El fútbol tamaulipeco profesional mantiene en sus libros de historia deportivos y de su vida pública, la fecha del sábado 16 de abril de 1994 muy marcada. Fue la última ocasión que una franquicia de esta disciplina alcanzaba la gran proeza, el ascenso a la Primera División, conocida hoy como Liga Mx.
Poco importaba la Liguilla del futbol mexicano, la cercanía del Mundial en Estados Unidos, la crisis política por la aparición del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) o el asesinato del candidato presidencial priista Luis Donaldo Colosio. El año estaba muy convulsionado, complicado, pero en la zona sur del estado el espectáculo deportivo vislumbraba para marcar un precedente.
Era plena primavera y aquella ocasión amaneció sin el característico calor del trópico. Se sintió el bochorno pero sin un sol a pleno, totalmente nublado y la amenaza de una lluvia ligera. El color era de un tono gris, pero entre la gente de todos los niveles sociales, educativos, religiosos y hasta los “Villamelones”, el ambiente era caliente.
Desde temprana hora las sensaciones sobre el juego de vuelta de la gran final de la temporada 1993-94 de la Segunda División contagió a la región. Bastaba asomarse a la Avenida Hidalgo: de cada 10 coches, había 5 (incluido el transporte público) con una bandera de la Jaiba Brava del Tampico-Madero, el anfitrión en el choque ante los Freseros del Irapuato, arriba en el marcador tras ganar en la ida 2-1.
“Tuvimos una mañana normal. Nos concentramos en un hotel del centro de Tampico, desayunamos, tuvimos la charla técnica, descansamos y nos fuimos al estadio. Algunas cosas percibíamos de lo que pasaba en la ciudad; al transitar hacia el Tamaulipas quedamos sorprendidos”, dijo Víctor Moreno, defensor y titular aquella noche.
Esa algarabía prosiguió al mediodía y explotó después de la 1 de la tarde. A las colonias aledañas y hasta las lejanas, populares como Infonavit, Tancol, Cascajal, la Morelos, la Tamaulipas y demás, les llegó el mensaje de las primeras personas haciendo fila para el ingreso. Muy lejos estaba el internet o las redes sociales en aparecer, todo se comunicaba por el “corre, ve y dile” o llamadas a domicilio.
Transcurrió hasta las 14:00 horas y las puertas estaban abarrotadas. La directiva encabezada por Antonio Peláez Pier abrió los accesos a las 16:00 horas. Dos horas después el inmueble estaba a su máxima capacidad, pero en la Avenida Jalisco una multitud mayor arribaba, pidiendo un boleto o la manera de entrar.
“Al llegar a la Plaza Jalisco era un mundo de gente, no había paso. El autobús llegó hasta la zona donde estaban las famosas tortas de La Pantera Rosa, el chofer nos dijo al entrenador (José Camacho) y al plantel que no podía avanzar. Bajamos y la emoción era tanta que nos pedían alguna entrada, la manera de meterlos a la tribuna o incluso cargar nuestras maletas. Son momentos inolvidables”, añadió Ezequiel Gallifa, integrante de la escuadra.
El furor provocó que el máximo tolerado por el escenario, cercano a cumplir 40 años, superada su nivel. Se llenaron pasillos, escalinatas y túneles de desagüe. Asistentes estaban colgados de la alambrada que dividía la grada de la cancha, había fanáticos en el techo de los palcos. Afuera, las torres de iluminación estaban repletas y tres jóvenes observaron el juego en la barda de la Cabecera Sur. Fueron 30 mil almas.
A las 21:15 horas, el experimentado árbitro Bonifacio Núñez dio el silbatazo. Los celestes fueron agresivos y crearon errores en la defensa de la Trinca; Sergio Lira igualó la pizarra global. Después vino una obra de arte: Héctor del Ángel filtra por la derecha un pase al centro, directo a Jorge Daniel “El Chiquilín” Cabrera, pero este último hace un túnel y dejó pasar el esférico para la entrada vertical de Francisco “Panchillo” Fernández. Resolvió con un toque preciso y concretó la remontada antes del descanso.
La tensión de la segunda parte se rompió cuando Óscar Torres centró por la derecha y el cabezazo sin ángulo del panameño Víctor René Mendieta materializó el tercero. Los Freseros acortaron en una anotación cuyo abanderado marcó fuera de lugar, pero el central ni siquiera volteó a mirarlo.
“Se inundó la cancha, algunos nos metimos al vestidor. Pepe Camacho nos dijo salgan a celebrar, me dio la copa, regresé al campo para tratar de dar la vuelta con algunos compañeros. No recuerdo a qué hora dormimos, era tanta la adrenalina”, aclaró Gallifa.
Esa pasión desbordada se transmitió más allá del Coloso de la Unidad Nacional. Hubo gente con banderas festejando frente al pórtico del Palacio Municipal porteño y en el Bulevar Perimetral. El festejo prosiguió una semana, con reuniones convocadas por autoridades y comidas entre plantilla con sus familias.
“Han pasado 31 años y la gente todavía recuerda ese día. Nos ven, nos abrazan, nos felicitan, agradecen ese campeonato y es algo para la historia. Ojalá este equipo que juega la final de la Liga de Expansión haga lo propio”, concluyó Víctor Moreno.