Era la víspera del verano de 1989. La zona sur de Tamaulipas todavía estaba convulsionada con la detención de Joaquín Hernández Galicia “La Quina”, el líder petrolero llevado por militares desde Ciudad Madero a la Ciudad de México en enero de ese año, cuyas implicaciones arrasaron lo político, económico, social y hasta deportivo.
En el último aspecto tenía mayor relevancia. El Sindicato era propietario de la Jaiba Brava del Tampico-Madero, una escuadra sin dueño presente (en esa operación quedó preso su presidente Salvador Barragán Camacho), sin embargo, competía al más alto nivel frente a grandes del fútbol mexicano profesional.
El grito de “cinco, cinco, cinco” se convirtió en una arenga cada 15 días en el Estadio Tamaulipas. Ese racimo de goles lo sufrieron Toluca, Puebla y Cruz Azul, muy cerca de vivirlo Atlas y el Atlético Morelia, pero aquella noche del 22 de abril apareció tirado un abanderado en el campo a la altura de la puerta 2 por “una agresión”. Suspendieron el partido ante América y vetaron al inmueble 4 juegos.
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Después de haber vencido en el Nou Camp de León, su casa provisional, a las Águilas y Monterrey, pero caer frente a los Tecos de la UAG, el plantel dirigido por Carlos Reinoso tuvo en la jornada 38, la última, esa oportunidad de clasificarse e imponer récords de época. La gestión de directivos sobrevivientes como Raúl García Cobos fructificó y se logró jugar como locales ante el Atlético Potosino, esto en el Estadio Marte R. Gómez de Ciudad Victoria.
Para quienes acudimos a la capital de Tamaulipas, aquel domingo 18 de junio, la travesía fue a temprana hora. Mi papá y mi hermano nos alistamos temprano, tomamos la carretera con lluvia en la parte montañosa y en poco menos de 3 horas estábamos en el destino.
La cartelera era doble, primero los Correcaminos de la UAT, sin nada que jugar, se despidieron con un empate ante el Irapuato a un gol. El delantero panameño René Mendieta hizo el tanto universitario.
Mientras se preparaba el segundo platillo, muy pocos victorenses se quedaron en la grada y dieron pie al arribo de tampiqueños y maderenses, testigos de un cotejo cantado en la previa a favor del anfitrión administrativo, amplio favorito ante unos potosinos con boleto de descenso amarrado a la Segunda División y sin armas para oponer resistencia.
Con mi familia, nos sentamos en una barra de madera propiedad de una marca de refrescos en la sección de Plateas, atrás de la hoy banca del Corre. Desde ahí vimos el primer gol de Sergio Lira, un cabezazo letal al minuto 12. Se necesitaba más para que el originario de Tamiahua se agenciara el título de goleo. El trámite fue largo hasta que cayeron sus anotaciones al 73 y al 77, con asistencias del argentino Eduardo Bacas.
En la recta final estaba al alcance romper el récord del equipo más goleador en una temporada, propiedad del América. Misión cumplida en el minuto 87 con la aportación del defensor Fabián Rosas y consumar el cuarto de la tarde. Irónico, fueron 87 conquistas de este poderoso equipo, marca única para cualquier franquicia estatal en el ámbito profesional y en todas las categorías. Los azulcremas de Leo Beenhakker lo superarían en 1995.
Todo era felicidad en el regreso a Tampico. Caravanas de autobuses y carros particulares ondeando las banderas fueron recibidos por miles de seguidores en la zona del aeropuerto, expectantes de tener contacto con la plantilla que viajó por la vía terrestre.
Así fue aquella tarde memorable para la plantilla más avasallante grabado en los libros de la entidad, ni siquiera el monarca en Primera División en 1953, los finalistas en Prode 85 y México 86, como tampoco las diversas versiones de los plumíferos en Primera A o Ascenso Mx, se acercaron a ese dominio. En la Liguilla, bajo el formato de Round Robin, la historia fue diferente.
Un dato no menor: es el único triunfo en partido oficial de la Jaiba Brava en la cancha del 17 Carrera Torres en toda su historia, hace 35 años. Ahí, jamás ha podido vencer a su más acérrimo rival naranja.