Corazón acelerado, manos temblorosas y piernas como gelatina… y eso que la carrera no ha empezado, apenas son las 6 de la mañana y faltan 45 minutos para el arranque del Maratón Lala.
El nervio y el miedo se van en el momento del banderazo de salida y ahí vamos, somos más de 4 mil corredores, más de 4 mil sueños y 4 mil corazones juntos que se enfilan en una pequeña odisea de 42 kilómetros y 195 metros que comienza en Gómez Palacio, pasa por Lerdo en Durango y termina en Torreón, Coahuila.
Pero esta carrera no empezó este domingo 6 de marzo en el banderazo, ni a las 4 de la mañana que había que despertar para llegar a tiempo, esto comenzó hace más de un año cuando veía en noticias y reportajes en video sobre los grandes maratonistas de la historia y pensaba en un día estar en uno. Esto también inició en octubre cuando me decidí a inscribirme entre un mar de dudas e inseguridades y en noviembre cuando comenzó el entrenamiento.
“Eso (maratones) es para locos”, escuché una vez y creo que ese señor tenía razón, ¿quién en su sano juicio se levanta todos los días antes de las 6 de la mañana, incluyendo los fines de semana, para correr y lograr 800 kilómetros de entrenamiento en cuatro meses? Entre un momento personal muy duro, sudar, llegar cansado y con una enorme sonrisa, ¿quién que se sienta bien de la cabeza prefiere un atún o pollo a la plancha con arroz hervido, a una pizza o una hamburguesa? Creo que en efecto esto es para completos locos, pero apasionados.
Ya con el nervio despejado y después de haber empezado a correr, el plan es claro, mantener el ritmo durante toda la carrera, ni más rápido o podía agotarme antes ni más lento para evitar que el sol me fundiera.
Es un deporte solitario cuando se entrena, pero se convierte en colectivo cuando llega el día
Desde los primeros kilómetros el cariño de la gente se siente, te animan, te apoyan y te hacen sentir que eres el mejor, a pesar de que son pocos los que van por el primer lugar. Aunque cada corredor vaya en lo suyo nunca hay silencio, nunca alcanzas a escuchar las pisadas, siempre hay alguien animando desde su lugar, siempre hay alguien que hace un chiste.
Este es un deporte tan solitario cuando se entrena, la soledad del corredor de fondo, pero cuando correr con miles de apasionados se convierte en un deporte colectivo.
Primeros 10 kilómetros tranquilos, cómodos, sobre todo por llegar a Lerdo donde el ambiente es más fresco y detrás del pacer que marcaba los 6 minutos por kilómetro, para llegar en 4 horas y 13 minutos. Entre transmisiones en vivo de quienes tienen canales de YouTube y los que se caracterizan de Batman, Superman, Pantera Negra y de Diablo, el recorrido va a modo y aprovechar los abastos de agua y suero.
Al regresar al Miguel Alemán a Gómez Palacio, sobre el kilómetro 13 el sol ya se empezaba a sentir con fuerza, con un cielo completamente despejado el sudor te llena la cara y si no te hidratas, estás frito. Cerca del kilómetro 15 viene una de las partes más complicadas: el desnivel 11:40, hay que tener cerebro para no dejarse ir de bajada porque subir pesa en las piernas y al salir el sol te deslumbra y hay que evitar chocar.
“Ya vamos llegando a Torreón. Vamos en la recta final”, dijo un corredor que hacía una transmisión en Instagram, pero no íbamos ni a la mitad. Muchos no sabían que esta carrera se corría en dos estados y se sorprendieron cuando les dijeron que eran tres ciudades al momento de cruzar el Puente Plateado y llegar a Torreón entre el kilómetro 16 y 17.
“La gente de La Laguna es siempre muy amable”, siempre dicen quienes vienen por primera vez y eso queda claro cuando alrededor del camino muchas personas salen a apoyarte, ya sea que te den agua, naranjas, dulces, plátanos y algunos hasta refresco, nunca faltan las pancartas de apoyo.
