Hacía frío y llovía, pero cuando sientes que no saldrás vivo de una cancha de futbol, el frío austral es una anécdota tan menor, como insignificante.
Chivas, un equipo desconocido en la Libertadores de América, se metía al estadio donde para salir vivos había que hacer mucho más que un buen futbol, había que ganarle a los árbitros, a la gente, a la policía, nadie es más visitante que los que juegan en La Bombonera dentro de la Copa Libertadores de América.
El marcador en la ida era de escándalo, 4-0 en el Jalisco. Boca Juniors llegaba a la Ribera eliminado, pero no lo haría sin pelear, y sí pelearon, se olvidaron de jugar al futbol y pelearon; pegaron, escupieron y metieron a la gente a la cancha y persiguieron al Bofo, acosaron a Corona, quien quería responder a las agresiones, si Chuy se perdería un Mundial por golpear a un novio de una prima, no se limitaría ante los insultos de 30 mil hinchas boquenses.
Al medio tiempo el partido iba empatado sin goles y la tribuna estaba enardecía, cantaban como si estuvieran a un gol de empatar. La mítica segunda bandeja, una de las barras más peligrosas y violentas del mundo gritaban con convicción “y dale, y dale, y dale Boca dale”, y en la cancha le daban y le daban y el Bofo, Palencia y Ramoncito Morales no se achicaban. El Maza Rodríguez se encaraba con Martín Palermo, el Maza tenía un par de años en Primera y le hablaba de tú al máximo anotador Xeneize.
El segundo tiempo fue una muestra de que la tribuna no entiende de razones. Se olvidaron de Pitágoras y apelaron a la heroica. Les quedaban 20 minutos y necesitaban cuatro goles para empatar y cantaban como si estuvieran goleando a River o al Palmeiras o al Once Caldas. Minuto 70 y en la mente de esos 30 mil el milagro se seguía gestando.
El árbitro expulsaba al Bofo y Palermo quería pelea, Schiavi y el Mellizo y la Bombonera se desbordaba; llovía y empezaron las amenazas a los periodistas en la platea de prensa.
El Chino Benítez escupía al Bofo y a la fecha sigue sin dirigir un partido profesional. Los violentos ganaron, pero perdían por cuatro goles de diferencia. El árbitro tras 20 minutos de conflictos acabó el partido y los bosteros querían que se jugaran los 90 minutos.
Empezaba el tercer tiempo. El miedo comenzaba a gestarse desde otros ámbitos. A un colega fotógrafo los mismos fotógrafos le robaron una laptop y mientras Mario Valdez, enviado por Milenio y yo terminábamos de escribir nuestras notas se escucharon una botitas militares.
Le digo a Mario, "calma son policías" y me responde "acá los policías mataron 30 mil argentinos, ¿Qué no harán con dos mexicano?". Era la primera vez que salía del país. Tenía 22 años cumplidos, estaba cumpliendo el sueño de conocer La Bombonera en una instancia final de la Copa Libertadores de América y tenía miedo.
Acabamos la nota y bajamos a zona mixta. Parecía zona de guerra.
Los jugadores de Chivas fueron extraídos en ambulancias, al Terry, legendario utilero del Rebaño, le pateaban la puerta del vestuario para que entregara al Bofo Bautista, del otro lado Chuy Corona se encaraba con un periodista partidario de Boca.
Corona fue el último en irse junto con la utilería y el Alberto J. Armando se empezó a apagar. El saldo era rojo y las luces se apagaron.
Ahora venía un cuarto tiempo. Salir de La Bombonera. Caminando a buen paso a tres minutos está la avenida Almirante Brown, ahí era seguro para tomar un taxi. Pero nos advirtieron que nadie se atrevería a cruzar La Boca a las 2 de la mañana, que serían los tres minutos más largos de nuestras vidas y que al amigo que le robaron la laptop le robarían hasta los pantalones.
Volvía a llover y la certeza de que podíamos ver el amanecer afuera del estadio más caliente del sur empezaba a madurar.
A las 3 de la mañana conseguimos un remise, los argentinos son unos adelantados, es como un uber, pero ellos los inventaron 20 años antes.
El remise nos llevó al microcentro de Buenos Aires por 30 dólares, y ahí empezamos a disfrutar el viaje. Quince años después recuerdo que hacía frío, que tenía miedo y que Boca Juniors no sabe perder y cada que pierde un partido siento esa pequeña venganza y lo celebro por lo bajo o por lo alto.
Después he vuelto cuatro veces a Buenos Aires, y cada que puedo voy a La Bombonera. Quince años después sigo recordando que mi primer viaje fuera del país fue una experiencia superior a un partido de futbol.
FCM