Hay trayectorias que no se explican con estadísticas ni con palmarés. Carreras que no caben en una tabla de posiciones ni en un currículum lleno de trofeos. La historia de Roberto Hernández pertenece a ese territorio más íntimo del futbol: el de los procesos, la formación y la memoria. Hoy, lejos de México y de la Primera División, el técnico mexicano sigue ligado al juego desde un lugar que conoce bien y que defiende con convicción: la construcción desde abajo.
Instalado en Guatemala, Hernández encabeza un proyecto de fuerzas básicas con Comunicaciones, uno de los clubes más emblemáticos del país. No llegó como un nombre decorativo ni como una solución de corto plazo. Llegó con una idea clara, con una metodología probada y con la intención de dejar bases que sobrevivan a los resultados inmediatos.
“Estamos trabajando sobre todo la metodología de trabajo, ésa que pusimos en práctica alguna vez con otro club en México. Cuando llegué acá les presenté el proyecto de fuerzas básicas hasta el primer equipo y la verdad es que lo aceptaron muy bien. Justamente ahora estamos tratando de desarrollar esa metodología acá en Guatemala”, explica con calma, con humildad, como quien sabe que el trabajo serio no necesita adornos.
Para Hernández, la formación no es un discurso romántico ni un escalón temporal mientras llega algo mejor. Es una convicción construida a lo largo de los años, alimentada por la experiencia y por la posibilidad de ver crecer a futbolistas que un día fueron jóvenes con dudas y hoy son profesionales consolidados.
El paso del tiempo también trae perspectiva. Hernández entiende que no todos los procesos llegan al mismo destino, pero defiende el valor de intentarlo.
“Nosotros hemos sido muy afortunados en ese sentido y créeme que es algo que me llena muchísimo. A lo mejor no está remunerado económicamente como estar en Primera División, eso es una realidad, pero en México mejoró mucho la economía de los entrenadores que preparan a los jóvenes, al talento mexicano, y eso es algo muy positivo. Hoy tenemos ya por allá algunos nombres que surgieron, otros que estuvieron y se fueron porque el tiempo pasa y no perdona, pero así es el futbol. Lo importante es saber que algo de ese trabajo quedó”, reflexiona.
“Por eso ahora estamos tratando acá en Guatemala de implementar un poquito esa metodología, porque sí hace falta. Hace falta creer en los procesos, entender que los resultados no siempre son inmediatos, pero cuando llegan, llegan con una base más sólida”, apunta.
Hablar de su presente inevitablemente conduce a una reflexión más amplia sobre el futbol mexicano y, en particular, sobre el lugar que ocupa el entrenador nacional. Hernández no habla desde el resentimiento, sino desde la experiencia.
En ese contexto, su salida al extranjero no fue una aventura, sino una consecuencia
“Es una realidad y es una tristeza. También es cuestión de que nos den las oportunidades, aprovecharlas y entregar resultados, pero habemos entrenadores que hemos tenido muy poca oportunidad, que hemos dado resultados y que no hemos vuelto a tener una segunda oportunidad, es así. Hay muchos pretextos, hay muchos condicionantes para nosotros los técnicos mexicanos en nuestro futbol.”, dice con franqueza.
“Afortunadamente en otros países, como éste que es Guatemala, y también Costa Rica, se están abriendo los ojos y se están abriendo las posibilidades para nosotros los entrenadores mexicanos. Y eso te compromete todavía más, porque no se trata sólo de venir a trabajar, sino de hacer las cosas bien, de intentar dejar huella y de dejar algo para que el día de mañana se acuerden y para poder abrirle las puertas a más entrenadores mexicanos”, sostiene.
Cada palabra parece cargada de responsabilidad. Hernández entiende que su trabajo no sólo habla por él, sino por toda una generación de técnicos que buscan reconocimiento fuera de su país.
El pasado, sin embargo, nunca está del todo atrás. Cuando se le menciona a Morelia, la voz cambia, el ritmo se hace más lento y la emoción aparece sin esfuerzo.
La salvación de aquel Morelia no fue sólo un logro deportivo, fue una experiencia límite que marcó su carrera.
