Con sus ojos esquivos y el semblante serio, parece que a Víctor González, el relevista mexicano que debutó con los Dodgers esta temporada, nada lo perturba. Ni en el montículo, cuando consigue un ponche con su curva; ni cuando se le pregunta cuáles fueron los momentos difíciles que tuvo que vivir para llegar a las Grandes Ligas.
“Hubo muchos”, dijo brevemente en una videoconferencia con medios mexicanos, antes de su debut ante los D-Backs. “Las lesiones tan difíciles que pasé... regresar tras la operación Tommy John y la recuperación. Nada fue fácil”.
Pero las lesiones son sólo una parte de las dificultades con las que lidió para llegar a ganarse un lugar con la novena angelina. La mayor de ellas se dio en 2005. Tenía 14 años, cuando su padre fue apuñalado en su natal Tuxpan, una pequeña ciudad de poco más de 20 mil habitantes ubicada en Nayarit, en el occidente de México.
Para el muchacho la muerte fue demoledora. Guillermo no sólo era su padre, sino uno de los motivos por los que jugaba beisbol. Cuando era niño, lo llevaba religiosamente los domingos a las ligas amateurs de esa región para que lo viera jugar, mientras que por las noches veían partidos de los Cardinals de St Louis, el equipo favorito de Guillermo.
“Su padre duró cerca de 40 días hospitalizado, hasta que falleció. Fue muy duro para todos. La familia quería ayudar a Víctor a lidiar con la pena hablando con él, pero no lo permitía. Estaba muy deprimido. No quería entrenar, no quería hacer nada”, recuerda Gilberto González, tío del pelotero de los Dodgers y hermano de Guillermo. “Mi hermano decía que su hijo lanzaría en la MLB”.
El beisbol, entonces, sería su salvavidas.
Unos meses antes del asesinato, el pitcher había ganado fama, a nivel regional, de tener una recta sólida y una curva destacada para su edad. Gracias a ambos lanzamientos le permitieron llegar a la selección estatal juvenil.
Su talento le permitió protagonizar la final de una Olimpiada Nacional -un torneo infantil y juvenil multidisciplinario realizado en México- ante Sinaloa, novena que tenía como emblema a Julio Urías, quien era un lanzador dominante a ese nivel. Aquel encuentro fue un duelo de pitcheo entre los futuros jugadores de los Dodgers, que terminó ganando el sinaloense.
Urías tiró juego sin hit, mientras que González sólo permitió un imparable. El partido fue tan memorable para los dos, que desde entonces se hicieron amigos y cotidianamente recuerdan aquel partido.
El desempeño del nayarita en aquel partido llamó la atención a organizaciones de la Liga Mexicana de Beisbol. Su tío cuenta que scouts de los Vaqueros Laguna (los actuales Algodoneros Unión Laguna) y los Diablos Rojos del México, dos de los equipos de ese certamen, trataron de firmarlo.
Su abuelo, quien asumió el rol de padre y tutor, les pidió a los visores de estos equipos que ayudaran económicamente a Víctor a cambio de que lo ficharan, porque los recursos económicos en la familia eran escasos. En un inicio se negaron. Pero más allá del poco dinero que tenía la familia, la preocupación principal del mayor de los González radicaba en el futuro de su nieto.
“Ambos conversamos sobre el tema”, relata Roberto Castellón, ex director deportivo de los Diablos Rojos y quien ayudó a firmar al lanzador con esa organización. “Por un lado, el abuelo tenía reservas de que Víctor firmara con el equipo porque era muy joven, pero por otro pensó que la pelota podría ser un escape, para que no pensara en la muerte de su padre. Así se dio su firma con la novena”.
González viajaría a Oaxaca, un estado al sur de México localizado a 1,328 kilómetros de su hogar. Sin embargo, las dificultades seguirían en su carrera.
La primera impresión que Víctor González recibió de la Academia de los Diablos Rojos fue observar a una serie de prospectos musculosos, rápidos y acoplados al ritmo frenético de trabajo de los instructores. El estado físico de esos peloteros, se dio cuenta, contrastaba con el físico delgado que por entonces tenía su cuerpo.
“Se sintió en desventaja física. Por eso se quiso regresar a su casa inmediatamente. A pocas personas se lo dijo. Así es su personalidad. Es tímido con personas a las que no conoce, pero bromista con familia y amigos. Pero en temas dolorosos, como el de su papá, es muy hermético”, cuenta su tío.
Castellón recuerda que trató que el pelotero se quedara en la Academia. Según el ex directivo, González empezó a platicar con el psicólogo de la organización y a recibir apoyo de los instructores de pitcheo, incluido Édgar Aguilera.
Aguilera, un ex pitcher quien cuenta que sufrió la ausencia de su padre en su niñez, empatizó con la situación que vivía González. Junto a Javier Escopeta Martínez, otro de los instructores de pitcheo, idearon un plan para respaldarlo emocionalmente, que incluyó una plática con el resto de los prospectos para que no hicieran bromas fuera de lugar respecto a la situación familiar que arrastraba el nayarita.
“Era el de menor edad del equipo. Nos acercamos a él y le dijimos que estábamos ahí si necesitaba ayuda. Tratamos de que no pasara momentos solo”, relata Aguilera a este periódico.
“Por el trabajo diario nos hicimos cercanos. Víctor comenzó a gustarle las clases y ejercicios. Se convirtió en uno de los mejores alumnos. Con el paso de las semanas, formamos una relación paternal. En el campo, aprendió el cambio de velocidad. Nunca nos enteramos de que estuviera decaído. Y por tacto, nunca le preguntamos de su situación familiar”, agrega el ex instructor.
La relación entre ambos se volvió tan fuerte, que casi una década después de que coincidieran en la Academia mantienen la cercanía. Los dos platican sobre la dinámica de pitcheo de González cuando éste sale al montículo con la franela de los Dodgers.
Tanto Aguilera como Castellón coinciden en que el beisbol salvó la estabilidad mental del zurdo, además de su familia.
“Hace dos años volvió a estar deprimido, porque estaba pasando un mal momento en las sucursales de Los Angeles Dodgers. Pensó en dejar el beisbol, pero sus abuelos, mamá, hermana, yo y otros miembros de la familia insistimos en que no lo hiciera. Después de días de pláticas, cambió su postura y volvió a su deseo de jugar en Ligas Menores. También encontró el apoyo del mismo Urías, a quien considera un hermano. Desde entonces, Víctor tomó impulso y llegó a Las Mayores”, relata su tío.
La resiliencia de González le permitió lidiar con el luto por la muerte de su padre, soportar las lesiones y consolidarse como un sólido relevo en el bullpen de los Dodgers, el mejor equipo de las Grandes Ligas. El nayarita, con apenas 1.33 de carreras limpias permitidas, es el de segundo mejor promedio del equipo en ese departamento previo a los playoffs, que inician el miércoles.
JMRS