Zapata. Tierra sin libertad

La experiencia que ha dejado esta tarde Bellas Artes tiene dos lecciones: el arte sólo puede respirar en Libertad y la intolerancia necesita un pueril discurso para darse a notar.

Ésta es la pintura de Fabián Cháirez (Facebook Secretaría de cultura).
Mauricio Mejía
Ciudad de México /

Las palabras -hace mucho- han dejado de decir lo que dijeron y lo que debieran decir. La violencia mexicana -la falsa polarización entre bandos que campean en territorios inexistentes- se ha cargado, antes que al espíritu, al lenguaje. Los libros de texto -gratuitos o comprados- de la posrevolución asocian a Emiliano Zapata con dos palabras claves para la construcción cultural emanada de la Guerra Civil: Tierra y Libertad. No es aquí en donde se va a discutir el uso histórico, político o social de tan gastado lema. 

Karl Kraus y Robert Musil fueron los grandes observadores de la inutilidad del significado de las palabras en el final del Imperio Austriaco. Las palabras se volvieron baratijas que desviaban los ojos ante el Apocalipsis del que nacieron los fascismos.

Ahora -en un país que confunde protesta con manifestación y manifestación con agresión- le ha llegado el turno a la Libertad. Los herederos -así se llaman, aunque de herencia tienen nada- del caudillo quieren impedir que la libertad de creación, la libertad artística, gocen de aire. Ignoran que tan importante aspiración humana es sustancial para que el arte cumpla con su más elemental función: la interpretación del mundo, de la naturaleza y del hombre en sentido pleno de la palabra.

 No cabe aquí -tampoco- un debate estético. Ya la revista Charlie Abdo dejó en claro hasta dónde la sátira puede herir a la intolerancia de los dogmáticos, aunque esto parezca una redundancia. Los que hace un siglo lloraban al hombre que buscó la Libertad del Sur, ahora caminan hasta Bellas Artes para reprimir la voluntad de un artista de plasmar la figura del falso héroe. Terrible incongruencia.

Fueron, también zapatistas, los que introdujeron el término de igualdad en el incipiente discurso global en 1994. También aspiraban a la libertad y al reconocimiento multicultural de una Chiapas olvida. Fue el lenguaje, más que las balas, el que cimbró las conciencias de un México que se abría al mundo de la economía de mercado.

El falso transito a la democracia ha creado fuerzas sociales que se autoproclaman defensores de dioses, discursos y personajes históricos. El discurso evangélico del presidente, las inconstitucionales voces de ciertas iglesias en el campo laico de la política y el profundo racismo mexicano colisionan casi por cualquier cosa, por cualquier bagatela y en cualquier escenario: nada de besos y abrazos.

La experiencia que ha dejado esta tarde en Bellas Artes tiene dos lecciones: el arte sólo puede respirar en Libertad y la intolerancia necesita un pueril discurso -enemigo identificado- para darse a notar. 

Las agresiones contra la comunidad LGBT deben preocupar a las autoridades de la ciudad. Mañana -por la defensa de los Héroes de la Patria, de la gastronomía y de las artesanías: esos bien profundos símbolos del nacionalismo más cutre- puede ser otra la afectada. 

El valor del arte, como respiración de la libertad, no pude quedar en manos de falsos jueces de la vida pública. Haría muy mal el Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura en cancelar, esconder o trasladar una obra en la que Zapata es -burdamente- retratado con desplantes femeninos. 

En estos días que corren, en los que las mujeres buscan una efectiva procuración de justicia ante la violencia y los feminicidios, caen muy bien las palabras del gran poeta Tomás Segovia: "Mujer, quiero que me afemines". Pero, femenino es un término que no dice nada a los subilustrados que creen que la libertad se corrige a “putazo limpio”.


@ludensmauricio

lnb

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