“Fue el curso más intensivo que tuve para la dirección técnica. Todavía me acuerdo y se me eriza la piel. La emoción sigue a flor de piel, a pesar de que el equipo ya no exista. La alegría, la satisfacción, el cariño de la afición y de muchas personas, eso está ahí y no se borra, no se olvida”, dice.
“Todavía me da mucho gusto regresar a Morelia y que la gente recuerde, que la gente me diga: ‘me acuerdo cuando sufrimos en aquella etapa’. Eso es lo que se ve desde afuera, pero también está todo lo que vivimos en el día a día, el trabajo con los muchachos, el compromiso que logramos tener entre todos para poder alcanzar un objetivo que era casi imposible. Ese tipo de unión es muy difícil de conseguir”, recuerda.
Para Hernández, esos momentos sólo aparecen cuando el riesgo es real.
“Yo creo que solamente los dan esos momentos donde realmente estás en peligro. Desgraciadamente también quitaron el ascenso y el descenso (en México), y con eso se perdió mucho de ese sentido de urgencia, pero nosotros lo vivimos. Siempre que hubo una catástrofe, siempre que hubo un desastre, nos unimos y sacamos el cariño y la integración de la mejor manera”, afirma.
La herida de la desaparición del club sigue abierta.
“Son recuerdos muy bonitos, imborrables, independientemente de que el equipo ya no exista. Hoy existe otro equipo con el nombre, con los colores, con la ciudad y con la plaza, pero no es lo mismo. Ese equipo se perdió, se mudó, se fue a otra ciudad. Ahora están tratando de reencontrarse con la afición, con los colores, con el escudo y con todo eso”, explica.
Aun así, el deseo porque mejore el futbol en Michoacán y que pronto pueda volver al máximo circuito es genuino. “Ojalá que lo logren, porque la verdad es que la ciudad y la afición se lo merecen”, dice.
El tema Mazatlán aparece como una extensión natural de esa reflexión sobre identidad y pertenencia. Hernández no esquiva la polémica.
Y agrega que ni siquiera la infraestructura fue suficiente para mantener al equipo en esa plaza.
“Fue un proyecto muy corto, apenas cinco años si no mal recuerdo, pero yo creo que es consecuencia de cómo se dio. El proyecto se dio al cuarto para las doce, se dio cortando de tajo en un lado y poniéndolo en otro. Hay plazas muy futboleras en México, pero también hay plazas muy beisboleras, y éste cayó en una plaza donde es más beisbolera que futbolera, más musical que futbolera”, analiza.
“Se hizo un gran estadio, extraordinario, se hizo un esfuerzo importante, pero no pegó, no ha pegado. Por más que se intentó reintegrar al futbol y ofrecerle a la afición un espectáculo que no tenía, simplemente no conectó”, señala.
Los rumores de cambio de nombre, de sede o de categoría siguen circulando.
Y es ahí donde su tono vuelve a cambiar, esta vez hacia la esperanza por un equipo que también tocó las mieles de la Primera División y que tiene las horas contadas para regresar.
“He visto las noticias de que Mazatlán se iría a jugar Expansión, de que Atlante podría ir a jugar a Primera División”, comenta.
“Qué bueno por Atlante, porque sí creo que es un equipo con mucho arraigo, que se lo ha ganado en la cancha, que ha sido campeón muchas veces y que tiene la estructura para poder estar en Primera División. Atlante es un equipo con tradición, con historia, y creo que le haría un bien al futbol mexicano tener un club así de regreso en el máximo nivel”, afirma.
Sin menospreciar a otros proyectos, Hernández subraya una idea central: el futbol también se construye desde la memoria.
Desde Guatemala, lejos del ruido mediático y de la urgencia del resultado inmediato, Roberto Hernández sigue sembrando. Forma jugadores, transmite metodología, comparte experiencia y apuesta por procesos largos en un entorno que muchas veces exige soluciones instantáneas.
Quizá su camino no sea el más visible ni el más celebrado, pero es uno que deja huella. En un futbol que olvida rápido, Hernández insiste en algo esencial: sin raíces, no hay futuro.
CIG