Entre “ya ganaste por estar aquí”, “bienvenidos a La Laguna”, “no te conozco pero ya te admiro” y el que me hizo dejar de pensar tanto y vivir más ese momento “disfruta, recuerda que tú pagaste por correr” el ánimo de la gente no para.
Kilómetro 30: el cuerpo empieza a buscar energía de donde pueda
Al cumplir el medio maratón, los 21 kilómetros marcados en la calle Lisboa se empieza a sentir la carga en las piernas, pero el ánimo no decae y el entusiasmo sigue intacto. Los siguientes cuatro kilómetros sobre el bulevar Independencia son de aguante y más energía, al punto de pasar al pacer de los 6 minutos por kilómetro, ritmo alto pero constante.
Llega el momento difícil al llegar al kilómetro 30 sobre la Juárez al comenzar a sentir el muro, ese momento en el que se te acaba el glucógeno, la energía acumulada en el cuerpo, y la energía que el desayuno te da, aquí no hay ropa de tela técnica que te salve, no hay medias ni mangas de compresión que te alivien el cansancio y no hay tenis con placa de carbón ni alta tecnología que te evite pasarla mal conforme avanzas y tu cuerpo hace el cambio de combustible y empieza a buscar energía de donde pueda. Aquí solo estás tú y el camino a lo largo de los 12 kilómetros que faltan.
Fue un gajo de naranja que unas calles antes había tomado del plato de una niña, que acompañada de sus papás, regalaba a cada atleta que veía pasar. Esa vitamina me regresó a la vida y me despertó del bajón de energía que estaba teniendo. Me sentí como Fury levantándose de la lona cuando la zurda de Wilder, más poderosa de la historia del boxeo, le besó el lado derecho de la cabeza en la primera pelea de la trilogía.
Recta final: del kilómetro 35 al 40 fue lo más pesado
Tener tan cerca el Bosque y la meta tan cerca me jugó en contra porque venía la parte más dura de todo el recorrido, aún faltaba darle la vuelta el Campestre y aquí además de que mis piernas se sentían pesadas mi estómago no aguantó y empezó a doler. Uno entrena piernas con velocidad y distancia, el ritmo cardiaco para mantenerse dentro de lo sano, se entrena con pesas y flexibilidad, pero casi nunca le pone atención al estómago. El mío se bajó del barco y me hizo sufrir.
Del kilómetro 35 al 40 fue lo más complicado, a pesar del apoyo de la gente, los corredores y las preguntas “¿Quién me trajo aquí?”, “¿Por qué hago esto?”, “¿Quién me manda a sufrir tanto?” rondaban en mi cabeza y de inmediato me contestaba “yo y solo yo”, porque se lo prometí al yo de hace un año que no me inscribí por miedo e inseguridad.
Sonaba en una bocina “Eye of thetiger” de Survivor, canción que se hiciera inmortal por aparecer en Rocky III, pero lo que sonaba en bucle en mi cabeza y era más estridente que la voz de DaveBickler era la envolvente melodía “Angelbythewings” de Sia, “sé que nunca te has sentido tan solo” porque era yo contra lo que quedaba, “pero aguanta, cabeza arriba, sé fuerte”, me recordaba que estaba ahí para ir hasta el final, “aguanta hasta que los oigas venir” o hasta que vea la meta tan cerca que olvidara que ya no daba más, “toma un ángel por las alas y pregúntale por la fuerza para seguir” y sobre todo “tú puedes, tú puedes, tú puedes hacer lo que sea” eran las estrofas que tarareaba mientras lloraba sin que las lágrimas botaran de mi ojos.
Al ver en el piso marcado el kilómetro 40 sabía que estaba del otro lado, ya solo era cuestión se aguantar por un par de kilómetros más, la vuelta del bosque a la meta no se veía tan difícil después de haber corrido tanto.
Sobre la Juan Pablo y a unos metros de la meta ahora sí las lágrimas salieron y estaba cada vez más cerca de la meta. En un último esfuerzo tiré de lo que me quedaba para terminar la recta final y tuve el ánimo de acabar cuando mi amigo Miguel me acompañó a cruzar la meta y después ayudó a que no me desplomara.
Sgg