado para este proyecto son un poco de él y un poco de Carlos Lazo. Él abogó porque hubiera murales, porque a Mario Pani –uno de los arquitectos que idearon el proyecto de Ciudad Universitaria– no le encantaba la idea, quería que estuviera todo más limpio. Lazo hizo un programa para los muralistas y, de alguna manera, sentó los temas que se podían tocar.
“Entre ellos, Lazo quería que se hablara de la historia de la Universidad, desde la Universidad Pontificia hasta nuestros días, que se proyectara también a las personas que estaban participando en este proyecto y, sobre todo, que hubiera motivos alegóricos concernientes a la ciencia y la investigación. Dependiendo de dónde iban a estar los murales colocados, se elegía la temática".
“Los pintores y arquitectos tenían un término para ello: la integración plástica, trabajaban en conjunto para que la arquitectura y la plástica se fusionaran, así no se veían ajenos. Además, para ellos era muy importante el paisaje, el espejo de agua como parte de cómo se integra el mural con el paisaje. De hecho, Chávez Morado tenía el Taller de Integración Plástica en la Escuela de la Esmeralda, con sus alumnos discutía cuáles son las mejores formas en que se podía mejorar ese aspecto”.
Y remata: “debió ser muy impresionante verlo sin todas estas modificaciones que se hicieron a lo largo de los años. En el Archivo Histórico de la UNAM hay unas fotos muy bonitas del campus central, donde se puede ver a la distancia y que era bastante impresionante”.
hc