Las mafias y los grupos delictivos han encontrado en el futbol un escenario perfecto para llevar a cabo sus actividades ilícitas, ya sea por lo atractivo del mercado o por afición al deporte mismo.
Pablo Escobar, uno de los hombres más peligrosos de la historia por su dominio de casi tres cuartas partes del tráfico de cocaína a nivel mundial durante los años ochenta, halló en las canchas un terreno fértil y dejó una huella imborrable con partidos arreglados, lavado de dinero, secuestros, amenazas y asesinatos.
Tanto jugadores como técnicos cobraban sueldos equiparables a los de las Ligas europeas, llegaban figuras internacionales al circuito colombiano y los estadios solían tener llenos casi siempre, situaciones que eran producto de la influencia de Escobar y otros narcotraficantes.
Un ferviente seguidor del Atlético Nacional, el fundador del Cartel de Medellín estuvo fuertemente vinculado con el club, que se envolvió en polémica en 1989, cuando se coronó en la Copa Libertadores por primera vez en su historia.
En dicha final, los verdolagas se enfrentaron al Olimpia, que sacó ventaja de dos goles en la ida, aunque el conjunto colombiano empató en el segundo partido y sacó el triunfo en la tanda de penales (5-4).
Con el paso de los años, diversas versiones han surgido al respecto; periodistas deportivos como Gabriel Loco González dicen que la escuadra paraguaya disminuyó su nivel en la vuelta por amenazas de Escobar, para que perdieran “o no salían vivos de Colombia”.
Otros aseguran que dichas amenazas no fueron hacia la plantilla guaraní, sino para el árbitro Juan Carlos Loustau, a quien exigieron hacer bien su trabajo o tendría que rendirle cuentas al narcotraficante.
Incluso, Éver Hugo Almeida, portero del Olimpia, aseguró que antes de los penales, el silbante se acercó a ellos con lágrimas en los ojos y les dijo “ya salvé a mi familia, ahora depende de ustedes”, aunque hasta la actualidad ha permanecido únicamente como algo extraoficial.
Su amor por el balompié fue tal que para Escobar era normal contratar a futbolistas profesionales para disputar partidos en su Hacienda Nápoles.
Para esto, el Patrón pagaba el viaje en avión y sumas considerables de dinero, a cambio de sus servicios; en tanto, los atletas brindaban un cotejo contra jugadores que eran traídos por Gonzalo Rodríguez Gacha el Mexicano, narcotraficante y cabecilla en el Cartel de Medellín (nacido en El Pacho, Colombia).
Incluso, las canchas fueron otro campo de batalla entre los grupos delictivos que operaban en Colombia; Escobar buscaba que el Atlético Nacional siempre fuera el equipo más dominante en su país, mientras el Cartel de Cali buscaba lo propio con Millonarios.
Plata o plomo
El miedo también llegó al futbol. En noviembre de 1988, el árbitro Armando Pérez fue secuestrado; un año después, tras un partido entre Independiente de Medellín y América de Cali, el nazareno Álvaro Ortega fue asesinado por sicarios, por una aparente orden de Escobar Gaviria. Por esto, el campeonato colombiano fue suspendido por primera vez en su historia y no hubo campeón, pero sí un miedo que hasta hoy perdura.
Andrés Escobar
Fue asesinado 10 días después del autogol que hizo en el Mundial de 1994; los culpables eran ex sicarios del Patrón.
Ricardo Gareca
El ex jugador pudo ser una víctima de Escobar, debido a la guerra contra el Cartel de Cali, pero finalmente no se procedió en su contra.
15 Toneladas de cocaína eran las que transportaba Escobar diariamente a Estados Unidos, convirtiéndose en el principal proveedor.
420 Millones de dólares eran sus ingresos semanalmente durante la década de los ochenta, un equivalente a 22 mil millones anuales.
550 Policías fueron asesinados por los sicarios de Escobar, que recibían mil dólares por cada agente al que le quitaban la vida.
20 Mil víctimas, de acuerdo con la Fundación Colombia con memoria, aunque su hijo Sebastián Marroquín dijo que fueron 3 mil.