Empezó a temblar y el movimiento se hizo eterno. Era la tarde del lunes 14 de junio de 2004. Nos encontrábamos en el Museo de la Ciudad de México y estaban por entregar a cada uno de los antorchistas olímpicos y sus escoltas, las playeras, pants y maletines que utilizaríamos cuando llegara a México la Llama Olímpica, procedente de Río de Janeiro, Brasil.
El acto era encabezado por las autoridades del deporte de la capital mexicana y ejecutivos de varias empresas que patrocinaban el paso de la Antorcha Olímpica por territorio nacional.
En el interior del museo todos empezamos a cruzar miradas, algunos más nerviosos que otros, y el funcionario que encabezaba la ceremonia tuvo que hacer una breve pausa y pedir inmediatamente a los allí reunidos calma: “No se pongan nerviosos, sobre todo los que no vienen de la Ciudad de México y no están acostumbrados a esto…”.
Afortunadamente poco a poco empezó a disminuir la intensidad del temblor.
Entre los antorchistas reunidos en el lugar destacaban Enriqueta Basilio, la primera mujer que encendió un pebetero olímpico —en 1968, en los Juegos de la Ciudad de México—, y junto a ella, don Joaquín Capilla, el máximo clavadista mexicano de todos los tiempos, ganador de cuatro medallas olímpicas en Londres1948; Helsinki 1952 y Melbourne 1956. Por Nuevo León participaríamos Silvia Andonie, ultramarchista, y el que esto escribe.
Terminó el evento y los 120 antorchistas, junto con nuestros escoltas, fuimos citados para esa misma noche a una cena en la que nos asignarían el tramo de 400 metros que nos correspondería correr portando la Antorcha.
El Fuego Olímpico había emprendido su viaje de 78 mil kilómetros el 25 de marzo en el Monte Olimpo, de Grecia, y haría el recorrido más largo de su historia durante 78 días en un trayecto que incluiría por primera vez África y América del Sur.
A su paso por la Ciudad de México, el 15 de junio de 2004, 120 antorchistas habríamos de trasladarla en tramos de 400 metros, desde Ciudad Universitaria, pasando por el centro de Coyoacán, el World Trade Center, el Auditorio Nacional y el Monumento a la Independencia, para culminar el recorrido en el Zócalo.
Los últimos 400 metros serían cubiertos por la velocista mexicana Ana Gabriela Guevara, campeona mundial de los 400 metros, y la antorchista más longeva, doña Chayito, Rosario Iglesias, campeona mundial de veteranos.
La noche del lunes nos dieron a conocer cuál sería el tramo que nos correspondería correr. Me tocaría cubrir los 400 metros a lo largo de la avenida Miguel Ángel de Quevedo —entre la calle Alfa y Alberto Jiménez—, en Coyoacán.
A la mañana siguiente, el martes 15 de junio de 2004, nos levantaron a las 05:30 y a las 06:00 en punto nos trasladaron a los primeros 15 antorchistas hasta Ciudad Universitaria para esperar el momento en el que se iniciaría el traslado de la Llama.
Los 400 metros los cubrí trotando en un tiempo de 5 minutos y 13 segundos, me acompañó en el recorrido como escolta el ex jugador de futbol americano de la UNAM, Joaquín Castillo, y en algunos trayectos de los 400 metros compartimos la Antorcha Olímpica, portadora de la flama, considerada el símbolo más venerado de los Juegos.
Fui el antorchista situado en el lugar número 12 en orden progresivo; recibí la antorcha de manos de una profesora en Ciencias de la UNAM y la entregué al ex medallista mexicano Jesús Mena, doble campeón olímpico en clavados –Los Ángeles 1984 y Seúl 1988–.