La guinda en el pastel de despedida de Kylian Mbappé como jugador del PSG fue una nueva Copa de Francia, lograda ante el Lyon (1-2), la decimoquinta del club de la capital, la sexta desde que tiene bandera qatarí, la cuarta para el delantero que ha marcado a fuego una página de su historia.
El partido tuvo poca historia, se jugó al ritmo desenfrenado que gusta a Luis Enrique y acabó por sacar de vueltas al Lyon, que aguantó mientras las paradas del portero brasileño Perri mantuvieron el fuerte, pero que cedió en dos errores defensivos que favorecieron a Dembelé en el 22' y a Fabián Ruiz en el 34'.
Los lioneses hicieron un amago de remontada al inicio de la segunda mitad, con un tanto en jugada a balón parado obra del irlandés Jake O'Brian en el minuto 55, pero no consiguieron poner contra las cuerdas a los parisinos.
Sin brillar, sin necesidad de acudir a las genialidades de sus estrellas, con un desacertado Mbappé, sumaron un nuevo título frente a un rival que ya se conformaba con estar en la final, que en diciembre pasado cerraba la tabla de la liga francesa y por obra y gracia del entrenador Pierre Sage y de los 56 millones invertidos por el propietario estadounidense John Taxtor remontaron hasta la sexta plaza.
Pero su renacimiento le dejó todavía muy lejos de un PSG que cerró la temporada con lo mínimo, los tres títulos nacionales -Liga, Copa y Supercopa- que a duras penas palían la decepción europea, pero sirven de cimientos en la primera temporada de Luis Enrique.
Si el técnico español, que nunca ha perdido una final al frente de un club, lo vivió por vez primera en Francia, para Mbappé fue la rutina, la de ganar en casa y fracasar en Europa, una costumbre que quiere romper en busca de otros retos.
A la espera de que se desvele su futuro, del que cada vez hay menos dudas, el francés demostró que en el tramo final no está fino y en su última prestación con la camiseta del PSG, no marcó diferencias, ni estuvo acertado en los regates.
Se marchó de vacío, algo poco habitual en él, que había marcado en cada eliminatoria que condujo a su equipo a la final de la Copa. Dejó un par de detalles, una media chilena que se marchó lejos y algún intento de sorprender, pero no fue la estrella habitual. Y tampoco hizo falta.
Puede sentirse orgulloso de haber dejado en París algunos récords, como el de máximo goleador de la historia, un contador de tantos que se detendrá ya de forma definitiva en los 256 en 308 partidos.
En medio, quedan catorce títulos (seis ligas, a las que suma una más con el Mónaco, cuatro copas, una Copa de la Liga y tres supercopas), casi la mitad de los títulos logrados desde el desembarco catarí de 2012.
Un balance extraordinario pero que ha dejado un sabor de boca agridulce en la afición, consciente de haber disfrutado de uno de los mejores jugadores del mundo, pero dolidos por no haber prolongado su compromiso en su cuidad natal.
Una sensación paradójica como el juego del equipo, dinámico e intenso, pero sin brillo, como se vio en la final.
Dominadores desde los primeros compases, se estrellaron con un inspirado Perri que hasta en ocho ocasiones detuvo sus disparos.
Pero en el 22' Dembelé se encontró solo en el segundo palo a un centro de Nuno Mendes y en el 34' la defensa se mostró inoperante para despejar un balón que Fabian Ruiz condujo a las mallas.
O'Brian, de potente cabezazo, redujo distancias en el 55' y el Lyon dispuso de alguna ocasión de empatar, sobre todo un buen remate de cabeza del argentino de Nicolás Tagliafico en el 64', que obligó a estirarse a Gianluigi Donnarumma.
Pero no contó con la aportación de Alexander Lacazette, segundo máximo goleador francés detrás de Mbappé.
RGS