En las últimas páginas de su autobiografía, Woody Allen (Brooklyn, 1935) recapitula: “Para mí, después de leer las galeradas, lo mejor del libro son mis aventuras románticas y lo que escribí sobre las maravillosas mujeres de las que me enamoré apasionadamente. He incluido todo lo que hay de interesante en mi carrera, que siempre ha sido demasiado tranquila como para generar muchas anécdotas chispeantes”.
A propósito de nada (Alianza Editorial, 2020) es el título de esta obra de más de 400 páginas, amplio y minucioso recorrido por la vida de un artista que ha creado clásicos indiscutibles de la cinematografía como Días de radio, La rosa púrpura del Cairo o Manhattan, y que sin embargo afirma: “No tengo nada valioso que ofrecer a los estudiantes de cine. Mis hábitos de filmación son perezosos e indisciplinados; tengo la técnica de un estudiante de cine fracasado al que han expulsado”.
Tal vez por lo mismo, cuando habla de sus películas casi no se detiene en detalles de fotografía o iluminación; en cambio ofrece importantes lecciones sobre la elección de una historia, de un elenco, de los lugares y horarios adecuados para crear la atmósfera perfecta para las escenas que después deberá elegir y ensamblar en la sala de edición donde, con el encargado del montaje, sucede uno de los momentos que más disfruta de su oficio: “escoger discos de mi colección e insertarlos en la película, de modo que gracias a la música parezca mucho mejor de lo que realmente es”.
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A los 84 años, Woody Allen no sabe si volverá a filmar, de lo que sí está seguro es de que continuará escribiendo —artículos, chistes, teatro, libros—, aunque solo sea para él. “Me considero fundamentalmente escritor, y eso es una bendición, porque un escritor nunca depende de que lo contraten para trabajar, sino que genera su propio trabajo y elige su horario”, afirma en estas memorias que la editorial Hachette, con la que había establecido un convenio, se negó a publicar ante las presiones del movimiento MeToo, catapultadas por las reiteradas acusaciones de su hija adoptiva Dylan Farrow de haber sido abusada por él cuando tenía siete años. Algo que Allen niega, que dio lugar a un juicio en 1992 en Connecticut, en el cual dos grupos de investigadores médicos determinaron que no había pruebas para inculparlo.
“No se ha hallado ninguna evidencia creíble de que la niña mencionada en esta denuncia (Dylan) haya sufrido abusos o malos tratos. Por lo tanto, esta denuncia se considera infundada”, afirma un documento oficial del Centro de Bienestar Infantil del Estado de Nueva York.
El cineasta desarrolla con amplitud el espinoso tema en el contexto de su relación y rompimiento con Mia Farrow, madre adoptiva de Soon-Yi Previn, de la que él se enamoró y con la lleva más de veintidós años casado, a pesar de las tormentas mediáticas que han vivido. “Todavía hay dementes —escribe Allen— que piensan que yo me casé con mi hija, que Soon-Yi era hija mía, que Mia era mi esposa, que yo adopté a Soon-Yi, que Obama no era estadunidense”.
Woody Allen nunca fue llevado a juicio por el presunto abuso de Dylan, jamás fue acusado de algún delito. Según él, la niña fue aleccionada por su madre, furiosa por el romance que sostenía con Soon-Yi, a quien ella había adoptado en 1979, cuando estaba casada con el director de orquesta André Previn, y con la que tenía frecuentes conflictos.
La relación de Allen con Mia Farrow comenzó en 1982, cuando filmaron Comedia sexual de una noche de verano, en la que “la actuación de Mia fue excelente”. Después siguió Broadway Danny Rose y luego La rosa púrpura del Cairo, que el cineasta considera una de sus mejores películas, en la que Farrow confirma, una vez más, su gran capacidad interpretativa, “la manera cómo fue mejorando película tras película”.
Son muchas páginas las que dedica a comentar sus trabajos: Hannah y sus hermanas, Días de radio… hasta llegar a Maridos y esposas (1992). Las cosas explotaron durante la última semana de rodaje de esa película, escribe el artista neoyorquino: “A Mia no le atraía precisamente la idea de trabajar conmigo, considerando que acababa de descubrir que yo tenía un enredo con Soon-Yi (había visto fotografías de ella desnuda en el estudio de Allen). A mí tampoco me agradaba mucho que Mia estuviera todo el tiempo al teléfono contándole a todo el mundo que yo había violado a su hija menor de edad y retrasada. Maridos y esposas es la última película que Mia y yo hicimos juntos”.
A propósito de nada fue publicado en inglés por Arcade Publishing, que se manifestó en contra de silenciar a Allen, denostado en su país incluso por algunos actores y actrices que han trabajado con él. En su libro, no solo expone su versión sobre sus problemas con la familia Farrow, también documenta los hechos y cita testimonios a su favor. Con todo, dice: “No albergo ninguna esperanza de que alguna de esas cosas sirva para cambiar la opinión del público. Creo que hoy mismo si Mia y Dylan se retractaran y afirmaran que todo este asunto no fue más que una gran broma, todavía mucha gente se aferraría a la idea de que yo abusé de Dylan”.
El amor y la crítica
Sin importar de lo que hable: de sus padres, la escuela, sus parejas, su trabajo como escritor, sus películas, sus conflictos, Woody Allen lo hace con sentido del humor. Recuerda que a los dieciséis años se compró su primera y única máquina de escribir: una Olympia portátil. “La he usado para mecanografiar todo lo que he escrito, mis guiones, obras, cuentos, casuals (así les llaman a los artículos graciosos que salen en 'The New Yorker')”, aunque nunca ha aprendido a cambiarle la cinta.
A los veinte se casó con Harlene Rosen, de diecisiete, de la que se divorciaría tres años después. Siguió otro matrimonio, con Louise Lasser: “Era una criatura rubia y hermosa”, a la que algunos confundían con Brigitte Bardot. En 1969 comenzó su romance con Diane Keaton, la inolvidable protagonista de Annie Hall y Manhattan. Luego, con otros amoríos en medio, en 1980 inició su relación con Mia Farrow, quien actuó en trece de sus películas. Nunca vivieron juntos y, como se ha mencionado, su rompimiento fue estruendoso por el idilio entre Allen y Soon-Yi, con quien se casó en Venecia el 23 de diciembre de 1997.
Todo se va hilvanado perfectamente en este libro: el amor, la amistad, la música, el cine, el teatro, la escritura, los escándalos, la crítica. “En mi opinión —dice Allen—, los críticos son como todos los profesionales; los médicos, los polis, los abogados, los directores de cine. En cada profesión hay algunos excelentes y algunos horribles, mientras que la mayoría se ubica en el medio: son trabajadores del montón que hacen lo que tienen que hacer para ganarse el pan”.
Es un libro divertido, ameno; son las memorias de un genio del cine que dice: “Hay que contratar a intérpretes excelentes y dejarlos tranquilos. Ese fue siempre mi secreto como director. Eso y terminar a las cinco”.
amt