Resulta sumamente irónico que el equipo con la mayor cantidad de aficionados en el país tenga que pasar más de 90 minutos sin un solo cántico, un aplauso, un grito de apoyo. La crisis sanitaria no solo apartó al público del Estadio Akron, también le quitó el alma al Guadalajara.
Quizás se trataba de un cliché repetitivo, el hecho de que Chivas no es nada sin su afición. Futbolísticamente hablando, pareciera que sí existe un espectro que fusiona al público con la competitividad del Rebaño. Al menos en el duelo ante Rayados, el Guadalajara careció de ímpetu, descaro, agresividad, todos esos elementos que acercan a un equipo a la victoria.
Rayados vestía de negro, jugaba como una especie de antagonista, aunque en realidad se convirtió en un equipo inmune a los factores extra cancha que hicieron de este un partido extraño. En los primeros 45 minutos evidenciaba a ese conjunto que se ubica en el último puesto de la tabla general, pero ni siquiera de esa manera Chivas se atrevió a pasarle por encima.
El Rebaño se encontró con un cabezazo de Jesús Molina al minuto 20. Marcelo Barovero reaccionó, pero dejó el esférico servido para que el capitán rojiblanco anotara por segundo partido consecutivo y pusiera el 1-0. Incluso el festejo de la anotación resultó insípido, no hubo once gritos claros de gol; una celebración digna de quien no tiene con quien festejar.
El sonido local sobraba. El grito de gol que emitieron las bocinas intentaba suplir lo irremplazable: el rugido del estadio cuando el Guadalajara abre el marcador. Toda esa situación que se tornaba extraña, fuera de lugar, era un claro reflejo de lo ridículo que se torna un partido de primera división sin el ingrediente que lo ha convertido en un fenómeno global: la gente.
Chivas solo coexistía a la par de un rival que se propuso claramente empatar, aunque se le complicaba perforar la meta contraria. Los primeros 45 minutos terminaron con el Rebaño al frente pero sin la personalidad que requiere ser un equipo grande.
No servía de nada si José Juan Macías realizaba un movimiento a las espaldas de los defensas, no importaban los espacios claros en las bandas. El Guadalajara se preocupó tanto por tener el balón que se olvidó que le servía más dentro de la meta contraria. Y es que el mismo gol también se antojaba irrelevante, sobre todo si no había nadie como testigo en el mismo sitio para convertir la felicidad ajena en la propia.
Al minuto 69 le llegó la recompensa a unos Rayados que habían dejado en claro que eran ellos quienes proponían. La displicencia de la banda derecha de Chivas le abrió camino a Jesús Gallardo, que empató el marcador con un disparo alto y cruzado que dejó sin oportunidad a José Antonio Rodríguez. Al lateral izquierdo tampoco le emocionó tanto su anotación; en un contexto de contagios, terminó por compartir esa apatía generalizada.
Monterrey estuvo cerca de darle la vuelta al marcador, de no haber sido porque el silbato de Diego Montaño Robles guardó silencio antes de un tiro libre de Rayados. Miguel Layún había servido para el cabezazo de César Montes, pero el silbante anuló la acción ante la incredulidad y enfado de la Pandilla.
Chivas terminó pidiendo la hora para obtener un punto. Desperdició espacios a la ofensiva, optó por defender una ventaja mínima y se ubicó entre la victoria y la derrota. Como aquel que se siente solo, que juega por cumplir, todo porque no tenía con quien identificarse. Realmente parece ser que la afición sí es el alma de este Guadalajara.
JMH